La mañana ya estaba brillante cuando Amber salió del Ducado en su único día libre mensual. Y ahora mismo, la cálida luz del sol entraba por las ventanas del carruaje, mientras este iba rumbo al pueblo del Ducado.
A pesar del fuerte movimiento del carruaje, Amber tenía tanto sueño que se encontraba cabeceando, presa del cansancio extremo.
Desde hacía semanas que no había conseguido una buena noche de sueño profundo, gracias a las continuas e impredecibles visitas nocturnas de su excelencia, el Duque, a su habitación, en altas horas de la noche.
A pesar de que nunca lograba entrar, parecía no darse por vencido.
Sumado al agotamiento, que la hacía cometer errores en su trabajo, el Duque solía buscar cualquier excusa para reprenderla enfrente de sus compañeras.
Debido a ello, no tardo en propagarse el rumor, por todos los rincones de la mansión, sobre cuan poco calificada estaba Amber para el puesto de criada personal del Duque. Todos se preguntaban, sin obtener una respuesta, cómo es que continuaba manteniendo su trabajo.
Pero sus continuos errores también le habían servido a su excelencia como una excusa para no enviarla a hacer ningún tipo de encomienda lejos de él. Logrando de esta manera, mantenerla todo el tiempo a su lado.
Y aunque nunca se quedaban completamente a solas en la misma habitación, gracias a la presencia del mayordomo; esto no evitaba que el Duque la hiciera sentir sumamente incómoda.
En esos momentos, su excelencia solía sonreírle como una flor y le ordenaba que se quedara de pie frente a él, solo para poder mirarla fijamente y sin reparos.
A veces solo era eso, pero en otras ocasiones le hacía preguntas, las cuales, casi siempre, terminaban en amargos reclamos.
"¡Mírame, Amber!"
"..."
"¿Acaso doy tanto miedo?"
"No, su Excelencia" La voz de la chica sonaba monótona y débil, siempre había un leve temblor en esta.
"Si no es así, ¡¿Por qué tengo que pedirte que me mires cada vez?!"
"..."
"Amber... yo...."
Al final, el Duque siempre se detenía antes de terminar la última frase, y entonces, solo la observaba fijamente de nuevo, con una profunda tristeza llena de agravio en sus hermosos ojos morados azulosos.
A ella no podía importarle menos como se sintiera ese hombre.
Tan solo rogaba para sus adentros, con desesperación, porque sus compañeras pudieran volver rápidamente. Para que terminara esta tortura.
Amber preferiría ser regañada mil veces antes que tener que pasar un minuto más frente a esa mirada ardiente que parecía querer tragarla.
Por ello, cada noche, en cuanto podían retirarse a "descansar", Amber era la primera en despedirse y salir de ahí.
Con suma prisa en su andar, como si estuviese huyendo de algo, como si eso que la perseguía, la fuese a alcanzar si tan solo se atrevía a demorarse un poco.
Su único consuelo cada noche era que pronto vería la dulce carita de Maximilian. Quien siempre la recibía con una sonrisa, intentando impresionarla con cuanto había aprendido el día de hoy, o con algún nuevo hechizo que hubiese dominado.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...