Y así, había transcurrido un mes más.
El mes anterior, Amber no había salido al pueblo en su día libre. Simplemente, eligió pasar ese día con el joven amo Maximilian. Después de todo, no había estado de humor para salir, por lo ocurrido con aquel chico de las caballerizas, y... con aquel terrible sueño.
Pero este mes no podía quedarse en casa, pues en unos días sería el cumpleaños número trece del pequeño Duque.
Amber sabía que posiblemente este sería el último cumpleaños que pasarían juntos en el Ducado, así que debería ser especial, uno como nunca antes.
Deseaba usar algo de dinero para pagarle al pastelero del Ducado para que le hiciera un pastel de cumpleaños, decorar la habitación con listones de colores, y también quería ir al pueblo para comprarle un hermoso obsequio de cumpleaños.
Ahora que por fin podía conservar su salario, este sería el primer año en el que podría comprarle un obsequio a Maximilian, ahorrándose la vergüenza de intentar hacerle algo ella misma.
De todos los obsequios de cumpleaños que intentó darle, solo uno había salido medianamente aceptable. Y este era el pequeño muñeco de conejo, hecho de sábanas viejas y con ojos de botón, los cuales, a ella siempre le pareció que estaban bizcos. Aunque el niño lo negara.
Este era el favorito de Maximilian cuando aún era un niño pequeño, y el único juguete que había tenido desde que su padre murió.
Amber estaba realmente emocionada por este cumpleaños.
Pero, en cambio, Maximilian en lo último en lo que podía pensar era en su propio cumpleaños.
Estaba muy preocupado por Amber.
Había intentado averiguar que era lo que le estaba ocurriendo desde que entró al servicio del Duque, pero aun sin poder obtener resultados concretos.
Ella solía venir a verlo aún con rastros de ojos llorosos, también, se podía ver el cansancio y la tristeza en estos.
Gracias a los chismes en la mansión, incluso él se había enterado de que el Duque trataba mal a Amber. Supuestamente, la razón era la incompetencia de esta en su trabajo, pero Maximilian la conocía perfectamente. Ella no solo era hábil, considerada y capaz; también era alguien que no lloraría o perdería el sueño por un simple regaño. La Amber que conocía se esforzaría en mejorar y corregir cualquier error en su trabajo.
Maximilian adivinó que algo más debería estar ocurriendo.
Había intentado que ella le dijera la verdad sobre qué era lo que le ocurría, pero Amber continuaba desviando la conversación cada vez que él tocaba el tema sobre su trabajo como sirvienta personal del Duque. La joven también tenía el hábito de desviar la mirada cuando mentía, y esto ocurría cada vez que le decía que no se preocupara, que todo estaba bien.
Maximilian esperó y esperó a que ella se abriera por sí misma y le contara. Siempre habían sido solo ellos dos contra todos en este Ducado, así que él creía firmemente que Amber confiaría en él tarde o temprano.
Pero entonces, se dio cuenta de que cada vez Amber estaba más y más delgada.
Y aunque ya no parecía estar tan cansada como antes, era obvio que no estaba comiendo bien.
Al principio creyó que los otros sirvientes la estaban intimidando, quitándole la comida, o no dejándola comer, como antes hacían con él.
Por eso, en una ocasión se atrevió a salir de su habitación para espiar en el comedor de la servidumbre, temiendo que ese fuera el caso.
Pero no vio tal, al contrario, sus compañeras intentaban lograr que comiera más que tan solo algunos bocados, pero era ella quien se negaba.
Un día, Amber se reportó enferma.
La jefa de sirvientas le dijo que era tan solo un simple resfriado, y que Amber volvería en unos cuantos días.
Maximilian quiso ir a visitarla, pero la señora Thomas lo convenció de no hacerlo
"Si vas y te contagias, cuan preocupada y culpable se sentirá la pobre Amber. Descuida, más tarde iré a ver como está"
Él creía que su resfriado se debió a la mala alimentación de la joven.
Por eso, después de que se recuperó, Maximilian comenzó a pedirle algunos bocadillos nocturnos a la señora Thomas, junto con su cena.
Y solía guardarlos para compartirlos con Amber cuando ella venía a verlo cada noche.
El chico, no permitía que se negara a comer, y eso hizo que la pequeña criada al fin recuperara un poco de color en las delgadas mejillas.
Pero entonces sucedió algo que volvió a angustiar al chico.
Una noche, mientras él estudiaba y ella limpiaba. Él hizo un mal movimiento y sin querer empujó con el codo un libro anillado que estaba sobre su escritorio. Y este chocó con una taza y cayó, causando un gran estruendo.
Esto no fue nada para él, tan solo era un ruido un poco molesto, pero lo que le sorprendió fue la reacción de Amber.
Con el ruido, ella gritó de terror, agachándose y cubriendo sus oídos con ambas manos, temblando y llorando, completamente en shock.
Maximilian jamás la había visto así.
Él se acercó para tranquilizarla, intentando abrazarla, pero ella reaccionó sobresaltándose por su toque.
Maximilian se congeló y retiró la mano lentamente, asustado y preocupado.
Intentó llamarla suavemente por su nombre, y solo entonces ella pareció reaccionar.
Amber estaba muy avergonzada y se sintió culpable al ver la expresión de miedo que tenía Maximilian.
Ella limpiaba compulsivamente las lágrimas de su rostro, pero no podía dejar de temblar.
No sabía qué hacer para reparar su error y comenzó a disculparse con Maximilian una y otra vez.
Algo en el ruido que había hecho aquel libro anillado le había recordado la terrible pesadilla, sumiéndola en el más puro terror.
Él le pidió que fuera al pueblo a ver a un médico, pero ella se negó.
"Solo fue una pesadilla... algo en el ruido me la recordó. Estaré bien. Siento haberme comportado así, no quise asustarte"
Amber intentó minimizarlo todo y excusarse, a pesar de que su dulce voz quebrada aún temblaba.
Maximilian no creía que todo se deviera a un simple sueño, como ella decía.
Instintivamente, sabía que algo grave le estaba ocurriendo a Amber, y ya no podía quedarse de brazos cruzados.
Ella solo lo tiene a él, solo él podía protegerla.
Pero primero tenía que saber qué estaba ocurriendo.
Esa noche Maximilian no pudo dormir.
Había leído en algún lado que había una magia capaz de ver las acciones de otras personas a través de un objeto, pero esta era una magia muy avanzada. Algo que él, como principiante, no podría manejar. Pero al menos quería intentarlo por ella.
Para su investigación necesitaba ir a la biblioteca del Ducado. Usualmente, si quería algún libro, bastaba con pedírselo a Amber, pero por obvias razones esta vez no lo haría.
Así que se decidió, a la mañana siguiente saldría de su habitación e iría a la biblioteca.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...