Capítulo 26

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Esa noche, Amber llegó un poco más tarde de lo usual a sus habitaciones. Había tenido que ir a pedir prestados varios objetos de otros empleados de la mansión. 

Un martillo, clavos grandes, herraduras de metal, cucharas y un vaso de madera. 

Los clavos fueron usados para evitar que su ventana pudiera ser abierta fácilmente. 

Las herraduras se unieron a un cordel y fueron atadas al picaporte de la puerta. Luego el escritorio fue recorrido nuevamente y puesto bloqueándola. Y el vaso que contenía las cucharas, fue acomodado, pegado a la puerta y sobre el escritorio. 

Solo entonces Amber pudo acostarse a dormir, manteniendo el martillo bajo su almohada. 


En medio de la noche, un ligero sonido de traqueteo despertó a la chica. 

Quien se sobresaltó, y de inmediato salió de la cama a trompicones, aterrada; sosteniendo el martillo entre sus manos temblorosas. Su vista estaba fijada en la puerta, sin atreverse a parpadear.

La respiración de Amber era irregular mientras veía girando el picaporte lentamente, podía escuchar sus propios latidos retumbando en sus oídos de lo rápido que bobeaba su corazón. 

No podía dejar de temblar. 

Cuando el seguro del picaporte cedió. Las lágrimas comenzaron a manchar sus mejillas, y contuvo el aliento. 

Entonces, la puerta fue ligeramente empujada, apenas unos milímetros, hasta que se topó con el pesado escritorio. 

Un pequeño sonido se escapó de entre los labios de la joven, similar a un hipo. Y de inmediato cubrió su boca con una mano. Sus dientes castañeaban y su rostro palideció. 

La puerta volvió a ser empujada, esta vez con fuerza, lo cual hizo que el vaso de cucharas al fin volcase, causando un ruido atronador y molesto. 

Lo que, en medio de la silenciosa noche, debería haber alertado a alguien, y causó que la persona del otro lado de la puerta abandonase su plan y se alejase. 

Cuando escuchó los pasos ligeros cada vez más lejos, Amber se dejó caer y abrazo sus hombros, llorando, pero tratando de no hacer ruido. 

Estaba aterrorizada y no podía dejar de temblar. 

Creyó que con tanto ruido no tardaría en llegar algún sirviente o guardia del Ducado, pero no hubo tal. Nadie vino en su ayuda, nadie despertó de su sueño. 

Bien... Eso explicaba por qué en la novela nadie le ayudaba cuando el Duque la visitaba cada noche. 

Amber creyó que era debido a la indiferencia de todos, pero tal vez se debió a que nadie pudo escuchar su llanto o sus ruegos. 

Una noche más transcurrió casi en vela. A pesar de que ella no creía que el Duque fuera a volver, al menos por hoy. Ella no pudo volver a dormir, así que solo esperó el amanecer.



Esa mañana, la joven lucía peor que ayer. Se notaba que no había podido dormir prácticamente nada, tenía los ojos hinchados y unas ojeras terriblemente oscuras. 

Se suponía que esta mañana tendría que devolver el martillo, las herraduras, cucharas y el vaso. Pero en el comedor de empleados, el joven encargado de los establos la vio de esta manera y, aunque no podría dejarle el martillo, acepto prestarle las herraduras hasta su próximo día libre, en dos semanas. 

Amber estaba muy agradecida con el chico, e intentó sonreír.  

Y en cuanto el vaso y las cucharas, estas sí tuvo que devolverlas. 

"Lo siento, si faltan podrían acusarme de robo y azotarme" Se disculpó apenada una de las cocineras. 

"Está bien... Ya me has ayudado mucho y te lo agradezco" La sonrisa de la joven era peor que el llanto, lo cual hizo que la conciencia de la mujer doliera. 

Durante el desayuno, Amber intentó hacerse amiga de Mily, otra de las criadas personales del Duque. La joven tenía una personalidad brillante y sencilla, alegre y acomedida, aunque bastante ingenua. 

Tan solo tuvo que regalarle la mitad de su pan y eso bastó para que Mily la llamara alegremente "Hermana". 

Kara se unió a la conversación y Amber se dio cuenta de que, a pesar de parecer muy seria, correcta y distante, la chica tenía alma de chismosa. 

En los pocos minutos que conversaron ya había ventilado el amorío de uno de los cocheros del Ducado con la cocinera encargada de panadería. Tan vívidamente como si lo hubiera visto con sus propios ojos. 





El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora