Se decía que en todo el reino no existía una persona que fuese más feliz que Cecilia Creonia, la Duquesa de Argen.
No solo tenía el "amor" del hombre más hermoso del reino, sino que ahora también estaba esperando un hijo de este.
El rumor decía que cuando se enteró, lloró lágrimas de alegría mientras abrazaba al Duque, eufórica. Que pasaba mucho tiempo tocando su vientre con un amor maternal infinito en sus ojos, y que desde entonces, una sonrisa cariñosa se instaló en su rostro permanentemente.
Durante los nueve meses en los que estuvo embarazada, fue como vivir en un hermoso sueño.
Cecilia sintió que al fin todo el sufrimiento que había tenido que pasar había válido la pena.
Atrás había quedado todo el desamor e indiferencia de todos estos años, la mirada fría en los ojos de su esposo y el asco cada vez que lo tocaba.
Duncan parecía haber cambiado completamente, como si siempre la hubiese amado.
Este era el esposo con el que Cecilia había soñado desde que era una niña, un esposo cariñoso y devoto, que solo la mirara a ella y solo le sonriera a ella.
Esta vez era Duncan quien insistía en acompañarla a todas partes, temeroso de que fuera a tropezarse; se mantuvo siempre atento a que las cocinas suministraran toda clase de manjares en cada una de sus comidas, animándola a comer más y cumpliéndole cualquier antojo que tuviera.
Su amado incluso se había mudado al mismo dormitorio que ella, tan solo para poder cuidarla durante toda la noche y asegurarse de que estuviera cómoda al dormir.
Él contrarrestaba su "mal humor" causado por las hormonas del embarazo tratándola con ternura, e incluso, enviaba a las criadas para que le masajearan los pies hinchados.
Y cuando el bebé al fin comenzó a moverse dentro de su vientre, Duncan, quién parecía tímido, aprendió a pegar su mano a este para poder sentir los movimientos fetales.
Sí, al fin Cecilia era completamente feliz.
Ella creía que este niño representaba un nuevo comienzo en su matrimonio.
Y, naturalmente, al haberle conseguido el amor de su esposo, la Duquesa amaba mucho a este bebé.
Solía acariciar su vientre hinchado por horas mientras le hacía al niño mil promesas.
"Seré la mejor madre para ti" "Tu madre te amará mucho" "Sal rápido para que mamá pueda conocerte bebé"
Su majestad, el rey, ordenó que un equipo de médicos reales se instalara permanentemente en la mansión de la Duquesa para que pudieran monitorear la salud de su hermana y sobrino, asegurándose de que todo saliera bien.
Sin embargo, el día en el que nació el tan esperado hijo de los Duques de Argen, la Duquesa estaba teniendo un parto realmente difícil.
Los gritos de dolor llenaron el pasillo y las palanganas con sangre no dejaban de salir de la habitación, mientras que había un grupo de médicos hincados en el pasillo temblando por el temor a perder sus cuellos.
Les habían dicho a los Duques hasta el cansancio que la Duquesa debería dar más paseos y comer menos cosas dulces y grasosas, pero reiteradamente ignoraron sus recomendaciones.
Y ahora, el bebé era demasiado grande.
Ya habían transcurrido dieciséis horas y aún no podía nacer.
Hace mucho que las santas del templo habían sido convocadas solo para proteger la vida de la madre y el hijo, de lo contrario ellos hace mucho...
Si la madre perdía las fuerzas para pujar, estarían perdidos, y su majestad nunca los dejaría ir.
Su excelencia el Duque, también estaba hincado al lado de la puerta, con el rostro muy bajo e inexpresivo, volviéndose casi invisible, como si se mimetizara con la decoración.
Pero nadie notó que cuando la Duquesa más gritaba de dolor, una ligera sonrisa se formaba en las comisuras de sus labios, a pesar de que intentara ocultarla.
Las sirvientas, ayudantes y matronas, continuaban yendo de un lado al otro, unas gritando, otras llevando palanganas con sangre, pero todas con rostros cansados y llenos de temor.
En cambio, él... el hombre que estaba a punto de perder a su primogénito y al mismo tiempo convertirse en viudo, estaba muy tranquilo.
Era su majestad quién había salido del palacio luciendo como un loco, a pesar de la oposición de los ministros.
Llegó a la casa Ducal con los ojos inyectados en sangre y portando una espada desenvainada en las manos, dispuesto a matar a todos esos sirvientes que habían ignorado los consejos del médico.
Si su hermana moría, no dejaría que ninguno de esos perros continuara con vida.
"¡¡¡Nooo!!! ¡Su alteza! ¡¡Resista!!"
Ante el alarido desesperado que resonó dentro de la sala, el aire parecía haber abandonado el ambiente, y el corazón de todos estuvo a punto de detenerse por unos segundos.
Los ojos de Alonso se abrieron llenándose de una furia asesina como si fuera de un demonio del infierno, y apretó la espada en sus manos hasta que sus nudillos se tornaron blancos, dispuesto a comenzar la matanza comenzando por ese grupo de médicos inútiles en el pasillo.
Cuando entonces...
"Bua... Bua... bua..."
"¡Está afuera!... ¡Rápido, santas! ¡Sanen a su Alteza!"
Alonso se sorprendió y soltó la espada, dejándola caer.
El ruido metálico se mezcló con su risa desaforada mientras avanzaba para ir a ver a su hermana, a pesar de la obstrucción de las criadas.
Y, en cambio, Duncan no se movió en lo más mínimo. Su mirada continuaba estando pegada al piso, pero parecía tan decepcionado.
"¡Felicidades, su excelencia!" Dijeron todos al unísono en el pasillo, mientras se hincaban hacia el Duque.
Alguien dijo que era un niño sano, y su cuñado sacó al bebé recién nacido, envuelto en una manta.
"Es precioso... su rostro se parece mucho al de Cecilia"
El corazón de Duncan parecía haber caído en una bodega de hielo inmediatamente. De por sí ya odiaba a ese niño, y ahora incluso pensaba que era una monstruosidad.
"Su nombre será Ilian, Ilian Argen" Sentenció el monarca con una sonrisa de orgullo mientras lo miraba amorosamente.
Ese niño, era la adoración de su hermana, un niño que casi le había costado la vida.
Duncan estaba desolado, esa mujer no había muerto.
Y ahora tendría que continuar fingiendo.
Todos estos meses resultaron ser en vano, cada vez que tenía que fingir amor terminaba vomitando cuando nadie más podía verlo.
Había puesto tanto esfuerzo en este plan.
No dejarla hacer ejercicio, con el pretexto de que no sería bueno para el bebé.
Continuarla alimentando hasta convertirla en una bola durante el embarazo, argumentando que no era bueno dejar que su bebé pasara hambre"
Había fallado, pero no todo estaba perdido.
Cecilia le dijo que su majestad había prometido otorgarle el perdón real una vez que el niño naciera, y él confiaba en esa promesa para retomar su poderío, matar al bastardo de Maximilian y continuar buscando a su amada Amber.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...