Capítulo 58

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Cecilia nunca planeo darle el título de Duque a Maximilian, ese título estaba destinado a pertenecer a uno de los hijos que tendría con su amado Duncan.

Sin embargo, habían pasado un poco más de cinco años desde su matrimonio y aún no lograba concebir.

Cecilia había hecho que ambos, Duncan y ella, consultaran a varios médicos y todos coincidían en que se encontraban en excelente estado de salud.

Cecilia tocó su vientre plano y pensó que tal vez tan solo tenían que esforzarse un poco más, comenzando por esta noche.

Había escuchado de Marie que su amado se encontraba de mal humor, pero aun así no estaría de más ir y hacerle una visita, tal vez podría convencerlo de intentarlo una vez más esta noche.

Cuando llegó a su habitación no había ninguna sirvienta de guardia y el viejo mayordomo no estaba por ningún lado, presumiblemente había ido a conseguir la cena del Duque.

Así que solo entró, encontrando a su esposo recostado boca arriba en la cama.

Este era tan extremadamente hermoso y encantador como siempre, exudado una atmósfera masculina y tentadora, tan perfecta como un dios que había bajado al mundo de los mortales. Duncan, por alguna razón, se encontraba observando atentamente su mano y sonriendo, tan perdido en sus pensamientos, que no reaccionó cuando ella entró a la habitación.

Un comportamiento anormal en él, pues cada vez que la veía entrar a sus aposentos, este fruncía el ceño y comenzaba a inventar excusas para que se fuera.

Cecilia se acercó, encantada de que aún no la hubiera echado, sentándose en la cama a su lado. Y solo entonces Duncan la notó y saltó, mirándola con vigilancia y miedo.

Una emoción que duró por tan solo unos momentos antes de recuperar la frialdad y el disgusto habitual.

"¿Qué ocurre? ¿No escuchaste que estoy de muy mal humor?"

La duquesa sonrió

"Oh, lo hice. Sin embargo, para alguien que dice estar de muy mal humor, esa sonrisa no es lo común..."

En ese instante, Cecilia fijó su atención en el labio rotó e hinchado de Duncan, deteniendo sus palabras abruptamente, y recordando que aquella criada también tenía los labios hinchados... Aquella criada que había pasado toda la mañana a solas con su amado en su despacho.

Y sus ojos se oscurecieron.

Duncan se dio cuenta de la expresión desencajada de la duquesa y hacia dónde estaba mirando en este momento, además de las uñas enterradas en sus palmas con furia.

Y se volteó, en pánico, fingiendo arreglarse el cabello frente al espejo de plata.

Duncan había aprendido que siempre que Cecilia hundía las uñas en sus palmas, la sangre de algún inocente sería derramada, y él pronto terminaría encerrado en la torre. Envuelto en medio del caos causado por la obsesión enfermiza de la Duquesa.

Cecilia no dijo nada más, se dio media vuelta y salió de la habitación con un rostro lleno de crueldad e instinto asesino.


Y en cuanto regresó a su estudio, llamó a sus guardias de las sombras, y sentándose como si se tratase de una reina frente a sus súbditos, les ordenó que buscaran a la criada que acababa de abandonar el Ducado hace algunas horas y la asesinaran sin dejar rastro.

Los guardias de las sombras, era como se les conocía al grupo de guardias de élite entrenados meticulosamente por la familia real para proteger a todos los miembros bajo el apellido de Creonia.

El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora