Las cartas de los padres de Amber, continuaron llegando al ducado sin detenerse, y una a una se fueron acumulando hasta formar un pequeño montoncito sobre su mesa.
Pero ella continuó negándose a abrirlas cada vez.
Ya sabía qué dirían estás de todas formas.
Las letras en las cartas, luego de dos meses, deberían haber pasado por varias etapas, desde la falsa preocupación a los chantajes, y de la ira a los reproches amargos.
Pero como fuera, ella no las leería.
Una tarde, luego de terminar su trabajo en las cocinas y mientras se dirigía a ver a Maximilian, una criada se acercó a Amber con premura para entregarle un papel arrugado.
"Dijo el mensajero, que si no vas a verlos, entonces tendrán que venir ellos mismos a la mansión para llevarte de regreso a la fuerza. ¿En qué problemas te has metido recientemente, Amber?"
Amber dio un largo suspiro.
"Gracias. Solo es un asunto familiar"
Ante tal respuesta, la criada levantó los hombros y siguió su camino, sin mayor interés.
Amber observó el papel en su mano.
Había estado evitando en lo posible confrontar a los señores Vilches, pero ciertamente lo mejor sería dejarles las cosas claras de una vez.
En el papel estaba escrito un día, una hora y una dirección en la ciudad del ducado de Argen.
-Así que ya están en el ducado-
Los Vilches hacía mucho tiempo que habían perdido el territorio que poseían, según la novela; y ahora vivían en una mansión en la capital, una que originalmente debería haber pertenecido a Amber, ya que era parte de la herencia dejada por sus padres biológicos.
En la novela, desesperados, al final incluso habían terminado vendiendo el título de barón para pagar las apuestas del señor Vilches y los lujos de la señora Vilches.
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Al día siguiente, Amber salió de la mansión en el ducado, luego de pedir un permiso especial cambiando su día libre de este mes.
Y debido al nerviosismo de volverlos a ver, no se percató de que un extraño la había estado siguiendo descaradamente desde que se había bajado del carruaje. Un extraño encapuchado de cabellos rosados.
El lugar resultó ser un restaurante popular cerca del centro, un edificio imponente de dos pisos, lo bastante caro como para pensárselo dos veces antes de entrar.
Después de tomar una respiración profunda para ajustar su estado de ánimo, Amber tomó valor y entró.
El camarero la condujo hasta una mesa en medio del local, en donde ya la estaban esperando sentados un hombre y una mujer de mediana edad.
La Baronesa, tenía el cabello rubio y los ojos verdes, tal como los que tenía su verdadera hija, Verónica. Y el Barón, poseía una cabeza casi completamente calva, de no ser por el poco cabello castaño que aún conservaba, y sus ojos eran grises como el plomo.
Según dictaba la etiqueta, deberían haber esperado a su invitada antes de ordenar cualquier cosa, pero esa no era la situación. Hacía mucho tiempo ambos padres habían pedido el mejor té y bocadillos, únicamente para ellos.
Era evidente que no consideraban a Amber una igual, y mucho menos la trataban como a una hija.
Al llegar, la joven los saludó como si estuviera frente a unos extraños, haciendo una ligera reverencia
"Señores Vilches"
De inmediato el hombre azotó la taza de la que acababa de beber contra la mesa en señal de desaprobación, mientras la dama iniciaba los reproches
"¿Es así como saludas a tus padres luego de no haberlos visto durante cinco años?"
La voz de la baronesa era estridente y fue inevitable que el resto de los presentes en otras mesas voltearan con curiosidad.
Era obvio que la baronesa intentaba hacer partícipes a los extraños de este drama familiar para su conveniencia.
Frente a una pareja de nobles bien vestidos estaba una señorita ataviada con un vestido sencillo y viejo, ¿cómo podría ser esta su hija? ¿Acaso la señorita había cometido un crimen que ameritaba haber sido expulsada de su familia?
Pero de todos había uno en particular que observaba con gran interés la escena desde su mesa. Un hombre muy joven, que incluso había utilizado magia para poder oírlo y verlo todo sin perderse ningún detalle.
Amber no se avergonzó por las miradas de reproche que los presentes le dirigían, y simplemente tomó asiento de manera tranquila y digna.
Si ellos querían un espectáculo, justo eso pensaba darles.
"Yo solo quiero preguntar a los señores, ¿Por qué nunca me dijeron que mi querida hermana Verónica había muerto? Por qué... "
Ante tales palabras, la baronesa se puso de pie y le dio una fuerte bofetada antes de que pudiera continuar hablando
"¡No te atrevas a mencionar el nombre de mi hija con esa sucia boca tuya!" La voz de la mujer temblaba, pareciendo muy furiosa.
Amber creía que quien reaccionaria con violencia sería el Barón, no la Baronesa. Y le dio una mirada a aquella mujer a quien en el pasado había llamado "madre".
Estaba más que claro, Verónica sí había sido su hija, en cambio, de ella, en estos cinco años, solo se habían acordado cuando llegaba el momento de tomar su dinero una vez al mes.
Ella tenía que admitirlo ahora, aunque su corazón doliera en medio de la cruel decepción.
Al llegar aquí había deseado que ellos le mintieran, qué fingieran preocupación y cuidado, al menos por el bien de su pequeña paga mensual.
Pero ni siquiera ese pequeño consuelo pudieron concederle.
Había sido enviada tan lejos de casa cuando todavía era una niña de doce años, los había necesitado tanto durante todo este tiempo, cuando el trabajo fue duro, cuando sus manos se llenaron de ampollas por el frío, cuando estuvo enferma, cuando se sentía sola... Pero era hora de aceptar que debía dejar de esperar el cariño de quienes solo la habían estado usando de principio a fin.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...