Capítulo 59

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Cuando la carreta se detuvo frente a la casa del viejo cochero, este le dio indicaciones a la joven para llegar de manera segura a la posada más cercana. 

No es que no quisiera al menos invitarla a pasar por una bebida caliente, pero el anciano sabía que esta señorita acababa de haber sido expulsada del Ducado. 

En resumen, de no ser por el favor que le debía a la jefa de sirvientas, no habría aceptado traerla hasta el pueblo. 

Amber le agradeció sinceramente al anciano, antes de comenzar a caminar lentamente hacia la dirección que este le había indicado.

El rostro de Amber estaba demasiado pálido, tanto que incluso sus labios, antes rubicundos, habían perdido todo el color. Se sentía mareada, tenía escalofríos y había gotas de sudor frío llenando su frente. 

Cuando inició el viaje no había manifestado estos síntomas, pero desde la mitad del camino su estado fue empeorado cada vez más. 

Sabía que tenía fiebre y temía desmayarse en medio de estas calles solitarias, donde nadie la ayudaría. 

Así que trató de mantenerse consciente. Una vez que llegara a la posada, revisaría la herida en su cuello y los moratones de su cuerpo, los cuales ahora mismo no solo dolían, sino que hormigueaban. 

Y si esta noche la fiebre no cedía, tendría de ir a ver a un médico en cuanto amaneciera. 

Los médicos eran caros, pero no podía tomarse a la ligera su propia salud. 



En una posada, a dos calles de ahí, una figura estaba sentada sobre el alféizar de la ventana de su habitación, agitando las piernas, pensativo, mientras observaba el paisaje nocturno sin luz de luna. 

Su trabajo en el Ducado había terminado hace unos días y, mañana, tendría que ir a realizar un encargo especial a ese problemático país vecino.

Extrañamente, William se sentía un poco reacio a irse, en un estado un tanto melancólico. 

Había encontrado algo interesante aquí y era una pena tener que marcharse sin verla una vez más.

En ese momento la figura de una mujer bajo la ventana llamó su atención por sus pasos erráticos y tambaleantes. 

Ella estaba cubierta por una capa, y gracias a la capucha sobre su cabeza, Will no alcanzó a ver su rostro.

Estaba por dejar de mirarla, indiferente, cuando la mujer de pronto colapso frente a la posada. 

La habría ignorado de no ser porque al caer también cayó la capucha, dejando ver su encantador rostro.

Will se sorprendió y saltó desde el segundo piso para ir a su encuentro.

¡Era realmente ella!, la chica tonta en la que había estado pensando todo este tiempo, nuevamente en problemas frente a él. Como si acudiera a su deseo de verla antes de irse. 

Will intentó despertarla, pero al tocar su rostro descubrió qué estaba ardiendo en fiebre. Y, de inmediato, la cargó y regresó a su habitación en la posada, llevándola en brazos.


Dejándola sobre la cama, uso un hechizo sencillo para iluminar la habitación y poder revisar su condición.

"Pero... ¿Cómo terminaste así?" Susurró frunciendo el ceño en cuanto vio como estaba. 

Lo primero que llamó su atención fueron sus labios hinchados, el vendaje en su cuello, aquella palidez, el sudor sobre de su frente y la mueca de dolor que hacía. 

El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora