Capítulo 79

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Amber sentía que su corazón se saldría de su pecho y no podía dejar de temblar, prácticamente podía escuchar los pasos de quien la perseguía.

Y no se equivocaba.

Uno de los hombres del gremio que el Duque había contratado, la vio corriendo a la distancia cuando esta había terminado de conversar con el mayordomo. Y cuando descubrió que se trataba de su objetivo, dio aviso a uno de sus compañeros, y la persiguió.

A pesar de que por ahora el objetivo estaba un poco lejos, el hombre sabía que, eventualmente, le daría alcance.


Amber salió del callejón y ahora sí podía escuchar los pasos pesados que venían detrás de ella, cada vez más cerca.

No conocía esta zona de la capital, pues era la primera vez que venía por aquí. Así que meterse a callejones al azar era más peligroso que correr por la calle. Si se equivocaba, podría entrar a un callejón sin salida, y entonces sería demasiado tarde para arrepentirse.

Las piernas le temblaban y se le dificultaba ver debido a las lágrimas.

Debido al miedo, ni una sola vez había volteado para ver a su perseguidor, pero en su mente era el Duque de Argen quien la perseguía mostrando aquella expresión de loca obsesión que había hecho esa mañana en la que la había besado por la fuerza.

Amber corrió con todas sus fuerzas hasta que se topó con una posada, y entró a esta sin pensarlo demasiado.

Sabía que estos sitios, solían funcionar también como restaurantes, y por ello deberían tener una puerta trasera por donde recibían habitualmente las verduras, carnes y granos que se preparaban en la cocina.

La dependienta detrás del mostrador, al verla entrar y correr hacia la parte trasera, quiso detenerla, pero en cuanto escuchó los pasos masculinos apresurados que estaban por entrar, se detuvo y se recargó perezosamente sobre el mostrador, como si nada hubiese pasado.

¿Por qué no ayudar a la jovencita que obviamente estaba siendo perseguida?

Cuando vio entrar al hombre que la perseguía, pareció entenderlo todo.

Una chica joven y bonita, ataviada con un lindo vestido nuevo, corría mientras lloraba, perseguida por un hombre de aspecto grosero y de mal genio, a plena luz del día.

Para la posadera significaba.

Un cabrón infiel fue atrapado en el acto.

-Si lo sabré- pensó la mujer -Cuántas veces no pasé en mi juventud por esta clase de situaciones antes de que reflexionara y decidiera alejarme de tipos como este-

La mujer detrás del mostrador miró al hombre que se acercaba con algo de asco, pensando que aquella chica tenía muy malos gustos para elegir hombres.

Y antes de que el tipo dijera media palabra, ella señaló hacia las escaleras que conducían al piso superior con indiferencia.

Al menos quería darle algo de tiempo a la chica para que dejara de llorar, y quizás abrirle los ojos para que dejara a este hombre antes.

Luego de que el hombre corrió escaleras arriba, la posadera fue a la cocina a hablar con la joven.

Pero quien lo diría, esa chica ya no estaba en la cocina. Al parecer se escapó por la puerta trasera que alguien había dejado abierta.

"Ese viejo campesino, cuantas veces le he dicho que cierre la puerta después de que descargue las verduras. ¡Cada vez estaba más senil!"

Se quejó la posadera y la cerró con llave.


Amber, quien no hace mucho había salido por aquella puerta, se había topado con una carreta de verduras y se metió acostada dentro de esta, acomodada entre las batatas, repollos y zanahorias todavía con sus hojas.

El anciano dueño de la carreta, tan solo había ido a una tienda cercana a comprar el pan que tanto le gustaba a su esposa, y aprovechó para comprar un saco de arroz para su familia. 

Al volver y querer acomodar su saco de arroz en la parte trasera de la carreta, se encontró un par de ojos dorados enrojecidos por las lágrimas entre sus repollos y zanahorias.

La joven temblaba, recordándole a un pequeño y lindo conejito asustado. 

Sus ojos suplicantes y la señal de silencio que ella hizo con su pálido dedito sobre sus labios, convencieron al anciano de ayudarla.

Pero qué problema, el vestido color salmón de la chica causaba demasiado contrastante con el verdor de los vegetales que la rodeaban.

El anciano le sonrió de manera tranquilizadora y acomodó las hojas de sus verduras, de manera en la que fuera difícil encontrar, a primera vista, a la joven que se escondía.

Subió a su carreta y se dirigió tranquilamente de regreso a su hogar.

Aún no lograba vender toda su cosecha, pero ¿qué importaba? Todavía habría una oportunidad mañana. Pensó.


En el camino se topó de frente y a la distancia con uno de esos nobles, los cuales solían mirar a los plebeyos como él con desprecio, cabalgando en sentido contrario, como si se acercara hacia él a toda velocidad. 

El noble parecía estar enloquecido, y sus ojos estaban inyectados en sangre, haciéndolo lucir realmente aterrador.

El anciano ni siquiera se atrevió a levantar la mirada y siguió conduciendo la carreta, intentando disminuir su sentido de presencia. 

Los nobles tenían fama de desquitarse con el débil cuando no eran felices, y no quería ser él quien corriera con esa suerte.

Pero cuando el noble pasó a su lado, no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda, con un mal presentimiento.

Amber en la parte trasera de la carreta mantenía los ojos fuertemente cerrados, rogando por no ser alcanzada, por no ser vista. Incluso intentando respirar lo más silenciosamente posible, a pesar de lo agitada que estaba. Casi a punto de sufrir un ataque de pánico.

Duncan, luego de pasar aquella carreta, tuvo una sensación extraña, pero asumió que todo se debía a la emoción que sentía, pues pronto volvería a ver a su amada. 

Y espoleó el caballo para que este fuera aún más rápido.


El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora