Capítulo 17

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Duncan Valis había hecho todo lo posible para quedarse tranquilo durante este tiempo, soportando no verla, a pesar del quemante anhelo.  

Y este se convirtió en una tortura. Después de todo, consideraba a Amber toda la única luz en su oscuro mundo.

Sus pensamientos únicamente estaban llenos de ella, riendo, entre cerrando aquellos hermosos ojos dorados mientras sonreía, de su uniforme blanquinegro ondeando al viento mientras corría entre las flores del jardín, de los reflejos al sol de su cabello castaño claro.

Cada día la extrañaba y cada noche la añoraba, sobre todo después de tener que soportar el asqueroso toque de la duquesa.

El tiempo y la distancia causaban que su voluntad de mantenerse lejos de ella flaqueara, pero necesitaba que la duquesa bajaba la guardia.

Entonces, cuando parecía que sus fuerzas de resistirse a buscarla ya no daban para más, se había dirigido al jardín en medio de su desesperación, a pesar de que sabía que no la encontraría ahí... tan solo necesitaba unos momentos en el lugar donde solía verla jugar con su hijastro. 

Creyó que eso sería un consuelo, pero nunca fue suficiente. 

Los días pasaron, convirtiéndose en semanas, y las semanas en tres largos meses. El humor del duque fue empeorando, cada vez más irritable e iracundo, pero también cada vez más deprimido y resentido con quien lo separaba de su amada... la cruel duquesa. 

Y al no poder vengarse de la culpable, se volvieron cada vez más frecuentes las veces que estallaba contra la servidumbre. 

Entonces, un día, la espera parecía haber sido recompensada, la duquesa al fin parecía haber retirado la vigilancia extra.

Así que, luego de comprobarlo varias veces, esa tarde arregló todo con el mayordomo. Necesitaba que esas sirvientas de miradas lascivas fueran lo más descaradas posibles durante la mañana siguiente cuando estas fueran a limpiar su habitación. 

En especial esa sucia criada que habían puesto a su lado como remplazo de su Amber, a quien no podía perdonar.


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A la mañana siguiente, la duquesa estaba en su estudio, revisando algunos documentos, cuando llegó corriendo el mayordomo y llamó a la puerta, entrando una vez que obtuvo el permiso.

"Mi señora, ha ocurrido una situación con su excelencia... será mejor que venga a ver"

La duquesa reveló un rostro lleno de angustia ante las palabras del agitado Albert y se apresuró hacia las habitaciones de su esposo con desesperación. 

 Hace menos de una hora acababa de desayunar con el duque, ¿Qué podría haber pasado en tan poco tiempo?

En cuanto la duquesa llegó, pudo ver un desastre en el salón de recepción de su esposo, sillones volteados, pedazos de porcelana rotos y flores esparcidas por el suelo.  Así como tres filas de sirvientas temblando hincadas frente a Duncan, mientras este les arrojaba cualquier objeto que llegaba a sus manos, gritándoles con furia.

"¡Todas ustedes! ¡Nunca se cansan de mirar lo que no deben con codicia! ¿Por quién me toman? ¡Acaso me menosprecian! ¡¿Creen que no me atreveré a cortar sus cabezas?!"

Cecilia sabía que Duncan nunca había sido un hombre violento o iracundo, por eso se sorprendió de sobre manera al presenciar sus acciones. Tal comportamiento trajo de vuelta a su memoria recuerdos de sus primeros meses de su matrimonio, cuando él intentaba de todo para escapar y para que ella no se le acercara. 

"Todos, afuera.  ¡Ahora!" Ordenó de forma autoritaria la duquesa y entró a la habitación. Ante lo cual todas las sirvientas palidecieron y se retiraron con dificultad, debido a sus piernas débiles por el miedo. Dejándolos solos.

En el centro de la habitación, Duncan tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se negó a mirarla.

"¡¿Para esto te casaste conmigo?!" 

La voz fría y resentida del duque retumbó en la habitación como si fuera un trueno, causando un sobresalto en su esposa

"¡!"

"¡¿Acaso fue para hacerme el hazmerreír de la servidumbre?!"

Tal reclamo amargo hirió profundamente a la duquesa, pero aun así ella respondió con una voz sumamente dulce

"¿De qué estás hablando, Cariño? ¿Por qué dices eso?" 

Duncan soltó una risa burlona en cuanto la escuchó preguntarle, completamente asqueado. Ahora, para lograr lo que se proponía, tendría que sacar las palabras que durante años se había tragado, ocultándolas en lo profundo de su mente, deseando jamás haber tenido que pronunciarlas, hiriendo su ego en el proceso. 

-Pero... ¿Qué más da?-   pensó   -Mi inútil ego es lo único que esta mujer despiadada no ha logrado romper aún-

"No me dirás que no lo sabes. -comenzó- ¿Hasta cuando vas a fingir demencia, Cecilia Creonia? Todo el mundo sabe que solo soy el duque de nombre, la realidad es que no soy más que una propiedad para ti, tan solo algo hermoso para ver y que satisface tu vanidad día a día. Únicamente... un adorno."

"¡No!, ¡no digas eso! ¡Duncan, yo te amo!... ¡Te amé desde el primer día en que te vi!" 

La duquesa estaba genuinamente angustiada, sus ojos se aguaron, e intentó sujetar el brazo del objeto de su amor, pero él la esquivó, alejándose de ella, como si fuera la cosa más repulsiva que jamás hubiese mirado. 

Cecilia Creonia vio su mano vacía, y no podía entender, ¿Qué acababa de suceder para causar este comportamiento en su amado?, cuando, hasta hace unos momentos, todo parecía ir tan bien.  De hecho, luego de su rechazo durante los primeros años de su matrimonio, esta actitud hacia ella nunca antes habían vuelto a ocurrir.

Ella cayó de rodillas ante él. Sin importarle el dolor sordo que le causaron los trozos de porcelana que se incrustaron en sus rodillas, los cuales pertenecían a lo que antes había sido una delicada taza de té.

"Por favor, dime que fue lo que sucedió... yo lo arreglaré. ¡Castigaré a los responsables!" 

Lo que más le dolía a la duquesa era la indiferencia de su amado esposo, aquellos hermosos ojos fríos que ni siquiera querían mirarla y su cruel rechazo. Entonces, las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la duquesa. 

Y el duque sonrió al verla así. 

-De saber que ella se hincaría sobre la vajilla rota, habría roto aún más objetos en este lugar-  Pensaba.

Intentando disimular su felicidad, el duque apartó el rostro nuevamente y comenzó la actuación nuevamente.

"Si realmente fuera como dices, si de verdad me amaras, no me humillarías enviando a esas descaradas a servirme"

"No... yo no..."

"¡Todas esas que me sirven son así!, ¡Odio que esas sucias sirvientas me miren con codicia!. 

Sin embargo, lo he soportado hasta ahora. 

Pero la doncella que la duquesa me asignó hace unos meses es sin duda la peor y más descarada. 

¡Quiero que las cambien a todas!. No me importa quienes sean, elige solo las que sean serias en su trabajo, únicamente a las que jamás se atreverían a verme de aquella manera"

La duquesa, al darse cuenta del problema, asintió con vehemencia. Mientras que en el fondo de sus ojos había una ira incontrolable hacia todas las criadas que acababan de salir. 

¿Quién se había atrevido a mirar con deseo a su hombre? 

Sin importar quienes fueran les sacaría a todas los ojos y cortaría sus manos para que nunca más se atrevieran a codiciar a su amado, pensó.





El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora