Capítulo 72

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Duncan daba vueltas y vueltas entre sus sabanas sin poder dormir, pensando en la estrategia que usaría para lograr sus objetivos. 

El primer problema era que no tenía a nadie de confianza que pudiera obedecer sus órdenes, además de Albert. 

Necesitaba a alguien que le fuera completamente fiel, que pudiera pelear y sobre todo, alguien a quien la Duquesa no pudiese sobornar. Alguien que pudiera permanecer a su lado, y que se encargara de todo el trabajo sucio. 

Tal vez si acudía al mercado negro podría encontrar a alguien con estas características. Y aunque comprar un esclavo calificado era algo muy caro, el dinero no sería un problema ahora que poseía una de las minas de piedras de maná del reino.

También debería de construir su propia armada; sin embargo, llevaría muchos años hasta que esta pudiese usarse, así que debería comenzar cuanto antes.

Y con respecto al asunto de "escoltar" a su amada a salvo, hasta la cabaña oculta en donde ella viviría en el futuro... 

Duncan pensó en que lo mejor sería ir preparando el terreno para qué, en cuanto supiera en donde se encontraba, fuera su propio cuñado quien le ayudase a capturarla sin siquiera darse cuenta. 

El "cómo" era bastante sencillo. 

Su majestad, el rey, albergaba algo de culpa por haberlo obligado a casarse con su hermana siendo tan joven, y a la vez siempre había intentado actuar como un mediador en su matrimonio.

Y aunque la culpa de su cuñado no era suficiente como para ayudarlo a tener una amante, esta sí haría que aceptara casi cualquiera de sus peticiones.

Así que bastaría con halagar a los guardias del rey, y a la vez quejarse de que la Duquesa no lo veía como a un verdadero Duque. Por qué nunca le había permitido tener a sus propios caballeros, y ni siquiera un guardia personal que pudiese ser su escolta y su confidente.

Hablaría de cómo no era más que un Duque de papel para el mundo, una mascota para la dominante Duquesa. 

Duncan estaba seguro de que esto enfurecería al rey, pues lo que más odiaba era que la gente hablara mal de su adorada hermana. 

Alonso Creonia era un hombre muy inteligente, pero solía volverse un tanto impulsivo cuando se trataba de su hermana Cecilia.

Así que lo más inteligente para Duncan, sería hacer su jugada durante la celebración que se llevaría a cabo en honor a Argen la siguiente semana. 

De esa manera, era casi seguro de que su "querido cuñado real" se apresuraría a nombrar, sin pensar, a uno de sus mejores escuadrones de caballeros como los nuevos escoltas exclusivos del Duque de Argen.

Y al hacerlo frente a todos los nobles, el rey no se atrevería a retirar sus palabras.

Oh, y claro que se arrepentiría, un rey tan orgulloso de sus escuadrones de caballeros... quitarle a uno lo haría tener sin dudas una sensación de falta de voluntad.

Entonces, Duncan, siendo comprensivo ante la perdida de su majestad, pretendería negarse y sugeriría que, en su lugar, él mismo pudiese elegir de entre los reclutas recién graduados a sus propios guardias personales. 

Si elegía reclutas de origen plebeyo, era más probable de que estos le fueran fieles, que no fueran cercanos a alguna casa noble, y que pasarán por alto ciertos detalles, que para quienes crecieron en la nobleza serían obvios. Además, a estos era más fácil cerrarles la boca con dinero.


Duncan sacó el único recuerdo que le había quedado de su amada de debajo de la almohada y sonrió lleno de calidez mientras acariciaba el frío metal plateado de la daga. 

"Espero que no me resientas demasiado, cariño" Murmuró.

"Para que Cecilia no sospeche deberé acusarte de un crimen a pesar de que eres inocente. Pero descuida, pronto limpiaré tu nombre y te llevaré al que será nuestro hogar. Te garantizo que ni uno solo de tus cabellos será lastimado" 


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Una semana más tarde, el día de la celebración en el palacio.

La Duquesa de Argen fue a buscar al Duque a sus habitaciones, para averiguar por qué aún no había bajado. Si no se daban prisa llegarían tarde.

A estas alturas, lo usual era que fuera él quien la estuviese esperando abajo de manera impaciente, y no al revés.

Afuera de las habitaciones se encontraba el mayordomo con el rostro pálido, y en cuanto la vio la saludó con una reverencia.

"Su Alteza"

"¿Qué sucede? ¿Por qué Duncan tarda tanto en prepararse?" Preguntó, pero en ese momento, a través de la puerta entrecerrada, se escuchó un estruendo. Lo cual hizo que la Duquesa entrara sin esperar la respuesta del mayordomo.

Dentro de la habitación interior estaban Kara y Mily, temblando con la frente pegada al piso.

"¡No pudo haber desaparecido!" Gritó el Duque "¡¿Saben el significado de esa pieza?!..."

"¿Qué sucede?" Preguntó la Duquesa al ver a su esposo tan agitado, acercándose y tomando sus manos.

Duncan esquivó su mirada, pero ella aún pudo ver el estado de ánimo complicado en aquellos hermosos ojos morados.

"Lo siento, Cecilia, creo que lo perdí"

"¿A qué te refieres, cariño?"

"Es que... Para la celebración de hoy quería llevar aquel anillo que me dio su majestad como un regalo de nuestra boda, el que pertenecía al difunto rey. Pero ¡no puedo encontrarlo!, ¡no está en el joyero en donde lo había dejado!"

El Duque parecía estar realmente arrepentido y apenado por la perdida.

"¿El anillo de papá?" 

Susurró la Duquesa con una expresión mezclada de tristeza e incredulidad. 

El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora