Capítulo 31

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Luego de regresar a su habitación, Amber se lamentó. Había pasado mucho tiempo en las habitaciones de Maximilian, apropósito para evitar al Duque de Argen, que ya no pudo visitar al chico de las caballerizas para que la ayudase a instalar la nueva cerradura en su puerta. 

El chico de las caballerizas era a quien usualmente llamaban las criadas cuando algo se rompía o estropeaba en los cuartos de la servidumbre, así que seguramente sería capaz de ayudarla. 

Pero ahora era tan tarde en la noche que le sería imposible dejarlo venir. 

Amber volvió a arrastrar el pesado escritorio frente a la puerta con mucho esfuerzo, y se sentó sobre la cama abrazando sus rodillas, mirando hacia la puerta bloqueada con miedo en sus hermosos ojos dorados. 

El Duque debe estar furioso con ella ahora mismo. Así que era caso seguro que esta noche volvería a su habitación, tal vez incluso sería más persistente para entrar.  


Cuando Amber despertó, se sobresaltó al darse cuenta de que se había quedado profundamente dormida en algún momento durante la noche. Pero al ver que todo en la habitación estaba en orden, respiró aliviada. 

Amber a veces deseaba que alguien descubriera que el Duque se colaba casi cada noche a los dormitorios femeninos de la servidumbre, y que se lo informaran a la Duquesa. 

Pero cuando se ponía a pesar en que eso seguramente la implicaría, le daba escalofríos. 

Si eso sucediera, el Duque, tal vez, pelearía con su esposa. Pero a ella, la Duquesa la mataría cruelmente, sin importarle que fuera inocente o no.

La joven dio un largo suspiro y, luego de lavarse y vestirse, se dirigió hacia el comedor de empleados. 

Por una agradable coincidencia se topó en este con el chico de las caballerizas, quien estaba conversando con otra sirvienta. 

Amber espero a que terminara antes de pedirle que fueran al pasillo lateral que conducía a las cocinas, un lugar en donde no serían escuchados fácilmente.

El joven tenía algunas dudas, pero aun así la siguió.

Entonces Amber le pidió que instalara la cerradura de hierro en su habitación y le devolvió las herraduras que previamente le había prestado. 

"Señorita, ¿Está segura?. -Cuestionó el joven-   Jamás ha habido un caso de hurto en el Ducado, sobre todo entre compañeros sirvientes" 

Aquel hombre de piel color trigo, frunció el ceño, parecía un poco osco ante la petición de la chica.

Amber se apresuró a negar sus conclusiones, agitando las manos, y esbozando una sonrisa incómoda. 

"No, no me malentienda. Quiero que ponga la cerradura de pestillo hacia dentro de la habitación, no hacia afuera"

El joven tenía la palabra sospecha escrita en todo su rostro, y sospechando que había algo turbio detrás, se negó de inmediato 

"No me meta en problemas, señorita. Poner una cerradura extra no es una reparación común. Recuerde que las habitaciones son un préstamo del Ducado para los empleados" 

"Por favor, ¿si?. Yo asumiré toda la culpa si alguien se entera, nunca implicaré al joven" 

La chica frente a él parecía tan desesperada y suplicante que lo conmovió, logrando que dudara de su negativa 

"Estaré de acuerdo, siempre y cuando la señorita me pueda dar una buena razón" 

Los ojos llenos de escrutinio estaban fijamente sobre de ella, esperando una respuesta. Pero era imposible para Amber decirle que todo se debía a las angustiosas e inmorales visitas nocturnas del Duque. 

Sintiéndose humillada, y sumando eso a lo mal que la había estado pasando todo este tiempo, los ojos de la pequeña sirvienta se llenaron de lágrimas que intentó contener desesperadamente. Por lo que se mordió labio, y metió apresuradamente algunas monedas en las manos del joven, casi obligándolo a aceptarlas mientras suplicaba. 

"Por favor, no me pregunte eso. Solo ayúdeme, ¿Sí? Yo... Yo... " 

La voz entre cortada, y el próximo llanto, fueron suficientes para que él aceptara instalar la cerradura sin atreverse a hacer más preguntas. 


Antes de regresar al comedor, Amber respiró profundamente varias veces hasta recuperar la compostura.

En ese momento, Mily y Kara ya estaban por terminar su desayuno cuando la vieron acercarse.

 Ambas notaron sus ojos ligeramente enrojecidos y la expresión cansada en su compañera, pero no dijeron nada al respecto, en un entendimiento tácito. 

Ellas, por sí mismas, habían llegado a la conclusión de que el estado de Amber se debía a que constantemente era regañada por su Excelencia. Y a que, seguramente, tenía temor de que en cualquier momento esta pudiese perder su trabajo en el Ducado. 

Así que simplemente, ambas no querían agregar sal a la herida comentando algo al respecto. 

Cuando Amber también se sentó.  Kara tragó el bocado de pan que había estado masticando y suspiró, antes de transmitir la advertencia que el mayordomo le había dado esta mañana, a ambas

"Hoy tengan...  Especial cuidado al servir a su excelencia el Duque" 

Las palabras fueron un poco trípticas, pero las tres sabían bien a que se referían estas. 

Mily, quien era la más impulsiva e inocente de las tres, arrugó el rostro y espetó 

"Así que anoche fue llamado, pobre Duque... Mmh" 

Kara se había apresurado a bloquear la boca de Mily, así que esta ya no pudo continuar 

"Cállate, no digas esas cosas en voz alta" susurró Kara, molesta, mirándola con advertencia. 

El odio del Duque por su esposa era algo conocido por todos los empleados en la mansión Argen. Pero el hecho de que este tenía que servir a la Duquesa en contra de su voluntad, solo lo sabían quienes tenían que servirles directamente a los Duques. 

Este suceso siempre cambiaba los estados de ánimo de ambos amos. Para unos significaba que la Duquesa daría recompensas más fácilmente, debido a su buen estado de ánimo.

Pero para otros significaba que caminarían durante todo el día sobre hielo delgado, cuidando constantemente de no atraer la ira del Duque sobre sus cabezas. 

Entre la gente que había recibido la advertencia del mayordomo esta mañana, se contaban cocheros personales, los chefs de la cocina, servidores del comedor, las sirvientas de aseo, y, desde luego, las sirvientas personales del Duque. 

Y cada que llegaba esta clase de días, Amber recibía muchas miradas de los otros sirvientes, algunas eran de regodeo y otras tantas de lástima. Pues todos sabían que la mayoría de las veces era ella quien más sufriría la ira del Duque. 


El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora