"Cabello plateado y ojos morados, esas siempre han sido las características innegables de la familia originaria de su excelencia, los Valis, ¿No es cierto?"
"Así es"
"Entonces, ¿Por qué su majestad sigue diciendo que el niño es la viva imagen de la Duquesa?"
"No lo sé. Debe ser porque su alteza casi pierde la vida por dar a luz al pequeño amo..."
El cuchicheo de las sirvientas no pasó desapercibido para los oídos de Duncan, quien acababa de salir de la habitación de la Duquesa.
En cuanto lo vieron, las criadas palidecieron y bajaron la mirada, avergonzadas.
Hablar descuidadamente sobre su majestad o los Duques podría considerarse una ofensa grave, pero a Duncan realmente no le importaba si lo hacían o no.
Así que las ignoró completamente, pasando frente a ellas.
Debido a que Cecilia se había quedado dormida, la nodriza acababa de llevarse al recién nacido a la habitación de al lado para alimentarlo y hacerlo dormir.
Justo cuando Duncan caminaba frente a esa puerta, esta se abrió y la nodriza salió con el niño dormido en brazos.
"Excelencia"
El hombre agitó la mano para indicarle que regresara a la habitación de Ilian, con este.
"Déjalo en la cuna y llama a una Nana para que lo cuide mientras duerme. No molestes a Cecilia llevándolo de regreso. Si el niño despierta, su llanto podría incomodarla"
La nodriza obedeció, dejando a padre e hijo solos en la habitación y fue a llamar a una de las Nanas del pequeño.
Duncan se paró frente a la cuna y miró fríamente al recién nacido dormido en esta.
Él realmente estaba tratando de ser paciente, soportando, fingiendo ser un buen esposo y padre, hasta que pudiera recuperar un poco de su libertad para seguirla buscando.
Pero le era excesivamente difícil actuar convincentemente cuando se enfrentaba al niño, porque cada vez que lo veía solo podía recordar el asco que sintió cuando este fue concebido, las manos repulsivas que lo tocaban con deseo, el aire cargado de aroma a lujuria de la habitación, y los ojos llenos de obsesión que solo lo contenían a él.
Cecilia nunca le permitiría olvidar que este era el hijo de ambos.
Cada vez que él tenía que entrar a "visitar a la Duquesa" en su habitación, esta le pediría el niño a las nodrizas y lo sostendría amorosamente en sus brazos para que él pudiese verlo. Siempre pronunciando las mismas palabras
"¿No es hermoso?, Duncan. Es nuestro hijo" "Ilian es el fruto de nuestro amor, Duncan" "En ese pequeño cuerpecito nuestra sangre siempre estará mezclada"
Tan solo al recordarlo, Duncan sintió que su estómago se revolvía y murmuró un amargo "Ojalá no existieras" Al bebé dormido. Soportando la repulsión que le causaba estar contemplando a su propio hijo.
El pequeño en la cuna, al escuchar aquellas frías palabras, despertó para sonreírle dulcemente a su padre mientras estiraba sus pequeños bracitos regordetes hacia él. Como si le pidiera un poco de cariño.
Sin embargo, Duncan le dio la espalda con indiferencia y salió de la habitación, dejándolo completamente solo. Y se dirigió a su propia recámara.
Desde el nacimiento del niño, el Duque ya no tuvo que soportar dormir en la misma habitación que Cecilia, todo gracias a que el médico real dijo que compartir el lecho no sería bueno para la recuperación después del parto.
Por fortuna el galeno lo había dicho frente a su majestad, así que Cecilia no pudo negarse a acatar la recomendación.
En estos días, debido a la débil salud de la Duquesa, su majestad había continuado viniendo a visitarla prácticamente a diario. Y cada vez que lo hacía sonreía con preocupación a la Duquesa y jugaba con el niño, jurando que el bebé era la viva imagen de su hermana o de alguien de la familia real.
"Se parece a nuestro abuelo..." "Sus cejas son como las de nuestra madre..." "Tiene tu rostro Cecilia"
Entonces, Duncan solo podía pararse al lado de la cama, asintiendo y tomando amorosamente la mano de la Duquesa, durante al menos una hora completa.
Pero lo peor era la mirada burlona de Alonso.
Cada vez que se lo observaba era como si supiera exactamente que cada una de sus expresiones eran solo una mera actuación.
Su majestad parecía satisfecho al verlo actuar, y sus palabras le recordaban constantemente qué era lo que esperaba de él, además de aquella amenaza que le hizo llegar cuando lo había encerrado en la mansión luego de que casi mata a Maximilian.
"¿Qué se siente ser padre por primera vez, cuñado?" "Debes estar muy agradecido de que mi hermana haya puesto su vida en riesgo solo para darte un hijo" "Realmente espero que al fin puedas hacer felices a mi hermana y a mi sobrino..."
Él... únicamente continuaba soportándolo por Amber, porque quería una nueva oportunidad para encontrarla.
Ahora que ese maldito chico, Maximilian, ya no se interpondría más en su camino, estaba seguro de que podría encontrarla fácilmente.
El recuerdo de la risa de Amber en aquel jardín de rosas del Ducado, cada vez se estaba desdibujando más y más en su memoria.
Sabía que ella no quería estar cerca de él, pero simplemente no podía aceptarlo.
Nadie podría hacerla más feliz o cuidarla mejor que él mismo.
¡No!
Estaba seguro de que ella solo se escondía por causa de quienes no dejaban de interponerse en su destino: la Duquesa, Maximilian e incluso ese hombre de cabello rosado.
Amber simplemente no tenía idea de lo feliz que él podría hacerla... no podía culparla por huir... si tan solo supiera que estar con él era lo mejor para ella... si lo supiera ¡ella no huiría!.
Duncan, a veces sentía que estaba enloqueciendo... sobre todo después de que su majestad lo había encerrado en esta mansión con la Duquesa.
Antes, al menos podía distraerse buscando a su amada, pero ahora...
A veces, lo único que podía darle la fuerza suficiente para soportar continuar día a día, y mantenerlo cuerdo, eran los objetos que Amber había dejado atrás "para él".
Pero era triste, por temor a ser descubierto por la Duquesa, él no se había atrevido a mantener consigo demasiados de sus tesoros.
Solo la daga con la que Amber lo amenazó cuando "se besaron" por primera vez y el camisón con el que ella solía dormir cada noche.
El resto aún permanecía en su "pequeño santuario" oculto, el cual era la casa en la que su amada había estado viviendo mientras se escondía de él en aquel pueblo.
Ahora, Duncan al fin podía dormir abrazando nuevamente estos tesoros en sus manos cada noche.
Cerrar los ojos con el aroma de Amber, abrazando su camisón como si fuese su cuerpo o besando el frío metal de aquella daga, y perdiéndose en cada memoria que tenía de ella.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...