Volviendo a mirar la negrura de la noche afuera de su ventanal, Duncan se prometió a sí mismo encontrar a su amada Amber cuanto antes, pues no permitiría que ningún otro hombre se atreviese a tocarla.
-¡Es imposible!-
Se dijo a sí mismo, recordando lo dicho por la Duquesa hace poco, y sus ojos se oscurecieron
-¡Es imposible que ella se haya marchado para casarse con otro!-
Si esto resultara ser verdad, Duncan no sabía de lo que sería capaz.
Así que lo mejor era buscar a alguien para que investigara la veracidad de esta información cuanto antes.
De lo contrario, no podría estar tranquilo.
También tenía que encontrar una oportunidad para contratar a alguien de confianza que recopilara cualquier información sobre ella, vigilara la casa de sus padres, e interceptara cualquier carta que pudiese revelar detalles sobre su paradero.
Entonces, una vez que la encontrara, la encerraría en un lugar seguro.
Ganaría paso a paso su propio poder, recuperaría su libertad y se casaría con Amber, dándole una gran y hermosa boda.
Sin embargo, los mejores gremios de información estaban en la capital, y no podía enviar a Albert a esta para contratar a uno porque podría llamar la atención de Cecilia al hacerlo.
Si tan solo tuviera más tiempo, buscaría a alguien de confianza para enviarlo a la capital, a encargarse de sus tareas secretas.
Pero como no era así, no le quedaba de otra que encontrar una excusa para ir a la capital personalmente.
Una vez ahí, sería muy fácil encontrar una excusa para que Albert saliera.
Duncan comenzó a planear lo que haría una vez que supiera del paradero de Amber.
Diciéndose a sí mismo que cuando ellos (el gremio) la secuestraran según su pedido, se aseguraría de estar presente para que su amada no tuviera miedo.
Y la enviaría a una de las pocas propiedades a su nombre, una de la que únicamente él conocía su existencia.
Duncan sonrió con melancolía.
En aquel entonces ese lugar iba a convertirse en su santuario una vez que escapara de su familia. Una hermosa cabaña en medio del bosque y al lado de un acantilado, en un lugar recóndito.
Este era un sitio en el que había planeado vivir de incógnito para siempre.
Quien diría que antes de poder huir, sería obligado a casarse con la Duquesa viuda y condenado a vivir en este infierno.
La Duquesa tocó la tetera sobre la mesa y descubrió que el té se había enfriado hace mucho.
Se levantó y le quitó la taza de las manos a Duncan
"No bebas eso. Está frío y no sabrá bien"
Y tomándolo de las manos hizo que este se levantara, para poder abrazarlo. Recargando su cabeza sobre del cálido y fuerte pecho del hombre.
De inmediato, el aroma del perfume de la mujer inundó las fosas nasales del Duque, haciéndole mostrar una mueca de profunda repulsión.
Odiaba este aroma, por qué era justo como ella, arrogante, transgresor, pegajoso, demasiado intenso, e incluso un tanto vulgar.
Odiaba todo de Cecilia, cada caricia, cada toque, el aliento que podía sentir cuando ella lo besaba.
En estos momentos sabía exactamente lo que ella quería y lo próximo que haría.
Pero él estaba renuente, aún más de lo usual.
Hoy había sido un día de muchos altibajos, así que estaba cansado.
Y esta mañana al fin había tenido entre sus brazos a la mujer que amaba con locura, e incluso la había besado.
Quería irse a dormir esta noche refugiándose en este recuerdo.
Así que no estaba dispuesto a atender hoy a la Duquesa en la cama.
Sentía que esta repulsiva mujer borraría con su toque todo rastro de su amada en su persona.
Pero Cecilia nunca lo escuchaba, siempre tenía una excusa, y cuando esto no funcionaba usaba todo tipo de tácticas duras y suaves para obligarlo.
"Por favor, mi amor. -Suplicó ella, mirándolo a los ojos- Necesitamos tener un hijo para que herede el título de Duque en un futuro"
"¿No tienes ya un hijo? ¿No le dejarás a él el título?" Preguntó exasperado, aun sabiendo la respuesta.
"¡No!, ¡El Ducado solo puede pertenecer al hijo que tendré contigo!"
Respondió ella con vehemencia.
Poco a poco, Duncan fue empujado hacia la cama por la mujer frente a él.
Llevándolo, una vez más, a vivir una noche terrible.
Esta vez en cuanto la Duquesa se durmió, Duncan se puso de pie y fue a lavarse, completamente asqueado, tallando compulsivamente toda su piel hasta que esta se enrojeció, en su intento por borrar todo rastro de aquella repulsiva mujer. Sin importarle lo helada que estaba el agua de la bañera.
Cuando terminó y se vistió, sacó con cuidado aquella daga de su caja fuerte y la abrazó con ternura, derramando lágrimas.
"Te extraño tanto... tanto"
Se atrevió a susurrar en medio de la oscuridad, aferrándose a lo único que tenía de su amada.
La duquesa estaba de muy buen humor esa mañana.
En cuanto despertó, se paró frente al espejo de plata y se tocó el vientre plano con anhelo.
Esperaba que por fin su amado hubiese dejado a un heredero en su vientre.
Sonrió al imaginar como su estómago crecería poco a poco una vez que estuviese embarazada, y se imaginó como sería el hijo de ambos, con una sonrisa tonta.
Cuando al fin lo tuviera entre sus brazos, se aseguraría de mimarlo con profundo cariño, tratándolo siempre como lo más preciado.
Cecilia estaba convencida de que si tuviera un hijo de ambos, las cosas cambiarían.
El niño lograría que Duncan olvidara su resentimiento en contra de ella.
Y entonces el corazón de su amado se ablandaría, para que ella lograse entrar en este y ocuparlo por completo.
Era una lástima, la Duquesa no podía haber adivinado, que Duncan había estado bebiendo algo que evitaría la posibilidad de dejarla embarazada. El único que conocía este secreto era Albert.
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El regreso de la extra
RomanceAmber Vilches, luego de recordar su vida como Han Ji-a, se da cuenta de que tan solo es una extra dentro de una novela, un personaje que únicamente sirvió para marcar de manera trágica la infancia del villano, Maximilian Arges. Un desafortunado vill...