Prólogo

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Llegaba tarde e iba deprisa, cuando una tienda de videojuegos le llamó la atención. No hacía tanto que habían cerrado los servidores del juego al que había estado jugando durante varios años.

Es cierto que apenas había entrado durante el último año, desde que una de las dos personas del grupo lo había dejado. No lo conocía personalmente, ni a la otra, pero a pesar de ello se había sentido muy unida a ellos.

Había empezado a jugar aconsejada por unas amigas, para evadirse de sus problemas, de su reciente divorcio. Su marido había sido dulce, atento y considerado, hasta que se habían casado. Entonces, había descubierto que era celoso, posesivo e incluso agresivo. Después de que la pegara por primera vez, se había marchado de casa, lo había denunciado e iniciado los trámites de divorcio.

La experiencia había sido traumática. Había estado muy enamorada de él, o, más bien, de quién creía que era.

Durante meses, había estado deprimida, llorando día sí día también. Pero en el juego había encontrado distracción y una pequeña familia, pequeña familia a la que echaba de menos.

–¡Plaf!

De repente se encontró en el suelo, un tanto adolorida por el golpe. Distraída, se había golpeado contra alguien. Era una chica de unos quince años, que vestía ropas un tanto peculiares. Tanto éstas como su maquillaje parecían del estilo que llaman gótico.

–¡Lo... Lo siento! ¿Estás bien?– se disculpó.

–Sí, sí... Es culpa mía, estaba distraída– se disculpó también la chica.

Ambas se levantaron, mirando alrededor. Sus miradas se encontraron con la de un adolescente que estaba frente a la tienda de videojuegos, mirándolas, sin saber si reír o ir a ayudarlas. Ambas se sonrojaron, se miraron un momento, y luego se apresuraron a seguir su camino.

La mujer estaba un tanto abochornada y se alejó a paso rápido, no deteniéndose hasta que llegó a la terraza donde estaban sentadas otras cinco mujeres.

–¡Llegas tarde! Estás un poco roja, ¿Has encontrado un ligue por el camino?– se burló una de ellas.

–Oh, vamos, no te rías de mí. Se me ha hecho tarde y casi he venido corriendo– se defendió ésta.

–Es un lástima. Pero hay un camarero muy guapo, está para comérselo. Ahora lo llamamos, a ver que opinas– se burló otra.



Recordaba aquel día, en parte porque hoy volvía a estar reunida con las mismas amigas. Habían pasado diez años desde entonces, y ella había vuelto a llegar tarde.

Otra vez, todas se burlaron un poco de ella, aunque también estaban preocupadas. Desde su divorcio, no había querido saber nada de otros hombres, a pesar de que habían tratado de presentarle a unos cuantos. Lo que no sabían era que ya había alguien en su corazón, aunque el problema estaba en que ese alguien no era real.

Estuvieron varias horas charlando, riendo y cotilleando, hasta que empezó a hacerse tarde y tuvieron que irse cada una a su hogar. Les sorprendió que la mujer insistiera varias veces en invitarlas, y al final no tuvieron más remedio que aceptar.

Las vio marcharse sin saber si aquella sería la última vez. No había querido decírselo para no preocuparlas. Si todo salía bien, se lo contaría y aceptaría sus reprimendas. Si no, al menos no tendrían que sufrir la angustia hasta que llegara el momento.

En una semana la operaban. Era una operación de vida o muerte, y las probabilidades de morir eran altas. Sólo su familia lo sabía.



Cuando las cinco amigas se reunieron, el ambiente no era el mismo que en otras ocasiones. Se saludaron con abrazos y lágrimas a medida que fueron llegando, y el tema de conversación era un email que todas habían recibido. Empezaba así: "Si recibís esto es que algo ha salido mal y no he superado la operación. Espero que me perdonéis por no habéroslo contado..."


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–¿La operación ha salido bien? Debe de ser así, si estoy despierta.

No sentía ningún dolor. Sólo la confusión de despertarse en un lugar silencioso y completamente oscuro. Se sentía extraña, aunque lo atribuyó a los efectos de la operación y la anestesia. Sin embargo, no se sentía en absoluto débil, y tampoco tenía los típicos tubos del gota a gota.

–¿Hola? ¿Hay alguien?

La única respuesta fue un eco que la dejó atónita. Al cabo de un rato de permanecer en la más absoluta oscuridad y silencio, decidió intentar incorporarse muy despacio. No quería que se le abriera la herida de la operación.

–¿Qué está pasando?– se preguntó.

En lugar de una cama en el hospital, estaba en el suelo de piedra. Se levantó con cuidado, pero no sintió el más mínimo dolor. De hecho se sentía perfectamente, mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo.

Avanzó despacio, con su mano siempre apoyada a la pared de piedra, totalmente desorientada. Era una especie de túnel, como una cueva, algo que a lo que no encontraba explicación, a no ser que fuera un sueño. Pero era un sueño muy real, y sentía su mente perfectamente clara.

Tras un recodo del túnel, vio una luz que indicaba que había algo más allá. Pero antes de llegar hasta allí, la tenue luz le permitió fijarse en su cuerpo.

–¡¿Eeh?!

Su pecho era más grande de lo que había sido nunca, y la sensación extraña que tenía al caminar era ahora evidente. Era unos centímetros más alta. Incluso su piel parecía más clara, aunque podía ser a causa de la luz. Vestía una túnica y unas sandalias sencillas que le resultaban familiares, aunque no recordaba de qué.

También sus manos eran diferentes, más esbeltas, suaves y fuertes. Asustada, se tocó la cara, la cual también le resultó extraña. Pero fue cuando llegó a sus orejas que perdió totalmente la calma. Las recorrió varias veces para asegurarse, pero no había duda. Eran puntiagudas.

Asustada, se apresuró a llegar a la salida, para ser deslumbrada por la luz que incidía directamente en sus ojos. Tuvo que parpadear unas cuantas veces antes de empezar a acostumbrarse y ver más allá de la mano que intentaba proteger sus retinas. Y cuando finalmente empezó a distinguir el paisaje que se abría ante ella, se quedó sin habla, confusa, incapaz de aceptar lo que sus ojos le mostraban.



Ante ella descendía un camino que llevaba hasta una explanada cubierta por vegetación de más de un metro de altura, en cuyo centro se encontraba una gran plataforma elipsoidal, precedida por dos grandes columnas en cada uno de sus extremos. La parte inferior de las columnas había sido colonizada por enredaderas que las cubrirían totalmente en el futuro.

La plataforma estaba a su vez cubierta de baldosas de piedra blanquecina, entre algunas de las cuales se asomaba la vegetación que se empezaba a abrir paso entre ellas, y que, poco a poco, iría reclamando para sí lo que aún era una gran plaza casi inmaculada.

Pero no fue aquella plaza abandonada lo que más le sorprendió, ni la cúpula gigante que cubría el lugar y creaba un cielo artificial. Lo que la dejó muda fue reconocer el lugar claramente en su memoria, un lugar que ni siquiera existía: lo que había sido la zona de iniciación de los elfos en Los Héroes de Jorgaldur.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora