Días de descanso

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Lidhana estaba en sola en su habitación, haciendo los deberes a ratos. A otros, con los ojos perdidos, en lo que no era la actitud normal de una niña elfa.

Habitualmente, a esas horas estaría jugando con sus amigos, pero estaba castigada. No era ni mucho menos la primera vez, pero sí la primera que se sentía tremendamente culpable. No sólo había estado a punto de morir, sino que, por su culpa, la elfa que la había salvado había sido envenenada.

La consolaba el que su hermano le hubiera asegurado que se iba a poner bien, aunque no estaba plenamente convencida. También le había asegurado tiempo atrás que su mascota, un pequeño conejo con un cuerno en la frente, había vuelto al bosque con su familia. Un par de años después, se había enterado de que había muerto en un accidente.

Sabía que su hermano se lo había ocultado por su bien, pero, aun así, no le había dirigido la palabra durante casi una semana. No sólo porque le hubiera mentido, sino por tratarla como una niña. Le molestaba mucho que lo hicieran, y por ello dudaba de que le dijeran la verdad si su salvadora no fuera a sobrevivir.

–Ya no soy una niña– murmuró, mirando a través de la ventana, aunque sus padres no estarían de acuerdo con ella. Apenas tenía doce años.

–Toc, toc– se oyó de repente llamar a su puerta.

–¿Quién es?– pregunto la pequeña elfa.

–Soy yo, Lidha, ¿puedo pasar?– preguntó una voz conocida.

El corazón se le encogió. Por mucho que se lo había dicho y enfadado con él, su hermano rara vez se acordaba de llamar. Si estaba actuando raro, se temía que le fuera a dar una mala noticia.

–Pa... Pasa– dijo casi en un murmullo.

Pero, cuando se abrió la puerta, se vio gratamente sorprendida.

–¡Estás bien!– exclamó la niña, lanzándose a los brazos de la mujer que venía con su hermano.

–Gracias a ti– la abrazó Goldmi.

–No, es culpa mía. Si no fuera por mí tú...– sollozó la niña.

Su hermano no sabía muy bien qué hacer, pues era sumamente débil ante las lágrimas de su hermana. Pero la arquera tenía experiencia con los sobrinos que había dejado atrás en su mundo natal, y a los que muchas veces echaba de menos.

–Estoy bien. Y esas serpientes no atacarán a nadie más. Así que ya no tienes de qué preocuparte– le aseguró con voz suave, acariciando su cabeza.

–Mmmm– asintió la niña, aún llorando en su pecho.

Nadelhon suspiró aliviado al ver que su hermana se iba calmando. Pero no le duró mucho. Sentía más que respeto por la lince que esperaba fuera, pero no así Lidhana, que salió a la puerta y la abrazó, ante el horror de éste.

La lince se la quedó mirando durante unos segundos, mientras la niña la abrazaba. Y luego le lamió la cara.

–Ja, ja, ja. ¡Es muy áspera!– se quejó, a la vez que reía, y mientras su hermano no sabía de nuevo qué hacer –. ¿Puedo dar una vuelta con ella? ¡Es increíble montar en ella!

–Sigues castigada– se negó su hermano, mirando de reojo a la felina.

Lidhana le dio la espalda a su hermano, enfadada y haciendo pucheros, mientras éste suspiraba resignado. Él era demasiado blando con ella y hubiera querido levantarle el castigo, pero no podía hacerlo sin el permiso de sus padres.

–Estaré aquí un par de días. Quizás tengamos tiempo mañana– ofreció la elfa, conciliadora, y aguantándose la risa.



No hubo ningún problema al día siguiente para que la niña paseara con la lince de montura. De hecho, a pesar de quejarse en algún momento, la felina era bastante amable con los niños. Se veía cómoda con ellos, excepto si la molestaban cuando dormía.

Claro que Lidhana no era la única niña en la aldea, y al final la felina se vio obligada a pasear a todos niños durante la tarde, además de un espíritu que revoloteaba alrededor. Viendo eso, hasta Nadelhon le fue perdiendo el miedo, sintiéndose incluso avergonzado de que los niños más pequeños tuvieran menos miedo que él.

Por su parte, Goldmi tuvo problemas para que le aceptaran el dinero por comprar algunas pociones, no teniendo más remedio que consentir un considerable descuento. Había salvado a una niña y eliminado un peligro potencial, así que le estaban muy agradecidos. En especial los padres de la niña, que le regalaron varias ropas, comida y alguna joya.

Hubiera querido preparar algo de comer como agradecimiento por la atención y amabilidad, e incluso regalarles algunos de los objetos que tenía en el inventario, pero, después de su paso por el fuerte, sabía que tenía que hacer lo posible para ocultar que era una visitante.

No obstante, se aseguró de que aceptaran los restos de las serpientes, arguyendo que a ella no le servían para nada. Y era cierto. Sin Eldi, poco podía hacer con esos restos, aparte de cocinarlos o venderlos. Pero ni andaba corta de dinero, ni de carnes para cocinar.

Cuando se marchó, totalmente recuperada, llevaba pociones hasta nivel 50, incluidos antídotos, y una corona de flores sobre la cabeza, hecha por los niños. De hecho, incluso la lince llevaba una. Se quejó algo, pero no podía engañar a su hermana, que sabía que la felina estaba inusualmente conmovida por mucho que suspirara resignada.

Se fueron ante la mirada de los aldeanos que las despedían, y observaban sus figuras perderse entre los árboles, convencidos de que su benefactora era algo más. No eran mucho los que sabían que era una visitante, pero les era evidente que no era una guerrera común, había demasiadas evidencias al respecto. Entre ellas, una lince y un espíritu.

Las dos hermanas se alejaron con una convicción aún más fuerte de enfrentarse a los seres corrompidos. No sólo era el beneficio personal de subir de nivel, sino el proteger a los habitantes de aquel bosque, los de Árbol de Zafiro entre ellos.

El daño que había ocasionado aquel mal era enorme, y no podían permitir que siguiera adelante, estando dispuestas a hacer lo que estuviera en sus manos. Miraron una vez más atrás, contemplando el magnífico árbol de hojas azuladas que daba nombre a la aldea, y que ahora estaba marcada en su mapa virtual, algo que había decidido aprovechar en el futuro para hacer una visita.

Y, a la vez, una flecha atravesó algo parecido a un mosquito de medio metro de largo, que había osado acercarse, creyéndose seguro con su camuflaje. Pero si te han detectado y saben que estás ahí, el camuflaje puede resultar insuficiente.

–Espero que no haya muchos de estos– deseó la elfa.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora