Estaban sentadas, acabando de comer, charlando alegremente. Bueno, hasta que la lince le robó un bizcocho a la drelfa y las plantas empezaron a lanzarse hacia la ladrona, creando un gran caos, en el que Goldmi apenas podía aguantar la risa.
De repente, todas las plantas se detuvieron, girando la cabeza Maldoa y mirando a la distancia. Primero frunció el ceño. Luego, poco a poco, su rostro se fue haciendo más y más intimidante. Su disfraz cayó, mostrándose así su poder real, pero no sólo eso. Espinas brotaron de su rostro, de sus brazos, de sus piernas, mostrando así su ira.
De sus pies se extendían raíces, conectadas al suelo y al resto del bosque, recibiendo la información de las plantas. Cuando esas raíces se rompieron y la drelfa salió disparada, Goldmi no tuvo duda de que algo grave estaba ocurriendo.
–¿¡Cómo se atreven!?– masculló Maldoa.
En un instante, la elfa recogió todo y salió en persecución de su amiga. Aunque ésta no le había pedido ayuda, no iba a abandonarla cuando podía necesitarla.
Pies Ligeros le resultó imprescindible para seguir a la drelfa, de algunas de cuyas espinas empezaba a rezumar un peligroso veneno. Era evidente que, fuera quien fuese su enemigo, estaba decidida a matar. Apretaba los dientes, furiosa, como nunca la habían visto.
La lince no dijo nada, sólo las siguió, pero era evidente para su hermana que ésta también estaba preocupada, dispuesta en cualquier momento a usar todo su poder.
De repente, Maldoa se detuvo, su rostro desencajado. A su alrededor, las plantas oscilaban, enfurecidas.
–¡¡Malditos!! ¡Os voy a arrancar cada pedazo de vuestra sucia carne!– gritó, llena de ira.
–¿Qué es lo que está pasando?– preguntó Goldmi mientras recuperaba el aliento.
La drelfa se volvió de golpe y la cogió de la mano sin mediar palabra, asustándola, provocando que la felina se volviera hacia ella, enseñando los dientes. Pero ninguna de las espinas o veneno rozó a la elfa, sólo una extraña sensación, a la vez que familiar.
A través de su amiga, se conectó a las plantas, a la imagen borrosa de una joven que parecía estar en sus catorce años, pero que probablemente tenía bastantes más. La corteza, espinas o la piel verdosa de apariencia vegetal denotaban que era una dríada, quizás también un híbrido, como Maldoa.
De su brazo brotaba lo que era una mezcla entre sangre y savia, que era recogido en un recipiente transparente, mientras era arrastrada al interior de una cueva. La imagen se volvió más y más imprecisa, hasta que desapareció. Conocer la causa de ello impactó a Goldmi.
Las plantas de alrededor de la cueva morían, siendo envenenadas por la nube tóxica que cubría la zona, una nube que Goldmi podía ver claramente desde su posición. Incluso moribundas, habían seguido retransmitiendo, pero finalmente habían perecido.
–Han raptado a mi prima Miletna. ¿¡Cómo han podido...!? Esa nube nos impide pasar a las dríadas. ¡Maldita sea! Quieren quitarle su esencia... ¡La matarán...! ¡No pararé hasta que acabe con todos ellos...!–explicó entre dientes, furiosa y desesperada, aunque algo inesperado la pilló por sorpresa –¡No! ¡Espera! ¡Goldmi! ¡Es demasiado peligroso!
Pero la elfa se había soltado y avanzado hacia aquella nube tóxica, destinada a plantas y dríadas, pero no otros seres. Maldoa quiso detenerla, pero ya estaba fuera de su alcance.
Suspiró con alivio cuando comprobó que su amiga no era dañaba por aquella toxina, ni la lince. Vio como se acercaba a la cueva, fundiéndose con las plantas muertas mediante Camuflaje, impidiendo que la descubrieran quienes guardaban la entrada. Y, junto a ella, su hermana.
–Ha sido un golpe perfecto. Ja, ja. Con su sangre, seremos inmortales– rio uno de ellos, un demihumano con aspecto felino y nivel 46.
–La muy tonta creía que no había ningún peligro sólo por estar en el bosque– se burló su compañera, de la misma raza y un nivel más.
–Sí, valió la pena esconderse entre los combatientes tanto tiempo. Con su cuerpo incluso, podremos hacernos unas buenas armadur... ¡Arrgggh!– se vanaglorió el primero, antes de ser atravesado por una daga.
Atacando por sorpresa desde su Camuflaje, Goldmi usó Apuñalamiento para que penetrara el filo entre las junturas de la armadura de cuero, alcanzando así uno de sus puntos vitales, y acabando con su vida.
La elfa ni siquiera se había planteado matar a otro ser humanoide hasta entonces. Es cierto que se había acostumbrado a luchar contra bestias y perdidos, pero ésta era una línea que ni siquiera creía que fuera capaz de traspasar.
Sin embargo, había visto la crueldad con la que habían tratado a la joven dríada, la crueldad en las palabras de aquel par de demihumanos, dispuestos a sacrificarla para beneficiarse personalmente. Además, había visto y sentido la furia y desesperación de Maldoa. Así que, sorprendentemente, no dudó.
–¿¡Cómo...!?– exclamó incrédula su compañera, pero eso fue todo lo que fue capaz de articular.
De entre las sombras, la lince atacó con rapidez, cerrando sus mandíbulas sobre el cuello de su víctima. Ésta intentó reaccionar, pero no sólo unas garras Desgarraban su brazo, sino que el fuego la consumía, penetrando por las heridas.
La elfa miró la escena por un momento, casi en shock, pero apretó los dientes y siguió adelante. En aquellos momentos, no podía permitirse pensar en nada más que en rescatar a la dríada.
Su hermana la siguió. Había visto a la drelfa. Había sentido a su hermana y parte de la conexión con la primera. Había escuchado las palabras de los ahora dos cadáveres. Y se sentía furiosa.
Por una parte, apreciaba a Maldoa. Por la otra, era más que un sacrilegio atentar contra una dríada. Y, por último, la furia de su hermana era la suya propia. No sintió ningún tipo de remordimiento por sus acciones. Tampoco es que fuera la primera vez. Quizás para la elfa sus acciones en el juego habían sido difusas, pero no para la felina.
Siguió a su hermana mientras la drelfa esperaba fuera, temiendo por la vida de sus amigas y de su prima. Furia y frustración llenaban su corazón, pero no había nada que pudiera hacer excepto esperar. Y rezar para que Cathair Taibhse no se llevara a sus amigas.
Por su parte, el hada tampoco había entrado Aquella nube tóxica no restringía sus movimientos, pero no había nada que pudiera hacer para ayudar. Además, el estar allí podría distraer a tía Omi, o alertar a una extraña y peligrosa presencia. No obstante, se sentía enfadada, como rara vez un hada puede sentirse. Atentar contra una dríada, contra un ser que es uno con la naturaleza, era un acto imperdonable.
Quizás los secuestradores no eran conscientes de las fuerzas a las que habían conseguido enfurecer. Aunque se salieran con la suya, no habría lugar sobre la faz de Jorgaldur en el que pudieran esconderse.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...