El Oráculo (I)

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Cuando despertó, su cuerpo estaba rodeado del confortable pelaje de su hermana felina. Se levantó a regañadientes, con legañas en los ojos, y se dirigió al pequeño lavabo que, convenientemente, era una de las comodidades de su particular tienda de campaña.

Cuando salió, se encontró con que la lince esperaba fuera. Estaba sentada junto al castillo, mirando fijamente al frente. Siguiendo la mirada, la elfa se sobresaltó al descubrir una figura cuya mirada parecía dirigirse a ella, aunque era imposible estar completamente segura, pues una máscara cubría su rostro.

–El Oráculo...– murmuró Goldmi, anonadada ante una visita que no esperaba.

Se lo quedó mirando un rato, fascinada, a la vez que recordaba a aquel extraño personaje vestido en blanco y negro, y que en el juego les había proporcionado mucha información, a veces útil, otras no tanto. Finalmente, decidió acercarse, seguida de su hermana, que no parecía sentir la menor hostilidad hacia éste.

–Hola– saludó Goldmi, algo nerviosa.

–Bienvenida de nuevo, Golden Moon. Has llegado antes de lo esperado– la saludó éste, con la habitual voz neutra que hacía imposible conocer su sexo, si es que tenía alguno.

–¿Es esta tu casa? Lo siento si he entrado sin permiso

–El mundo es mi hogar, pero no me pertenece. Esta aldea fue creada para recibiros a vosotros, los jugadores como os llamabais, los visitantes como os llamaban, aunque lo que veíais sólo fuera un reflejo de la realidad. Sigue en pie para dar la bienvenida, además de servir de refugio y protección, a la última visitante de la raza de los elfos. Así que, podía considerarse que es tuya.

–¿¡Eh!? ¿Mía? Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Has venido a darme alguna misión?– inquirió la elfa.

–Las misiones no eran más que direcciones dadas en el pasado, siguiendo las reglas de lo que llamabais juego. Mi misión siempre ha sido la de guía, no la de comandante.

–Ah, guía... Bueno... ¿Sabes si han llegado otros jugadores? ¿Gjaki o Eldi?– preguntó, no muy convencida de lo que suponía ser guía.

–Otros han llegado y otros llegarán, pero no puedo darte información sobre visitantes individuales. Eso tendrás que buscarlo por ti misma

–Siempre hablas misterioso... ¿Y de mi otra hermana? ¿Sabes si está viva? ¿Sabes dónde está?

–Cuando llegue el momento conocerás la respuesta.

Goldmi se sentía un poco frustrada ante la carencia de respuestas, incluso infló sus mejillas como si fuera una niña pequeña enfadada, mirando intensamente al Oráculo. Finalmente suspiró, desistiendo, y respirando hondo. En el juego, también era así, por lo que tenía que sacarle la información que pudiera, y asumir que otra nunca la obtendría de él.

–Había espíritus de la selva conmigo, y luego vinieron otros parecidos, pero con un aura oscura, malvada. Daban miedo. Se comieron el brazo de un espíritu. Los ataqué y desaparecieron. Pero, por lo que decían, parece que era extraño, que normalmente no pueden verlos ni atacarlos. ¿Sabes que está pasando? ¿Quiénes o qué eran? ¿Por qué puedo atacarlos?– preguntó atropelladamente.

El Oráculo se mantuvo en silencio durante unos segundos antes de responder, mirando hacia el cielo, como si estuviera meditando la respuesta, o buscando la información en las estrellas que la luz del sol ocultaba.

–Poco después de que los visitantes os marcharais, un mal se expandió por los otrora fértiles bosques y selvas del norte. Plantas y animales fueron corrompidos, e incluso algunos espíritus cayeron ante la tentación del mal, pues a diferencia de los primeros, estos deben aceptar el mal para obtener su poder. Ese mal ha sido detenido, pero no repelido. Hordas de seres corrompidos venidos del norte se enfrentan a quienes defienden su hogar, habiéndose la batalla estancado, pero no terminado.

»Los seres tenebrosos que vistes son algunos de esos espíritus corrompidos, algunos de los de más bajo nivel. Ellos son quienes dirigen las tropas del mal, sabiéndose inmunes dentro del miasma que envuelve las zonas corrompidas. En su arrogancia, unos pocos invadieron la selva, a pesar de correr el riesgo de ser aniquilados por los espíritus de más alto nivel. Su intención es alimentarse de los espíritus jóvenes que aún no pueden defenderse, pero, por suerte o por destino, se encontraron contigo.

»Tú posees la bendición de las hadas, una bendición que no puede otorgarse si no se cumplen las condiciones. Se necesita el quién. El por qué. El cuándo. El dónde. Y tú los reuniste por primera vez en cientos de años.

»Por ello, dentro de ti, fluye el poder de las hadas, lo que te permite verlas e interactuar con ellas, ya sean las formas adultas o las más jóvenes. Y, por ello, también tienes poder para oponerte a ellas, incluso a aquellas que han traicionado a los suyos y a su propia esencia, dejándose corromper.

»Eres tú, por tanto, la esperanza contra ese mal, pero aún es pronto para ti, aún no tienes el poder necesario. Debes ser precavida. Si te descubren, el mal querrá eliminarte a toda costa.

»También debo advertirte sobre estos portales. Puedes explorarlos y entrar en ellos, pero ya no son como eran en el pasado. Los lugares a los que llevan han sido corrompidos. Es una oportunidad para ti, para subir de nivel y liberar a los seres corrompidos al mismo tiempo. Pero también un gran riesgo, el de ser descubierta, el de ser su objetivo. Cruzar el portal no es peligroso, pero ir más allá puede serlo. La decisión es y debe ser tuya.

Goldmi se quedó sin palabras. Esta vez sí que le había dado información, pero dicha información había sido un tanto abrumadora. De repente, ya no era sólo una visitante, sino una especie de elegida. Y estaba en peligro por el simple hecho de serlo.

De su encuentro con aquellos espíritus corrompidos, intuía la clase de mal del que hablaba el Oráculo, del que incluso le había parecido sentir una traza de ira en su voz. Pero también necesitaba saber más. Sentía que debía atravesar el portal y verlo por sí misma. Si no, ni siquiera sabría a qué se enfrentaba.

Sin embargo, su visita a las zonas corrompidas debería esperar, todavía tenía preguntas, aunque no estaba muy segura si obtendría respuestas. De hecho, después de la última, incluso temía obtenerlas.

Pero no por ello podía dejar de preguntar, dejar de querer saber. Aunque las respuestas pudieran ser dolorosas, el no conocerlas sólo demoraría el dolor y le haría perder un tiempo valioso. Ya había cometido el error en el pasado de ignorar la realidad, y había sido peor que enfrentarla directamente.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora