Árbol de Zafiro

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Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar extraño, un lugar que no reconocía. Sin embargo, era un lugar apacible, en el que sentía fuertemente su vínculo con la naturaleza. Y no era el único vínculo que sentía.

–¡Hermana!– exclamó una voz en su mente.

Una enorme cabeza apareció de repente, alzándose sobre la cama en la que la elfa estaba acostada, y recostándose sobre su pecho. La miraba con unos ojos amarillos que algunos encontrarían temibles, pero que para ella eran familiares, llenándola de seguridad y afecto.

Puso su mano sobre aquella cabeza, acariciándola suavemente, con cariño, disfrutando de la suavidad del pelaje de la felina, e incluso arrancándole un suave ronroneo. La otra mano la puso sobre una de las patas, extremadamente suaves ahora que las garras estaban ocultas, especialmente sus almohadillas.

–Siento haberte preocupado– se disculpó ella.

–Me alegro de que estés bien– aseguró la lince, restregando su mejilla en la mano de su hermana.

–¿Dónde estamos?

–¡¡Tía Omiiiiiii!!– las interrumpió Pikshbxgro, abrazando a la elfa.

Ésta le devolvió el abrazo con afecto. Era evidente que el espíritu también había estado preocupado por ella.



–¿No es un poco imprudente dejar a ese animal allí? Si su dueña pierde el control, podría ser peligroso– protestó la voz de un hombre joven –¡Ay!

–Tengo un aprendiz estúpido. ¿Es que nunca escuchas? ¿No puedes ver que no está domada, ni es una sirvienta?– le reprochó la voz de una mujer.

–Pero, ¿entonces qué es?– pregunto el primero, frotándose la zona dolorida de su cabeza.

–Quizás una amiga. Puede que incluso una hermana. Su vínculo es fuerte, pero no de servidumbre. Deberías ser capaz de notarlo, de verlo por su actitud– suspiró resignada la mujer.

–¿¡En serio!? ¿No es eso sólo posible con niveles altos? ¡¡Ay!!

–Que sea normal verlo en niveles altos no significa que sólo ellos puedan hacerlo. Uuuf. No sé que voy a hacer contigo...– suspiró ella.

–Vamos, Dalha, cualquiera... ¡Ay!

–¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames así?

–Lo... Lo siento, maestra Dalhadri.

Su conversación se escuchaba desde dentro. Así que, cuando cruzaron la cortina que daba entrada a la habitación, tres pares de ojos los miraban.

–¡Oh! Has despertado. Bienvenida a Árbol de Zafiro. Yo soy Dalhadri, la curandera de la aldea. Él es mi aprendiz, Nadelhon– saludó la mujer, una elfa de más de trescientos años, con apariencia similar a una humana en sus treinta.

–Yo soy Goldmi. Creo que ya conocéis a mi hermana– se presentó, mirando a la lince –. Me habéis salvado. No sé como agradecéroslo.

–No, no, todo lo contrario. Somos nosotros quienes tenemos que agradecerte por salvar a la pequeña Lidhana. Nos lo ha contado todo. Si no fuera por esa traviesa, no te habrían herido. Nuestras más sinceras disculpas– respondió humildemente la mujer, con una reverencia.

–Sólo pasaba por allí. Hice lo que cualquiera hubiera hecho. ¿Cómo está la niña?– le restó importancia la arquera, algo incómoda por ser tratada con tanta consideración.

–Físicamente está bien, sólo tenía algunas magulladuras, pero está castigada por haberse escapado. Aunque está más que arrepentida. Ha estado llorando y pidiendo perdón por lo que te ha pasado. Ella y su hermano siempre causan problemas, pero tienen buen corazón– explicó la curandera, mirando de reojo a su aprendiz.

Éste no había abierto la boca, tan sólo saludado con la cabeza al entrar. Se sentía intimidado ante la presencia de la felina, aunque ahora estaba completamente avergonzado, mirando con la cara roja y haciendo pucheros a su maestra. No le costó mucho a Goldmi deducir que era el hermano Lidhana, siendo incapaz de reprimir una sonrisa.

–Pobrecilla. Debió asustarse mucho. ¿Puedo ir a verla?

–¡Claro! Se alegrará de verte. Nadel te acompañará luego. Pero, primero, tengo que comprobar que estás bien. Y me gustaría hacerte unas preguntas, si no te molesta– pidió Dalhadri.

–Si, claro– aceptó la arquera, con curiosidad.

–Lo primero, ¿sabes por qué hay un espíritu en esta habitación? Está aquí desde que llegaste. Es bastante extraño.

–¿Puedes verlo?

– Más o menos, aunque no muy claramente. A no ser que se muestre. Tengo afinidad con ellos, aunque sólo un poco– reconoció la sanadora.

–Es Pikgro, es amigo mío. Ha estado esperando a que despertara, estaba preocupado– explicó la arquera.

Maestra y aprendiz abrieron mucho los ojos. No era tan extraño llegar a ver e incluso hablar con un espíritu, pero aquello era altamente excepcional. Los espíritus solía sentir curiosidad por todos los seres vivos, ya sea elfos, humanos, ciervos u hormigas. Ser tan cercanos a uno de esos seres vivos era algo extremadamente inusual.

Dado todo lo que habían visto y oído sobre aquella elfa, así como su vínculo con el animal al que llamaba hermana, resultaba evidente que era alguien bastante especial. Alguien que incluso era amiga de un espíritu.

–Ya...veo... Esto... ¿Sabes algo de un ser pequeño que traía trozos de las serpientes hasta ti, trozos que desaparecían?– preguntó de nuevo Dalhadri.

–¿Quieres decir ella?– mostró Goldmi a su asistente.

–Eh, sí. ¿¡Cómo...!?– dejó la pregunta en el aire, totalmente anonadada, observando ahora que aquel pequeño ser se parecía a su paciente.

–Bueno, esto... Soy lo que...llamáis una visitante...– confesó, entrando inmediatamente un poco en pánico –. Pero... ¿¡Podríais no decírselo a nadie!? ¿O al menos que no salga de la aldea...? Podría no ser bueno que se supiera y...

–Vaya... Una sorpresa tras otra...– suspiró la mujer, casi sin palabras –. Por supuesto, sólo se lo diremos a los jefes de la aldea. ¿Entendido Nadel?

–Sí, sí, claro. Entendido...– se apresuró a responder el aprendiz ante la mirada penetrante de su maestra.

–Gracias– agradeció Goldmi.

–No, gracias a ti. Además, tienes la amistad de un espíritu. Eso te convierte en una sacerdotisa, en alguien merecedora de sumo respeto. La mayoría de nosotros rara vez hemos tenido el honor de ver o hablar con un espíritu– volvió a hacer otra reverencia la sanadora.

–No, por favor, sólo tratadme como una más, ¿vale?– casi suplicó la arquera.

No es que fuera muy tímida, pero se ponía muy nerviosa cuando la elogiaban, cuando la ponían como ejemplo. Así que, cuando la sanadora asintió con una sonrisa comprensiva, suspiró aliviada.

Miró entonces a Pikshbxgro, quien entendió perfectamente a su tía, y no tuvo mayor problema en complacerla. Al fin y al cabo, interactuar con otros seres siempre era divertido. Así que se dejó ver por los dos elfos, sorprendiendo al aprendiz, y provocando unas lágrimas en la maestra, que al mismo tiempo sonreía ampliamente al espíritu que los estaba saludando.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora