Al príncipe de Engenak le costó un par de días averiguar que la elfa se había marchado también de allí. Furioso por haber tardado tanto, y excitado por haber encontrado su pista, se dirigió con sus guardaespaldas hacía la zona siguiente, muy por encima de su nivel.
Estos estaban preocupados y ansiosos, pero no podían sino seguir las órdenes del príncipe, cuyo mal humor volvió a explotar cuando llegaron y no encontraron ni rastro de la elfa.
Sin embargo, aquella noche, una mujer encapuchada se acercó a él.
–Tengo entendido que estás buscando a una elfa llamada Goldmi. Puedo ayudarte.
El príncipe, que estaba a punto de llamar a sus protectores para que la echaran, cambió por completo su expresión. Aquella desconocida tenía toda su atención.
–¿Sabes dónde está?– preguntó, apenas capaz de controlar su excitación.
–Por un precio razonable puedo decirte donde está ahora. Por un poco más, conducirte hasta ella. E incluso podríamos atraparla para ti– respondió ésta en un murmullo.
–¿¡Cuánto por atraparla!?– preguntó, incapaz de controlarse.
La mujer sonrió. El precio que le dio no fue bajo, pero sabía que un príncipe podía pagarlo, había investigado a su cliente. Éste, a pesar de la excitación, frunció el ceño, aparentando que era demasiado.
Tras unos minutos de negociación, llegaron a un acuerdo satisfactorio para ambos, y con el compromiso de salir al día siguiente. Él tenía al alcance de su mano su obsesión, y había conseguido rebajar ostensiblemente el precio. Ella había conseguido su objetivo, con creces.
–No deberíamos confiar en ella. No sabemos nada de ella– censuró un miembro de la escolta.
–Podría ser peligroso– añadió otro.
–Para eso os tengo a vosotros, por si hay algún problema– desdeñó Krusledón.
–Pero...
–Ya está decidido. Vamos– ordenó el príncipe.
No tuvieron más remedio que obedecer y acompañarlo a la cita con la misteriosa mujer, quien los estaba esperando en un pequeño claro.
–Tengo buenas noticias. La tienen rodeada, aunque ella no lo sabe. Pueden atraparla en cualquier momento. ¿Qué quieres hacer?– preguntó ésta.
–¡Cogedla! Atadla y yo me ocuparé del resto– pidió él, excitado.
–¿La quieres con o sin ropa?– rio ella.
Él se lo pensó un momento, antes de responder con una sonrisa depravada.
–Ja, ja, prefiero quitársela yo.
–Ya es suficiente– se oyó de repente otra voz.
Todos se giraron hacia el origen de aquella voz, un árbol, tras el cual apareció un duende, el mismo que había conocido Goldmi días atrás, pero cuyo rostro era mucho menos amable que en aquel entonces.
Además, rodeándolos, salieron de su escondite seres de varias razas, armados y de nivel más alto que los guardianes del príncipe, quienes estaban sumamente nerviosos. Éste, por su parte, estaba simplemente confundido. Tardó unos segundos en darse cuenta de la gravedad de la situación
Sin embargo, los guardaespaldas respiraron aliviados cuando, tras el duende, apareció un humano vestido con un traje recargado, refinado y extremadamente caro. Su expresión era severa, y su mirada estaba fija en el príncipe.
Éste vaciló. No esperaba verlo allí. Sin duda, no era para darle buenas noticias.
–Bienvenido, tío Krufil. ¿Qué te trae por aquí?– lo recibió con una pequeña reverencia, pues el estatus del hermano de la reina era mayor que el suyo.
–¡Tú me traes por aquí! Tenías que venir a ganar experiencia y poder y... ¿¡QUÉ HACES!? ¿¡PERSEGUIR A UNA MUJER!? ¿¡CONSPIRAR PARA SECUESTRARLA!? Nos has creado muchos problemas... Da gracias a que no haya pasado nada, y sea suficiente con expulsarte de Narzerlak. Vámonos.
El príncipe se sintió sumamente atemorizado ante el desarrollo de los acontecimientos. Que su tío hubiera ido en persona a buscarlo significaba que se había metido en un grave problema. Estaba seguro de que había más de lo que decía.
Aunque no lo entendía. Sabía que no estaba en Engenak, pero armar tanto alboroto cuando ni siquiera había llegado a hacer nada, por una sola mujer, era algo que no comprendía. Al fin y al cabo, él era un príncipe.
No sabía que Goldmi era demasiado importante para la Alianza como para permitirse que un riesgo potencial andara suelto. Por ello, no sólo lo tenían vigilado, sino que habían mantenido conversaciones de alto nivel con el reino de Engenak, que a su vez había también recibido informes de los guardianes del príncipe.
Finalmente, le habían tendido una trampa, tanto para confirmar sus sospechas como para tener una excusa para poder expulsarlo.
El reino, habiendo entendido que el príncipe se había metido con quien no debía, se apresuró a facilitar las cosas para que saliera de allí y no causara más problemas. Era mucho mejor solución que crear un conflicto con el reino élfico o la Alianza, un conflicto que no les podía traer ningún beneficio.
Así, Krusledón fue escoltado hasta la frontera del reino, con la prohibición de volver a poner un pie en Narzerlak.
Maldoa seguía en la misma posición, anclada al suelo por sus raíces. La nube tóxica se había disipado, pero había toneladas de rocas obstruyendo el túnel, además de que probablemente sería inestable. No sería fácil abrirse camino, y mucho menos rápido.
No sabía nada de sus amigas o de su prima, y lo único que podía hacer era esperar, una espera que se hacía insoportable.
Por otra parte, habían empezado a obtener pistas sobre los secuestradores, pistas que no eran nada esperanzadoras. Al parecer, todos ellos habían estado en la frontera con el Bosque Perdido, manteniendo un perfil bajo y ocultando sus rostros.
Sólo habían logrado obtener información de dos de ellos, los que habían protegido la entrada de la cueva, y la información no era nada alentadora. La mujer era una criminal, buscada por numerosos delitos. El hombre, un aprendiz de alquimista que no tenía ningún reparo en profundizar en una rama prohibida, que utilizaba a otros seres vivos como ingredientes.
Si esos eran los dos que estaban vigilando la entrada, sólo podían temerse lo peor respecto al resto.
La drelfa no era la única que esperaba. Bolbe, entre otras, vigilaba las aguas, con la esperanza de una pista, de un aviso. Varias dríadas lo hacían con las plantas, no siendo Melia una de ellas. Ésta estaba demasiado lejos de allí para actuar directamente, pero atenta y preocupada por las noticias que le llegaban.
Todas ellas estaban conectadas, compartiendo no sólo la información, sino una furia a duras penas contenida. Atacar a una de ellas era a atacarlas a todas.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...