Trampa (II)

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A lo lejos, oyeron el estruendo provocado por el colapso del túnel.

–Hemos atrapado unas las ratas– se vanaglorió la mujer reptiliana.

–Ja, ja. Se lo tienen merecido– se burló la encapuchada.

Miraron un instante hacia atrás para ver la nube de polvo que surgía del lugar por el que habían entrado, seguros de que nadie podía escapar con vida. Con una mueca prepotente en sus rostros, siguieron adelante.



–Goldmi...– susurró la drelfa el nombre de su amiga.

Había escuchado claramente el estruendo que indicaba el desplome del túnel, y se temía lo peor. Con el corazón encogido, miró hacia la cueva, de donde sólo salía polvo, y de donde esperaba ver surgir la figura de la elfa, pero nada apareció.



Quedaban casi cinco metros cuando el maná se agotó por completo, haciéndola sentir mentalmente agotada, y disipando el poder de Flotar. Cayeron al suelo, la elfa aún agarrada fuertemente a su hermana, y ésta aterrizando a cuatro patas, como todo felino.

Inmediatamente, sus patas traseras se doblaron e impulsaron hacia delante con una potencia explosiva, al mismo tiempo que la trampa era activada. Maná y energía explotaron a la vez, colapsando el techo y empujando toneladas de rocas para sellar el paso, y a quien estuviera en él. El impacto de una sola de ellas las aplastaría.

Pequeñas esquirlas, a las que las explosiones habían conferido velocidades vertiginosas, volaban alrededor de ellas, golpeándolas, cortándolas y clavándose en ellas. Pero eso no detuvo a la lince, ni siquiera el polvo que no la dejaba ver o respirar.

Se impulsó contra una pared para ganar velocidad, esquivando una enorme pedrusco de más de tres metros de diámetro que se había adelantado al resto, al estar cerca de uno de los focos de las explosiones.

Una esquirla se incrustó en la pierna de la elfa, que apretó los dientas para no gritar ni soltarse. Otra le perforó el hombro. Otra se clavó en el muslo de su hermana, a pesar de lo cual forzó una vez más sus músculos, desgarrándose algunos de ellos. Fueron más de media docena en cada una, y fue un milagro que no perforaran un órgano vital, pero hubiera sido así de no haberlo detenido una costilla.

El último impulso desestabilizó a la felina, pues estaba malherida, y ambas salieron disparadas y rodando del túnel, apenas capaces de moverse. Sin embargo, el polvo amenazaba con ahogarlas, con no dejarlas respirar.

Tuvieron que arrastrarse como pudieron, la elfa cerca de perder el conocimiento por el dolor, hasta que recuperó el suficiente maná para invocar Golpe de viento, dándoles un respiro.

Tosieron, expulsando el polvo de sus pulmones antes de poder llenarlos de aire limpio, y sintiendo un punzante dolor al hacerlo. Sentían cada una de las piedras que tenían clavadas, y a través de las cuales se estaban desangrando.

La elfa no tenía maná para curarse, pero, por suerte, se había hecho con algunas pociones. No eran las de Eldi, pero eran todo lo que tenían. Le dio una a su hermana y se bebió otra ella misma, no pudiéndose tomar una segunda hasta pasado un tiempo. Surtió efecto inmediatamente, curándolas parcialmente, pero incapaces de expulsar las esquirlas clavadas.

–Tú estás peor. Primero sacaremos las tuyas– se pronunció la lince, sin dar lugar a discusión.

Goldmi no tuvo más remedio que reconocer lo evidente. La lince estaba herida, pero su pelaje y su dura piel habían evitado lo peor. Ella, en cambio, tenía suerte de estar viva. No quería ni pensar que hubiera sucedido si la que había cortado su mejilla hubiera impactado un par de centímetros más allá.



–¡Aaaaaaargh!– gritó la elfa.

–No sabía que eras tan quejica– se burló la lince, por mucho que el dolor de su hermana le rompiera el corazón. No obstante, no había otro remedio que hacerlo, y reírse de ello era una forma de intentar quitarle importancia.

La elfa sólo respiró para calmarse, mientras el dolor remitía al aplicar Curación Básica. Habían esperado a que recuperara algo de maná antes de empezar a extraer los trozos de roca incrustados en la carne, la mayoría fuera de su alcance, en la espalda.

La felina se encargaba de introducir su uña y sacarla, un proceso no exento de dolor. Lo hacía no sólo porque ella podía acceder más fácilmente, sino porque la elfa no estaba segura de poderlo a hacer por sí misma.

–¡Aaaaaaargh!– volvió gritar por séptima vez.

–Es la última– anunció su hermana, aliviada.

Goldmi asintió, recuperándose del último estallido de dolor, respirando profundamente hasta que logró calmarse, con los ojos y dientes apretados. No recordaba haber sentido tanto dolor en toda su vida.

Al cabo de un rato, sacó la daga con aprensión, volviéndose hacia su hermana. Ésta estaba recostada en el suelo, con varias heridas con esquirlas incrustadas. No sangraban, pero no podía mantenerse en pie, pues una de sus piernas traseras estaba prácticamente inutilizada.

Colocó la punta de la daga en una de ellas en cuando tuvo el consentimiento de la lince, y no pudo evitar dudar. Tragó saliva, respiró profundamente, e introdujo el filo. Pudo sentir el dolor de su hermana a través del vínculo, como ésta había sentido el suyo. Y fue aún más intenso cuando logró expulsar el trozo de piedra, saliendo disparado.

Enseguida, aplicó Curación Básica, cerrándose la herida y aliviando el dolor.

–¿No puedes ser más suave?–protestó la lince, en parte bromeando, en parte deseándolo de todo corazón.

–Parece que no soy la única que se queja– rio la elfa, aunque no podía disimular la aprensión por tener que continuar causando sufrimiento a su hermana.

Tardaron un buen rato en recuperarse completamente, en poder levantarse, aunque aún estaban lejos de haber recuperado todas sus fuerzas. No obstante, no podían permitirse quedarse descansando, así que siguieron el claro rastro que habían dejado sus enemigos.

El suelo era arenoso, y no se habían molestado en disimular sus huellas, por lo que incluso la elfa era capaz de seguirlo. Así que se dirigieron hacia la dirección que indicaban.

Un poco más allá, rodeada por una extraña neblina, había un lugar imposible de distinguir, pero que a ambas les causó escalofríos. Agradecieron que no se estuvieran dirigiendo hacía allí. De haber sabido que era Cathair Taibhse, la ciudad fantasma, y conocido sus leyendas, quizás ni siquiera se hubieran atrevido a mirar en esa dirección.



Había pasado demasiado tiempo y no habían aparecido, lo cual sólo podía significar una cosa, pero Maldoa se negaba a creerlo. Fue entonces cuando miró hacia su costado, hacia el rostro del hada, que no parecía preocupada.

Pikshbxgra le devolvió la mirada y sonrió.

–Tía Omi hace cosas muy peligrosas, pero está bien, puedo sentirla. Sólo espero que no se encuentre con esa presencia– explicó el hada.

La drelfa sintió un tremendo alivio, tan repentino que casi le fallaron las piernas. Su amiga estaba viva, aunque eso no significaba que estuviera fuera de peligro. Aparte de quienes habían raptado a su prima, estaba Cathair Taibhse.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora