Viejos amigos

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La drelfa la acompañó casi hasta Misitu Mji, la capital del reino elfo, desde la cual tendría que viajar en uno de los carruajes que atravesaban la frontera. Podría cruzarla a pie, pero sería más lento y sospechoso.

Había la opción de apuntarse como escolta. Así, el viaje le saldría gratis, incluso le pagarían, pero se podía demorar. No sólo tendría que ir al Gremio, sino que tendría que esperar a que hubiera una vacante. Además, no sabía qué problemas podía tener una aventurera que no había dado señales de vida en años, y que lo había sido en un juego. Por no hablar de que la elfa tenía prisa, así que prefirió ir como pasajera. De ser posible, no quería llamar la atención

Maldoa hubiera querido acompañarla, pero se lo prohibieron. No sólo tenía responsabilidades allí, sino que aquello pertenecía al destino de la elfa, era algo que debía hacer por ella misma, sin intervenciones directas. Así estaba estipulado en el contrato, en el que se había firmado para lograr que vinieran los visitantes, y que incluía que algunos de ellos pudieran volver, y las condiciones.

Si bien en la lucha contra los seres corruptos era posible protegerla, pues la lucha también era suya, ahora ya no era el caso. Por ello, se abrazaron antes de entrar en la ciudad, prometiéndose verse de nuevo. Maldoa aseguró que la encontraría cuando regresara a la selva.



El siguiente carruaje disponible saldría al día siguiente, comprobando por primera la vez la elfa que su dinero era válido allí. De hecho, ni siquiera se había planteado la posibilidad de que no lo fuera. Pagó la mitad por adelantado, como la drelfa le había sugerido, pero no hizo caso de su otra sugerencia, al menos no por el momento.

Sin duda, buscar una posada para pasar la noche parecía una buena idea, y Maldoa le había sugerido un par, pero la elfa prefirió dirigirse hacia una zona residencial.

Paseó por las calles de aquel barrio acomodado, hasta encontrar una casa de dos pisos que parecía sacada de un cuento de hadas. No era la única un tanto singular, pero aquella tenía algo especial para la elfa.

Algo nerviosa, sacó una llave del inventario y la colocó en la cerradura de la verja, que se abrió sin hacer ruido, dando paso a un pequeño jardín. Se veía perfectamente cuidado, por lo que la elfa dudó.

En el juego, se podían comprar residencias, y ella se había enamorado de ésta en cuanto la vio. Incluso había pagado un alquiler por cien años, algo que le hizo ganarse la bronca de Gjaki, mientras Eldi reía.

–Con diez es más que suficiente. Eso es tirar el dinero– la había abroncado, para luego suspirar y dejarlo estar. Ya estaba hecho y no se podía deshacer.

Se acercó a la puerta indecisa, cuanto ésta se abrió de repente, saliendo de ella disparado un niño que chocó contra ella.

–Au...– se quejó éste.

Cayó hacia atrás, mirando a la sorprendida elfa. Era un niño de unos siete años, con orejas de zorro, aunque la cola era más bien la de un lobo. Al principio, parecía asustado, pero, ignorando su miedo, se encaró con la desconocida.

–¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¡Esta es mi casa!

Una mujer con aspecto lobuno salió inmediatamente, y poco después apareció un hombre, con las facciones de un zorro. Pero, lejos de intentar echar de allí a la recién llegada, se la quedaron mirando con incredulidad.

Ésta también los miraba de la misma forma, reconociéndolos. Sonrió. No sabía si todo era como en el juego, pero le alegraba verlos.

–Ha pasado mucho tiempo– los saludó.

Ellos tardaron aún unos segundos en reaccionar, ante la confusión del niño, que miraba alternativamente a la desconocida y a sus padres. Finalmente, la mujer se arrodilló, seguida del hombre.

–¡Benefactora Goldmi...! ¡Has vuelto!– exclamó ésta.

–Svelna, Mbdelon, por favor, levantad– casi suplicó la elfa, que no se esperaba esa reacción, agachándose incluso para coger las manos de la mujer e intentar que se levantara.

–Te debemos la vida...–protestó el hombre.

–No es necesario. Y es un poco incómodo para mí...– reconoció la elfa.

–Pero...– intentó protestar.

–Por favor...– insistió ella.

Finalmente, le hicieron caso, aún mirándola con incredulidad y cierta adoración. Pero no tanta como el niño.

–¿¡Eres ESA Goldmi!? ¿¡Tienes un arco!? ¡¡Hala!! ¿¡¡Esa es tu compañera!!?– exclamó el niño, que de repente se dio cuenta de que, en la entrada, había una enorme felina, sentada y mirándolos.

Corrió hacia ella para verla más de cerca, aunque sin atreverse a acercarse demasiado. Fue entonces cuando ésta se levantó y se envolvió en llamas, asombrando al niño, que la miraba con los ojos muy abiertos.

–No pasa nada. Sólo está presumiendo– rio la elfa, tranquilizando a los padres, que miraban incrédulos a la elfa, y reticentes a la felina.

Ésta apagó las llamas y volvió a sentarse, mirando a la elfa y sacándole la lengua, ante la estupefacción de quienes habían estado aterrados.

–Esto... Pasa, no te quedes aquí, deja que te invitemos a un té, o a lo que quieras. El piso de arriba sigue igual, sólo lo hemos abierto para limpiar, aunque el hechizo sigue funcionado– reaccionó finalmente Svelna.

El niño los siguió, mirando fascinados a elfa y lince, y ante la resignación de sus padres. El pequeño había insistido en ir a jugar a casa de unos amigos durante horas, hasta que le habían dado permiso. Pero sabía que nada que dijeran podía hacer que lo hiciera, que no volviera a casa.

Desde muy pequeño, le habían explicado las historias de cuando, atrapados y sin esperanza, una arquera elfa y su compañera, no sólo los habían salvado de una muerte segura, enfrentándose a decenas de bestias, sino que les habían proporcionado un hogar.

Con la sola condición de que vigilaran y cuidaran la casa, les había dejado establecerse en el piso inferior, y eso habían hecho durante todos estos años. Y aunque no creyeran que fuera a volver, sólo por respeto a su memoria, habían dejado el piso de arriba, el de su salvadora, totalmente inmaculado. Quizás a excepción de cuando el niño se colaba para ver con sus propios ojos el lugar.

Allí había como decoración algunas armas, incluso una pisada de la lince, algo que fascinaba completamente al niño. Pero no tanto como ver a sus héroes en carne y hueso. Y cuando la elfa le puso la mano en la cabeza y se la acarició con cariño y una sonrisa, sus orejas quedaron totalmente erguidas, y su cola parecía un ventilador.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora