Zona de iniciación (III)

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Miró de nuevo hacia la salida, sin tomar la decisión de tomarla. Así que, aunque sabía que era una excusa, decidió probar los hechizos y habilidades que había desbloqueado.

Pudo comprobar y sentir como las hierbas que crecían alrededor del muñeco respondían a su llamada y sus raíces trepaban por la base de éste. El efecto era débil, pues débiles eran aquellas hierbas, y apenas podrían molestar a un enemigo mínimamente poderoso. Quedaba por ver que sucedería si quienes respondía a la llamada eran árboles u otras plantas poderosas.

–¡Ay!

Había dudado un momento antes de usar Curación Básica, pero finalmente había decidido hacerse un pequeño corte en un dedo con la daga, corte que desapareció al aplicar el hechizo.

–¡Increíble!

Lo siguiente que probó fue Flecha Penetrante, consiguiendo que la flecha prácticamente atravesara el muñeco hacia el que la lanzó. Y luego Pies Ligeros. Sintió como si todo su cuerpo fuera empujado por el viento cuando corría, cambiando de dirección esa fuerza cuando ella cambiaba la suya. Era como si el viento, en lugar de oponerse a ella, la llevara en volandas a donde quisiera ir, como si fuera la hija predilecta de dicho viento.

Recorrió la plaza de punta a punta, sin apenas cansarse, disfrutando de la sensación de libertad, hasta que, sin darse cuenta, llegó frente a la salida, que no parecía sino una cortina líquida. Tragó saliva, sin decidirse aún a cruzar aquella puerta, e incluso alejándose de ella.

Decidió seguir probando. Aunque fuera una excusa, también era importante. Y lo siguiente fue su habilidad de cocina. No sólo había aprendido esa profesión en el juego, sino que había comprado una cocina portátil. Es cierto que era cara, y que la habilidad de cocina tenía una utilidad limitada, pero le había parecido en su momento bastante entretenido.

Sacó dicha cocina portátil del inventario, y se quedó un tanto anonadada por lo que vio. En el juego, apenas tenía el aspecto de una cocina normal, con un par de fogones y un horno, pero ahora era una estructura enorme. Había varios hornos de diferente tipo y tamaño, plataformas para hacer comida a la brasa, a la plancha, distintos tipos de fuentes de calor, lugares donde cortar o limpiar la comida, y multitud de utensilios. Incluso podía encontrase los medios para destilar bebidas alcohólicas.

Pero eso no fue lo que más la sorprendió, sino otros dos aspectos. El primero, que sabía perfectamente para qué servía cada pequeña pieza de aquella cocina y cómo utilizarlas. El segundo, varias pequeñas hadas que la miraban, esperando instrucciones.

–¡Son monísimas!– exclamó.

Llevaban distintos tipos de delantales, sombreros de cocina o uniformes. Y estaban situadas en diferentes puntos, preparadas para utilizar cuchillos que eran más grandes que ellas, hornos que eran varias veces su tamaño, diferentes tipos de cazuelas que parecían imposibles para ellas de manejar.

Se quedó mirándolas maravillada durante un buen rato, antes de decidirse a cocinar. Eligió una receta sencilla de sopa, algo de pescado y un pudin de crema, para los cuales tenía ingredientes. En realidad, tenía una gran variedad y cantidad de ingredientes acumulados.

Con sólo pensarlo, los ingredientes se distribuyeron alrededor de la cocina y las hadas empezaron a trabajar con gran habilidad, mientras Goldmi las observaba entusiasmada. Verlas coger un cuchillo más grandes que ellas con sus pequeñas manos y poderlo utilizarlo sin problemas era algo increíble.

No tardó en estar preparada la sopa en la pequeña cazuela individual que había usado el hada, y que era mucha más grande que ella. Incluso la llevo hasta la elfa y otra hada la sirvió, con un cazo que era enorme si lo comparamos con quien lo manejaba.

La sopa estaba deliciosa. Se dio cuenta entonces de que realmente sí tenía hambre. De hecho, quizás nunca había comido antes con aquel cuerpo. Y, en cuanto acabó, las hadas retiraron el plato y trajeron el pescado recién horneado.

No estaba ni crudo ni quemado, sino perfectamente cocido. Ni siquiera tuvo que preocuparse de las espinas, pues las hadas las sacaron frente a ella, como si se tratara del impecable servicio de un restaurante de lujo. Incluso le sirvieron el delicioso vino que ella misma había sacado del inventario, y cuyo sabor era más delicioso de lo que había imaginado.

Se sentía como una princesa, pero a la vez era consciente de que era ella quien dirigía aquella cocina. Sentía el vínculo con ésta y con las recetas heredadas del juego, y con las hadas, que de alguna forma eran la extensión de su voluntad. De hecho, lo más curioso es que no se sentía sorprendida por las acciones de éstas o el resultado, aunque no por ello dejaba de sentirse impresionada.

Se tomó el pudin recién hecho, y que de alguna forma estaba frío, además de delicioso. Sintió como las bonificaciones de éste y del resto de la comida surgían en su interior, aunque no se pueda decir que fueran espectaculares. Apenas aumentaban un 2% algunos de sus parámetros, pero duraban varias horas y además se sentía satisfecha. La comida era de nivel 3, y guardó lo que sobró en el inventario, donde conservaría sus propiedades y temperatura.

Cuando inconscientemente decidió que ya no necesitaba la cocina, ésta desapareció junto a las hadas, a la espera de volver a ser llamadas, momento en el que Goldmi miró de nuevo a la salida con aprensión. Sabía que tenía que cruzarla, que no podía sólo quedarse allí, pero no podía evitar sentir miedo.

Para ganar un poco más de tiempo, decidió revisar su tienda de campaña, que tenía la forma de un castillo de hadas en miniatura. Se metió en el interior, comprobando que el espacio era mayor al que debiera, como si hubiera entrado en una dimensión diferente. Incluso había una cómoda cama que parecía estar llamándola.

Suspiró. Era tentador dormir una siesta y seguir retrasando lo inevitable, pero empezaba a sentirse avergonzada de sí misma. Se mordió el labio y dio media vuelta, para salir de su pequeño castillo y guardarlo en el inventario.

Caminó despacio hacia la salida, sin dejar de mirarla fijamente en ningún momento, sintiendo como el corazón le latía cada vez con más fuerza, y deteniéndose frente a ella. Sacó el arco y lo agarró fuertemente con una mano, antes de respirar profundamente y dar un paso al frente. Atravesó así aquella especie de portal de aspecto acuoso, dejando atrás la seguridad de la zona de iniciación y adentrándose en lo desconocido.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora