Caravana (II)

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El camino hasta la frontera fue tranquilo. La felina lamentaba que su hermana no pudiera cocinar, ya que no quería destacar demasiado. Ya era suficiente con tener a una enorme felina como hermana. No obstante, tenía más que suficiente comida almacenada, aunque no siempre resultaba fácil dársela sin levantar sospechas.

El elfo no volvió a molestarla, tan sólo la saludó respetuosamente cuando acamparon para pasar la noche. Al fin y al cabo, era un civil, y creía sentir la mirada amenazadora por parte de quien había llamado mascota, aunque en realidad ésta lo ignorara.

Y los domadores estaban en gran parte ensimismados en sus propios pensamientos. Al parecer, las palabras de la elfa les habían dado mucho que pensar.

Formaron un círculo con las diez carretas, algunas de pasajeros y otras de comerciantes, con su respectiva carga, siendo vigiladas por la casi veintena de aventureros contratados. Sus niveles estaban por debajo de 50, pues tampoco iban a zonas de mayor nivel.

Es cierto que siempre existía el riesgo de ser atacados por bandidos de nivel alto, pero la concentración de maná era baja, por lo que no sería fácil para ellos recuperar maná y energía. Además, las caravanas grandes contaban con dispositivos de emergencia capaces de detener sus ataques durante un buen rato, lo suficiente para que llegaran refuerzos.

Si la caravana era más pequeña, no valía la pena el esfuerzo. A niveles suficientemente altos, hay formas mucho mejores de obtener beneficios, sin necesidad de ser perseguidos.

Por ello, una caravana como aquella, fuertemente protegida y con medidas excepcionales de defensa, no era un blanco que pudiera ser atacado fácilmente. O eso era lo que todos creían.



–Hay algo extraño. El bosque está silencioso. Y escucho pasos, que no son los habituales– reveló la lince.

–Voy a dar una vuelta– se disculpó la elfa, levantándose y yéndose con su hermana. Sus sospechas no podían tomarse a la ligera.

–Ves con cuidado– la despidió Darigla, una joven y agradable mercader humana con la que había simpatizado.

Goldmi sonrió y asintió, aunque el resto miraban con algo de resignación. Quizás aquella elfa iba acompañada por el ser más poderoso de toda la zona.

Detección de Vida no encontró nada extraño. El problema estaba en lo que no encontró cuando llegó a una zona en concreto. Faltaban aventureros.

Frunció el ceño. Vistió la armadura de piel, la espada y la daga, y se acercó Camuflada a esa zona, a las únicas dos presencias que aún estaban allí. Debería haber cuatro o cinco.

–Vaya, tan arrogante que eras antes con tu "espada mágica", tus "habilidades superiores" y tu bonita cara. ¿Y ahora? Creo que te quedará bien otro corte aquí.

–¡MMMmm! ¡MMM!– intentó protestar una voz apenas audible, al estar amordazada.

–No te preocupes. Mis compañeros llegarán enseguida. Va a ser un trabajo de lo más fácil.

Allí estaban dos de los aventureros que debían escoltar la caravana. Uno era un joven humano llamado Leo, de casi metro noventa, rubio, y que llevaba una armadura pesada.

Goldmi lo había conocido la noche anterior. Le había resultado un tanto engreído. De hecho, éste la había mirado de forma un tanto despectiva, pues se sentía superior a los domadores, por confiar en las fuerzas de sus bestias en lugar de desarrollar las suyas propias. Así que, básicamente, ella había decidido ignorarlo.

Ahora estaba atado, un ojo morado, y un corte en la mejilla. Otro corte en perpendicular se estaba ahora mismo formando bajo el filo de un cuchillo.

El otro aventurero también era humano. De hecho, parecía llevarse bien con el primero, pero todo había sido una actuación para que bajara la guardia y poder desarmarlo. Había cuatro bandidos infiltrados en la escolta, y los otros tres habían salido para avisar a los que esperaban fuera.

Su objetivo era un ataque por sorpresa, tras atravesar las defensas desde dentro. De esa forma, vencerían rápidamente la resistencia y se llevarían el botín, cuyas fuentes les habían informado de que era más valioso de lo habitual.

El bandido en realidad odiaba a aquel aventurero nacido en una familia acomodada, ya fuera por la diferencia de carácter o por envidia, o por ambas, y había decidido torturarlo. No se dio cuenta de que algo se acercaba por detrás.

La elfa uso Empuñadura para aturdirlo, tras lo cual fue inmovilizado por la felina, mientras la primera cortaba las cuerdas de un sorprendido aventurero.

–¿Cuál es la situación?– preguntó Goldmi.

Él la miró con los ojos muy abiertos. No sólo le acababa de liberar y reducir al bandido, sino que iba claramente vestida como una aventurera, de nivel más alto que el suyo. Además, su actitud denotaba experiencia.

Había estado usando Disimular para pasar desapercibida, pero en esa situación ya no podía permitírselo. No destacar demasiado había dejado de ser importante.

–Hay un agujero en el escudo. Allí, entre las dos carretas. ¡Tenemos que avisar al resto!– exclamó éste.

–Avísalos, en silencio. Yo me ocupo de retenerlos si aparecen. Démosles una sorpresa– propuso la elfa.

Él la miró un momento, indeciso, pero ella simplemente empezó a atar al bandido. Mientras, la felina se escondía cerca del agujero del escudo, al acecho de sus presas.

Finalmente asintió y desapareció. Sin darse cuenta ella misma, el tono de Goldmi había sido autoritario, firme, además de que había demostrado ser capaz de valerse por sí misma.

Tras atar al inconsciente bandido, usó Alarma fuera del agujero, comprobó que podía cerrarlo con un Muro Natural, y colocó varios Abismos de Viento frente a él, a la espera de que alguien se acercara y cayera en ellos.

Luego creo un Clon, al que incluso puso un arco de nivel menor para hacerlo más realista. No sabía si serviría de algo, pero podía ayudarle a ganar tiempo.

Finalmente, usó Flotar para subirse al árbol desde el que, supuestamente, un par de aventureros debían de estar vigilando, si no fuera porque eran bandidos infiltrados que habían ido a buscar a sus compañeros.

Allí se quedó, invisible para otros ojos, esperando.

Mientras, Leo daba la voz de alarma. Varios aventureros fueron en la dirección de Goldmi, mientras que otros eran despertados y se preparaban para repeler el ataque. Aunque, ahora, se miraban unos a otros con cierta desconfianza. No podían saber si, entre ellos, había otro traidor.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora