Idilio

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Todos los aventureros agradecieron a la elfa por la ayuda de su hermana. Sólo Leo sabía que ella también había intervenido directamente. De hecho, se mostró extremadamente respetuoso con ella, pero no dijo nada al respecto. Le había salvado la vida, así que lo mínimo que podía hacer era respetar sus deseos.

Goldmi tampoco estaba muy preocupada por ser descubierta, pero prefería pasar lo más desapercibida posible. Estaba allí con un único objetivo, y no quería meterse en otros problemas

–¿No le gustarás a ese Leo? ¿Te has fijado como te mira?– le preguntó Darigla durante la cena, quien parecía más que interesada en indagar al respecto.

–Es sólo por mi hermana, no tiene ningún interés en mí– aseguró Goldmi, sintiéndose algo culpable por no decirle toda la verdad.

–¿Seguro? Es guapo. Quizás deberías hablar con él...– insistió la mercader.

–¿Para qué? ¿Quieres que le hable de ti?– bromeó la elfa.

–¡No, no, claro que no!– negó ésta, sonrojándose.

Goldmi la miró sorprendida, pues no esperaba esa reacción. Y la humana se sonrojó aún más ante aquella mirada. Era evidente que había quedado expuesta.

–Así que te gusta...– susurró ella, sonriendo pícaramente.

–¡No digas tonterías!– intentó volver a negar la mercader.

Pero ya no podía engañar a la elfa, así que se volvió avergonzada, sin querer mirarla. Fue entonces cuando la elfa miró hacia el aventurero y se dio cuenta de que no era a ella a quien estaba mirando en aquel momento, y tampoco a su hermana.

Con una sonrisa traviesa, se levantó y se fue hacia éste, ante la mirada atónita de Darigla, y la indiferencia de la lince. Para ésta, se complicaban demasiado.

–Hola Leo. Dime, ¿estás casado? ¿Tienes novia?– preguntó directamente, sin más preámbulo.

–Eh... Esto... No...– respondió éste, pillado totalmente por sorpresa.

Si cualquier otra persona le hubiera preguntado algo así, quizás no le hubiera ni contestado. Pero a ella, no sólo le debía la vida, sino que estaba impresionado por sus habilidades. Incluso algo intimidado.

También lo estaban los otros aventureros, pero no sabían quién era en realidad quien los había ayudado. Muy pocos sospechaban de la elfa, pues ya era una domadora. O eso creían.

–Entonces, ¿cuál es tu interés en Darigla? ¿Por qué la mirabas tan intensamente?– preguntó, sin dejar de sonreír.

–Eeeh... ¡No la estaba mirando! Sólo...

–Así que sabes quién es, sabes su nombre– lo interrumpió ella.

Durante unos segundos no supo qué responder. No es que fuera extraño que conociera su nombre, pero no se había mezclado ni hablado con ellos. Si lo sabía, era porque alguien se lo había dicho. Y si tardaba en responder, era por algo más.

–¿Qué es lo que quieres?– preguntó éste, apartando la mirada.

Ese gesto fue toda la confirmación que ella necesitaba, no pudiendo evitar sino ampliar su sonrisa.

–Os puedo presentar. Puedo incluso daros algo de tiempo para que habléis. Pero ten en cuenta que es mi amiga. Más te vale no jugar con ella– ofreció Goldmi, también advirtiéndolo seriamente.

–¿¡De verdad...!?– se giró de repente.

Y, justo después, al ver la expresión de la elfa, se dio cuenta de que había confesado completamente, lo cual le hizo perder el control de sus emociones y sonrojarse.

–¿Qué tal si esperas allí? La traigo de aquí un rato.

Él asintió, incapaz de articular palabra, mientras la elfa se reía entre dientes.

Era un aventurero con más de cinco años de experiencia, habiendo empezado a los quince. Sin embargo, su experiencia con el otro sexo era más bien escasa.

Se había pasado demasiado tiempo entrenando y preparándose, e incluso creyéndose por encima de cierto tipo de sentimientos. Pero la pelirroja mercader lo había cautivado.

Se había acercado a escondidas sólo para escucharla, para oírla reír y hablar. Se había convencido de que quería averiguar algo más sobre la extraña elfa, pero, en su lugar, no podía dejar de mirar a Darigla cada vez que tenía la oportunidad.

Ahora, su corazón palpitaba con fuerza, y no era el único. La mercader había estado mirando fijamente a la elfa levantarse y hablar con el aventurero. Al principio, se había temido que dijera algo de ella. Pero, al verla sonreír y a éste avergonzado, se le había caído el mundo a sus pies, creyendo que ésta quería seducirlo.

Se sentía enfadada con su amiga. Aunque ella misma la había animado al principio, que flirteara con él después de haber averiguado sus sentimientos no era algo fácil de perdonar. Se sentía celosa y traicionada, así que, cuando se acercó, ni siquiera la miró. No sabía como encararla.

Sin embargo, en cuanto la elfa habló, se dio cuenta de lo mucho que lo había malinterpretado la escena.

–Le he dicho que te llevaré con él para que podáis hablar los dos solos. Así que acaba de comer y prepárate.

Miró a Goldmi, terriblemente avergonzada y aterrada. Ella tenía don de gentes, era una mercader, pero también había rechazado firmemente a todos sus pretendientes, queriéndose centrar sólo en su oficio. Como el aventurero, era joven y se creía por encima de esos sentimientos.

–¡No puedes hacerme esto! ¡No puedo...!– suplicó.

–Si hace falta te arrastraré– amenazó la elfa con una sonrisa, amenaza que las dos sabían que no iba a cumplir.

–Pero él... ¿Qué va a pensar de mí...?

–Pues, dado lo mucho que te está mirando, debe pensar que eres preciosa.

Darigla se giró, y las miradas de los dos jóvenes se encontraron apenas unos instantes, lo que tardaron los dos en sonrojarse y mirar hacia otro lado.

–En serio, no puedo...– siguió resistiéndose.

En realidad quería ir, pero estaba aterrada. Sus sentimientos la abrumaban.

–¿Entonces le digo a él que venga? Es muy mono cuando se avergüenza, como alguien que yo me sé– se burló la elfa.

–¿¡No te atreverás...!?

Le costó un rato más, pero al final consiguió convencerla de ir, de que su ropa estaba suficientemente bien, de que no necesitaba ni maquillarse ni lavarse, ni nada más que ir y hablar con él.

El aventurero las esperaba nervioso, pensando que era inapropiado ir con la armadura y el polvo del camino, creyendo que ella pensaría que era demasiado tosco, demasiado poco elegante, demasiado sucio.

–Hola, ya estamos aquí– saludó alegremente Goldmi.

–Ho...Hola– saludó éste, nervioso.

–Hola...– saludó la mercader, casi en un susurro.

–Bien, pues os dejo. Que os divirtáis– se despidió Goldmi.

––¡Espera!–– exclamaron los dos a la vez

Ella se giró un momento y los miró con una enorme sonrisa.

–Hacéis buena pareja.

Tras ello, se marchó, dejándolos a los dos totalmente rojos. Tardaron un buen rato en romper el hielo, en atreverse a hablar, casi acabando con la paciencia de la elfa, que los espiaba Camuflada.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora