Emboscados (II)

320 66 2
                                    

Gralrbfo se había sentido deprimido hasta hacía bien poco. Lo habían dejado encargado de la zona, pero sin apenas efectivos.

–¿¡Cómo quieren que consiga méritos así!?– se había enojado días atrás.

Pero, unas horas antes, había descubierto un pequeño grupo de vivos. Los había seguido y vigilado, asegurándose de que no hubiera más en las proximidades, y les había tendido una trampa.

La serpiente que había enviado no había logrado escapar y atraerlos, pero sí el perro. Aunque había acabado muriendo, había sido un sacrificio necesario para rodearlos e impedirles escapar.

Había decidido acabar con el mago, así que envío los efectivos aéreos que tenía al abasto en cuanto el resto estuvieron distraídos. No había acabado como esperaba, sino mucho mejor de lo que podía haber previsto.

El mago seguía vivo pero moribundo, haciendo que la desesperación penetrara en los corazones de los otros vivos por no poder ayudarlo. Y la desesperación le daba una oportunidad para capturarlos, para corromperlos. Era difícil, sería un gran logro si conseguía uno, pero al menos podía intentarlo. Fuera como fuese, matar a los cinco ya era un buen mérito.

Esperó a que estuvieran cansados, agotados y heridos para darles el golpe de gracia. Envió a una de sus bestias para saltar sobre el herido, con la intención de matarlo y derrotar el espíritu de los demás, de romper sus almas, cualquier esperanza que aún pudieran tener.

Lo que no podía esperar era que alguien interviniera, matando a dicha bestia. Miró en la dirección desde la que habían llegado las flechas, pero sólo pudo ver la figura de un animal acercándose. Y, mientras lo hacía, más de sus bestias iban cayendo víctimas de las flechas.

Aquello le exasperó, ordenando que las que quedaban atacaran a sus enemigos, que los arroyaran. Pero una felina saltó entre ellas, cubriendo uno de los flancos, y dejando al grupo con menos espacio que cubrir, menos vulnerables.

Era ágil y poderosa, demasiado para estar en aquella zona, y sus garras tenían un inusual poder contra las bestias corrompidas. De hecho, Gralrbfo sintió un escalofrío ante su brillo, como si pudieran hacerle daño.

A pesar de ello, los agotados y lastimados aventureros no lo tenían fácil para contener a sus enemigos. Pero los perdidos tenían otro enemigo invisible en forma de precisas flechas, que lograban restringir sus movimientos, ralentizarlos, hacerlos presas fáciles para los aventureros.

El espíritu corrompido estaba entre incrédulo y furioso. No se podía creer que su plan estuviera fallando, que alguien hubiera interrumpido su victoria, sus méritos. Pero lo que realmente lo sobrecogió fue que la felina lo mirara.

Fue sólo un instante, pues enseguida volvió a su labor de eliminar a las bestias corrompidos, por lo que Gralrbfo se dijo a sí mismo que había sido casualidad. Y que, de todas formas, no podía hacerle daño.

Lo que no podía saber era que, a través de Vínculo Visual, había sido descubierto por alguien más, alguien con el poder de acabar con él. Varios Disparos Curvos consecutivos fueron lanzados a lo lejos, apoyados por Ojo de Halcón, Toque Purificador o Flecha de Luz.

Cuando los vislumbró, se preocupó por sus bestias, no podía saber que la trayectoria de aquellas flechas estaban cambiando, girando hacia él. Fue demasiado rápido, ni siquiera tuvo tiempo de lamentarlo antes de desaparecer para siempre.

Mientras, Goldmi se iba acercando poco a poco, disparando sus flechas una y otra vez. Y su hermana seguía limpiando el lugar de perdidos, hasta que no quedaron más.

Los aventureros miraron entonces a la lince, sin saber muy bien como reaccionar ante aquel feroz animal, pero ésta simplemente se sentó, mirándolos, pero sin intención de atacar o acercarse.

La miraban con recelo, pero también con agradecimiento, e incluso le hicieron una leve reverencia, pero había algo que les preocupaba más.

–Vamos, Glidran, bébetela– maldijo Jarlia.

Pero ninguno de ellos sabía como hacerle beber la poción de curación al mago. Sin saber que hacer, casi llorando, Anlimoth fue el primero en ver una figura acercarse, la de una de las elfas más hermosas que nunca había visto.

Era cierto que su pelo rubio estaba despeinado, producto del vertiginoso viaje que había llevado a cabo, y su ropa sucia y llena del polvo, también culpa del viaje. Pero eso no impidió que su aura y figura cautivaran al joven guerrero. O que incluso aún le impactaran más.

Se acercaba corriendo, a una velocidad mayor de la que se suponía a un elfo, aunque no era ello tan sorprendente, pues los había que tenían habilidades para aumentar su velocidad.

Empuñaba un arco, lo que indicaba que podía ser una de las personas que los había ayudado, aunque les resultaba increíble no ser capaz de ver al resto, ni a ella hasta entonces.

–Dejadme verlo– ordenó en cuanto llegó, sorprendiendo a la mujer-jaguar, pues había estado demasiada concentrada intentado hacerle beber la poción como para verla llegar.

Por un momento dudaron. Pero no sólo era evidente que no era un ser corrompido, sino que la felina que los había salvado se había levantado, colocándose junto a ella, dejando totalmente claro que era su compañera.

Inmediatamente, usó Curación Básica en él. Una vez. Y otra. Y otra. Era evidente que estaba usando una gran cantidad de maná, y que no se detuvo hasta que el hechizo dejó de ser efectivo.

–Es todo lo que puedo hacer. Espero que sea suficiente– casi se disculpó ella, claramente cansada y preocupada.

Los cuatro miraron a su compañero. Sus heridas parecían curadas y respiraba con normalidad, pero no podían saber si realmente estaba bien. No fue hasta que abrió los ojos que todos suspiraron aliviados, en incluso lloraron, Jarlia más que nadie.

–No llores, estás más guapa cuando sonríes– dijo entonces el mago.

–Tonto...– le recriminó ella, sonriéndole y abrazándolo entre lágrimas.

–Gracias... Cof, cof– agradeció Omny a la elfa, tosiendo y manchándose las manos de sangre.

–Déjame ayudaros, aún me queda maná– respondió la elfa.

Su sonrisa hizo sonrojar a Anlimoth, aunque sólo su hermana se dio cuenta. Ésta sonrió traviesamente, tomando nota mentalmente, pues así podría molestar a su hermano.

Goldmi los fue tratando a todos, y Anlimoth lamentó no haber recibido algunas heridas más. No pararon de darle las gracias, hasta que los dejó boquiabiertos cuando les explicó que sólo ella y su hermana felina estaban allí, y que era ella quien había disparado desde la distancia.

La miraron incrédulos. El nivel de la elfa era superior al suyo, pero no pasaba de 30. Era imposible que pudiera curar, correr y disparar desde tan lejos y con tal precisión. Pero tampoco podían negar la realidad. Y menos cuando les hizo una demostración, haciendo caer a una ave corrompida.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora