Habían acabado de desayunar, así que Goldmi se giró para recoger los platos y tazas. O para que su hada asistente los recogiera por ella. Pero, al hacerlo, rozó una taza, con tan mala suerte que se golpeó en la piedra, rompiéndose el asa.
No era más que una simple taza, pero la elfa se quedó paralizada, mirándola, temblando, sintiendo un pánico que creía haber dejado atrás, que creía haber superado.
Durante su matrimonio, el maltrato psicológico que había sufrido había sido profundo. Había llegado realmente a creer que "era una inútil", que "no servía para nada", incluso "que estaría mejor muerta".
Había conseguido alejarse de él, divorciarse y superarlo, en gran parte con el apoyo y ayuda de su familia y amigos, y los compañeros que había encontrado en el juego. De Eldi y Gjaki, que la trataban como una más, que no le echaban en cara sus errores, aun cuando al principio había temido que la dejaran atrás cuando cometía alguno.
Se quedó mirando la taza rota, reviviendo aquel pasado tormentoso. Pensando que quizás su situación actual, atrapada en una mazmorra, era culpa suya, culpa de su incompetencia. Que el estar sola en aquel mundo, que el haber dejado atrás a todos sus amigos, a su familia, se debía a que no era digna de ellos. Que el haber enfermado y muerto se debía a que era demasiado débil.
–Hermana...– la llamó la lince, restregando su hocico contra ella.
Sentía la angustia y desesperación en su hermana de orejas puntiagudas, una angustia que sabía que había estado siempre allí, escondida, pero amenazando con salir en cualquier momento. Y, de repente, sin previo aviso, lo había hecho.
Quizás se debiera a la tensión de aquellos días. A haber dejado atrás su mundo natal. A tener que adaptarse a un lugar nuevo y peligroso. Fuera cual fuera la razón, la rotura de aquella asa había sido el desencadenante de aquella reacción, de hacer aflorar los sentimientos hasta ahora enterrados
–Hermana lince...– sollozó la elfa.
Rodeó con fuerza el cuello de su hermana, como queriendo asegurarse que realmente estuviera allí, que realmente no estaba sola, que había alguien que la apreciaba. Pero el tsunami que se había desencadenado en su corazón no era tan fácil de detener.
–Lo siento... Por mi culpa estás aquí. Soy una inútil. Si no hubiera querido levear allí, no nos habrían tendido la trampa. Si hubiera admitido que no valgo para nada, no estaríamos aquí encerradas. Yo... Siempre...
Las lágrimas corrían por su rostro mientras expresaba sus remordimientos, mientras expresaba la profunda desesperación que emanaba de su corazón.
–Edgar tenía razón. No valgo para nada. Estaría mejor muerta. Así no arrastraría a nadie conmigo...
–No sé quién es ese Edgar, ¡pero es un estúpido!– rugió la felina, enojada como nunca la había sentido su hermana, que se quedó petrificada.
–¿Tú una inútil? ¿¡Y entonces qué son el resto de habitantes del mundo!? ¿Crees que las hadas hubieran elegido a una inútil? ¿Crees que los espíritus del bosque se habrían salvado solos? ¿O Elendnas? ¿O los otros elfos? ¿O aquellos...?
Uno a uno, la lince fue enumerando varias misiones únicas que había realizado Goldmi, algunas de ellas con sus compañeros, y algunas que ni siquiera sabía que eran únicas. Nunca se había sentido la felina tan enfadada, pero no era su hermana el blanco de su ira, sino ese Edgar que le había hecho tanto daño en el pasado. Tanto que, incluso ahora, de repente, había vuelto a resurgir, junto ciertos recuerdos de la propia felina.
–Y también me salvaste a mí. Sin ti, yo, jamás... Sin ti, no podría seguir adelante, no habría podido hacerlo en el pasado– finalizó la lince, apoyando su cabeza en las piernas de la elfa.
Goldmi, estupefacta ante el sermón de su hermana, ante los profundos sentimientos de ésta, no pudo sino acariciar con afecto aquella suave cabeza, y volver a derramar lágrimas, aunque esta vez eran diferentes.
Estas nuevas lágrimas se llevaban un poco de la desesperación que había resurgido de repente, aunque no era algo que pudiera desaparecer así como así. Necesitaría tiempo, tiempo para comprender que aquellos sentimientos seguían allí, con ella. Tiempo para afrontarlos en lugar de ocultarlos.Tiempo para ganar confianza en sí misma.
Por suerte para ella, ahora tenía un arma mucho más eficaz y fuerte que la que nunca había tenido. Es cierto que su familia y amistades la había apoyado, pero no era comparable con el estrecho vínculo que la unía a su hermana.
Siempre había dudado. Por dentro, siempre había temido que su familia pensara que era una inútil, a pesar de sus buenas palabras y cariño. O que sus amigas la criticaran a su espalda diciendo que era una "buena para nada". O simplemente que lo pensaran. No es que fuera así, ni que tuviera ningún indicio de ello, pero no podía evitar pensarlo.
Durante dos años, su autoestima había sido erosionada día a día. Demasiado joven e inexperta, había confiado y amado demasiado a alguien que no lo merecía, y que la había herido en lo más profundo de su alma.
Pero ahora, el vínculo con su hermana era demasiado profundo e íntimo como para dudar. El amor y la confianza de ésta no podían fingirse, ni su absoluta devoción.
Estuvo un buen rato abrazándola, llorando, empapando con sus lágrimas aquel pelaje esponjoso, hasta que el peso en su corazón disminuyó lo suficiente para recobrar el control de sus sentimientos, poco a poco dejando estos de desbordarse.
Le llevaría tiempo superarlo del todo, pero ahora, de alguna forma, tenía la confianza de hacerlo. Sabía que, si no tenía suficiente fuerza, su hermana le prestaría la suya, una hermana que la necesitaba a ella tanto como ella a su hermana.
–¿Crees que Elendnas aún se acordará de mí?– preguntó sin dejar de abrazarla –¿Y su hermana?
–¿Cómo alguien podría olvidarte? Si no se están preguntando si volverás y deseando que lo hagas, entonces yo odio los pasteles.
–Pffffft– rio con la boca tapada la elfa ante aquella comparación.
Luego se durmió, agotada psíquicamente por aquella avalancha de emociones que la había sobrepasado, y mientras la lince respiraba aliviada al notar que su hermana se había sobrepuesto. Y sin poder dejar de maldecir a ese tal Edgar. Si lo tuviera allí, le habría desgarrado cada uno de sus músculos, cada fragmento de su piel.
Mientras, en una aldea elfa, un elfo estornudó sin entender muy bien la razón, ni por qué, de repente, se había vuelto a acordar de quien nunca había olvidado, de la única mujer que no sólo había capturado su corazón, sino que nunca lo había dejado ir.
Se preguntó de nuevo si la volvería a ver, y si ella sentiría algo por él. Últimamente, no dejaba de pensar en ella.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...