Pequeños e irritantes

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Siguiendo las indicaciones de los habitantes de la aldea del Árbol de Zafiro, se dirigieron a la zona de nivel 30, en dirección a la frontera con la zona corrompida.

Después de un par de días, se encontraban rodeando una zona de ciénagas, de la que habían sido advertidas. Meterse en ellas hubiera resultado como mínimo molesto, probablemente peligroso. Aunque esa área aún no llegaba a 30, estaba cerca, y los habitantes de esas ciénagas podían esconderse en las turbias aguas, siendo éstas trampas en sí mismas, por lo que comportaban un alto riesgo.

No habían tenido muchos problemas al salir de la aldea, pues ninguno de los habitantes del bosque se había atrevido a atacarlas, pero a medida que se habían acercado a zonas de nivel próximo al suyo, más y más les habían perdido el miedo.

Había sido relativamente fácil esquivar a sus potenciales enemigos con Detección de Vida, aunque no siempre podían evitarlos, ya fuera porque había demasiados, porque se movían rápido, o porque seguían su rastro.

Este último había sido el caso de ocho enormes insectos parecidos a un ciempiés, o quizás a milpies, de nivel 27. De metro y medio de longitud y venenosos, se habían abalanzado hacia ellas desde tres direcciones distintas, y hubiera sido una situación altamente peligrosa de haberlas tomado por sorpresa.

Pero no sólo estaban alerta por haber Goldmi detectado su presencia, sino que la lince podía escuchar el movimiento de los enormes insectos que se dirigían hacia ellas.

Enredar había cumplido la función de retener a cinco de ellos, pero los otros tres habían logrado escapar del campo visual de la arquera, acercándose mientras ésta clavaba sus flechas en los que había quedado enredados.

El primero en llegar había sido presa de las poderosas garras y mandíbulas de la felina, mientras que el segundo había caído en un Abismo de Viento, colocado en el punto ciego de Goldmi que no era cubierto por su hermana.

El último había sido recibido por la elfa con Ataque Serpenteante, atacando y bloqueando al ciempiés mientras le clavaba su espada. Había dejado el arma incrustada en el cuerpo del insecto para no perder tiempo, y había usado Retroceder, ganando así distancia y volviendo a empuñar el arco que había guardado unos momentos atrás.

Con varios Tres mejor que una, Flechas Etéreas y físicas, acribilló a su atacante y al que había caído en la trampa, aunque no pudo evitar que algo de veneno fuera Escupido hacia ella. No obstante, no superó Barrera Ciclónica, que llevaba siempre puesta.

Si no se hubiera visto obligada a quitarla para proteger a la niña elfa, y no hubiera cometido el error de no renovarla inmediatamente durante su pelea con las serpientes, quizás no la hubieran envenenado. Así que tenía bien aprendida la lección.

La lince había partido en dos al otro ciempiés, a pesar de lo cual aún se movía. Pero la parte más grande carecía de ojos o antenas, mientras que la más pequeña había perdido toda capacidad de defenderse, siendo pronto destrozada, aunque con cuidado de sus mandíbulas y su veneno. Es cierto que ésta también había tenido Barrera Ciclónica, pero el combate cuerpo a cuerpo había resultado en la desaparición de la protección, por lo que ahora estaba sin ella.

–Tengo una receta de estofado de ciempiés. ¿Debería probarla?– preguntó la elfa a su hermana, después de que hubieron terminado con el resto.

–Probar no cuesta nada– respondió ésta, sin ninguna reticencia.

A diferencia de la elfa, no tenía ningún problema en comerse al insecto. Aunque no crudo, pues se había malacostumbrado a la deliciosa cocina de su hermana.

Goldmi se encogió de hombros, no del todo convencida de si ella también lo probaría, mientras sus asistentes recogían los restos y las armas.



Los ataques esporádicos eran peligrosos, aunque estaban más que preparadas y sus niveles eran algo superiores a los del lugar. Además, contaban con una amplia gama de hechizos y habilidades, y un equipo de buena calidad para los estándares de aquel mundo.

Sin embargo, no eran ni mucho menos lo peor. Miles de mosquitos de diferentes tamaños las acosaban. Los había de menos de un centímetro, y de más veinte. E incluso algunos que llegaban a medio metro, aunque los grandes no les representaban un gran problema, pues eran un blanco fácil y poco numeroso. El problema eran los pequeños.

Golpe de viento podía alejarlos por unos momentos, y Tornado podía acabar con cientos de ellos, pero ni mucho menos con todos. Aunque Barrera Ciclónica las protegía, era inquietante tenerlos merodeando alrededor de la barrera. Si bien ésta podía llegar a acabar con los más pequeños, sólo empujaba a los otros.

Se veía obligada a renovarla continuamente, y tanto ella como su hermana no paraban de atacar a los mosquitos, ya fuera con garras, flechas, hechizos, espada o daga. Vacío resultaba eficiente para atraer a varios de ellos, pero era totalmente insuficiente. Por suerte, las asistentes no se veían afectadas por los insectos, así que podían recuperar las flechas.

Acabó usando Hogar Vegetal para pararse a comer. Los mosquitos no sólo eran incapaces de atravesar la barrera, sino que ni siquiera detectaban ya la presencia de sus víctimas. Eso sí, tuvieron que limpiar el espacio interior de los que habían quedado atrapados con ellas, algo que resultaba irritante. Lo que hubiera dado la elfa por tener a Eldi consigo y sus hechizos de fuego. O a Gjaki y sus familiares. O a sus propios hechizos de nivel alto.

Al final, con Tramontana consiguió agruparlos contra la pared vegetal, siendo más fácil para ellas acabar con los insectos. No pudo cocinar allí, no había espacio suficiente, así que se tuvieron que conformar con lo que tenía guardado, que no obstante sabía como recién hecho. Por ello, el estofado de ciempiés tendría que esperar.



Cuando acabaron de comer y descansar, habiendo recuperado sus energías y protegido con Barrera Ciclónica, decidieron seguir su camino. Querían alejarse de allí antes de que se hiciera de noche.

–¿Vamos?– preguntó la elfa, intentando darse ánimos o que se los dieran.

–No hay más remedio– suspiró su hermana.

A la lince también la estresaba estar rodeado de miles de pequeños insectos que parecían no tener fin, así que no estaba especialmente entusiasmada de estar allí. Puede que su pelaje la protegiera en gran medida, pero, sin la barrera, sabía que atacarían sus partes más sensibles, como orejas, nariz, ojos o boca.

Sin embargo, cuando deshizo el refugio, se encontraron con un gran silencio, habiendo los insectos desaparecido. Ni siquiera Detección de vida encontró nada cerca de su posición.

–Esto es muy raro– se extrañó la elfa, inquieta.

–Mejor salgamos cuanto antes de aquí– sugirió la felina.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora