La mujer-pantera se acabó viendo obligada a compartir unas cervezas con los escandalosos pero amigables enanos, los clientes favoritos del tabernero. Quizás eran ruidosos, pero bebían mucho y no se metían en peleas dentro de la taberna, que era una especie de lugar sagrado para ellos. Y, claro está, con su número, y sabiendo cuan rudos podían llegar a ser, nadie se metía con ellos.
Había admiración hacia ella, tanto por su habilidad en la pelea como por su capacidad de aguantar la bebida, aunque estaba llegando a su límite, más por la cantidad de líquido que por el alcohol en sí mismo.
Sin embargo, de la admiración pasaron a la adoración cuando ésta aseguró que podía conseguir cierto tipo de cerveza.
–¿De verdad? ¿Podrías enviarnos aunque fuera un poco?– casi suplicó una de las enanas.
–Pagaremos lo que sea– aseguró otro, que evidentemente no era muy diestro en los negocios.
La elfa sonrió. Aquellos enanos parecían tan leales y sinceros como en el juego. Decidió apostar en ello, en que no la traicionarían, en que no se aprovecharían de ella. Si lo hacían, tampoco perdería mucho, y a cambio confirmaría el carácter de los enanos.
–Intentaré conseguirla y enviaros lo que pueda a través del Gremio de Comerciantes. La probáis y me pagáis lo que consideréis apropiado– ofreció ella.
A algunos casi les cayeron lágrimas de los ojos, pues no era fácil encontrar a alguien que confiara en ellos a ese nivel, a excepción de otros enanos. Otros eran algo más suspicaces, dudando de que fuera a cumplir su promesa. Aunque no dijeron nada, tampoco es que perdieran nada por aceptarlo.
Cuando meses más tarde llegaron un par de barriles, casi lo habían olvidado. Cuando la probaron, no pudieron sino considerar a aquella mujer-pantera como una de ellos, quizás como una diosa. No sólo les había enviado una deliciosa cerveza, sino que había mantenido las condiciones.
Le pagaron más que generosamente, más incluso de lo que podía haber conseguido negociando con ellos. Se había ganado su agradecimiento y confianza. Y que le pidieran que les enviara más en el futuro, incluso adelantando el pago, sin plazos.
Sintiéndose algo culpable, en la siguiente ocasión les enviaría un barril adicional, de muestra, de otro tipo de cerveza. A ella, le costaba muy poco conseguir esa cerveza, mucho menos de lo que le habían pagado. Al fin y al cabo, podía crearla ella misma. O sus asistentes.
Los enanos no sólo la encontrarían impactante, pues era bastante fuerte, sino que le pedirían más. Incluso preguntarían si podían pedir para su hogar natal ambos tipos de cerveza.
Dejó atrás el asentamiento y siguió avanzando por el bosque, sin dejar de usar Detección de Vida. E incluso Tarzán un par de veces que encontró las lianas adecuadas. Era demasiado tentador, por mucho que su hermana se riera un poco de ella. Pero sólo un poco. Le había costado muchas súplicas que no la dejara sin postre, así que, por ahora, prefería no tentar la suerte.
Habían partido aquel mismo día, no queriendo demorarse. En parte, porque querían llegar cuanto antes. Y, en parte, porque se temían que aquellos tres mineros a los que había apalizado quisieran vengarse.
No es que los temieran, pero, si las atacaban, podría volverse algo mucho más serio. Es cierto que le desagradaban, pero no tanto como para querer matarlos por un incidente cuando estaban un poco bebidos.
De hecho, sí que preguntaron por ella, pero no sólo ya se había ido, sino que la respuesta que recibieron de los enanos les hizo olvidarse de cualquier idea de venganza.
Caminaban por el bosque, pero tenían el camino a la vista, lo que les servía para orientarse. Es cierto que la dirección la tenían clara, pero, según el mapa, había algunos ríos que podrían ser difíciles de cruzar si no era por los puentes.
Y en una de las ocasiones en las que podían ver el camino con claridad, descubrieron un grupo de tres, escondidos tras unos matorrales, espiando a los viajeros que pasaban por allí.
Goldmi frunció el ceño. No quería retrasarse, pero no podía hacer como que no había visto nada. La opción más sencilla sería atravesarlos con flechas, pero eso significaría ejecutar a tres personas sin una buena razón.
–¿Puedes acercarte?– le pidió a su hermana.
Con rapidez y sigilo, la felina se acercó a los tres hombres, quienes ni siquiera sospechaban que unos peligrosos ojos amarillos los observaban. Y que, a través de ellos, una elfa también los veía y escuchaba
–Ese matrimonio parece tener dinero. Creo que serían una buena presa– sugirió uno.
–Y la mujer es atractiva. Nos podríamos divertir con ella– se excitó otro.
–¿Eres idiota? ¡Ni se te ocurra pensarlo!– le reprendió el primero.
–¿Por qué no? Podemos robarles y les robamos. Si podemos divertirnos con ella, ¿por qué no hacerlo?
–Realmente eres idiota. Si les robamos, nadie prestará demasiada atención. Quizás manden algunas patrullas. Pero si matamos o violamos, nos perseguirán, irán a por nosotros, nos rastrearán. Si nos pillan, que lo harán, no tendremos la suerte de que sólo nos metan entre rejas. ¿Es eso lo que quieres?– respondió el primero en voz baja, enojado.
–Además, todos tenemos madres o hermanas. No me gusta que pienses así– intervino el tercero, en tono amenazante.
–No, no, tenéis razón, me he dejado llevar– se disculpó el segundo, sudando.
No era muy sincero, pero sabía que era mejor no hacerlos enfadar. Quizás en otro momento y con otra compañía, no dudaría.
De repente, tres flechas de maná llegaron sin previo aviso. Una se clavó a apenas un centímetro de la entrepierna del segundo que había hablado. Las otras dos, cerca de las manos de los otros.
Aterrados, entendieron que aquello era una advertencia, una advertencia de parte de alguien lo suficientemente poderoso y habilidoso como para disparar unas flechas que podían matarlos, y clavarlas a apenas un suspiro de acertarles. Y especialmente aterrado estaba el que tenía una flecha entre sus dos piernas.
Se miraron y salieron corriendo, cada uno en una dirección distinta. Los viajeros que los vieron pasar los miraban extrañados. Incluso miraron temerosos hacia la dirección de donde habían venido, pero nada había allí. Lo que fuera que los había asustado, no había salido del bosque.
–¿Has visto sus caras?– rio la lince, volviendo con su hermana.
–Sólo espero que la advertencia sea suficiente– suspiró ésta.
Le preocupaba que hicieran daño a alguien en el futuro, pero no podía hacer más. Matarlos sin que hubieran hecho nada no era una opción para alguien originaria de su mundo.
![](https://img.wattpad.com/cover/193590859-288-k746560.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...