Cráteres y otros accidentes del terreno demostraban que allí se había producido una batalla, pero faltaban los vencidos, cuyos restos habían desaparecido sin dejar rastro, y sus almas liberado.
El Drako observaba como sus hombres trataban a los seres púrpura, y miraba de reojo a la elfa. No se había percatado en el fragor de la batalla, pero sí al finalizar. Había misterio en ella.
Por una parte, su nivel era el normal en aquella zona, pero era la única de los que había acudido que lo cumplía.
Luego estaba el gesto inequívoco de la drelfa, avisándolo de que aquella elfa no era tan sólo una aventurera. De que era mejor que no se comportara con su habitual falta de tacto e incluso arrogancia.
Y, por último, la presencia de un hada junto a ella. Algo tan sorprendente como inaudito.
No había que olvidar el hecho de que Maldoa había hablado de la presencia de varios generales, y de que habían sido exterminados. Es cierto que una hada era capaz, pero tratar con más de uno y en territorio enemigo resultaba difícil. Y nada parecía indicar la presencia de más hadas, o que alguna hubiera caído en combate.
Y el hecho que la drelfa hubiera recurrido a "información confidencial" para no explicar más, lo hacía aún más misterioso. No podía dejar de sentir curiosidad, pero no era tan estúpido como para exigir la información. Ya no.
Por ahora, estaban vigilantes y esperando. Habían mandado la señal de que el problema estaba solucionado. Y una más inusual y sutil, la de que acudiera un alto mando.
Los draconianos se encargaban de que nada más se acercara, ya fuera alguna bestia corrompida suelta, o algunos aventureros que habían decidido acudir en su ayuda.
Mientras, Goldmi estaba sentada sobre una piedra, descansando junto su hermana y Maldoa.
–Tengo la sensación de que mi magia es un poco diferente. ¿Sabes por qué puede ser?– preguntó esta última.
–Supongo que por la comida– respondió sin darle mayor importancia la elfa, mientras se relajaba acariciando el suave pelaje de la lince.
–¿La... comida...?
–Tiene algunos bonificadores, aunque menores. Supongo que estás acostumbrada a otros más potentes.
–¿¡¡Bonificadores!!?
–Sí... – respondió confundida la elfa. Era algo perfectamente normal en el juego.
–¿¡Puedes hacer comida con bonificadores!?
–Sí. ¿No puede todo el mundo?– miró a su amiga con extrañeza.
–No sé por qué me sorprendo– suspiró la drelfa –. Sólo pueden cocineros expertos, y sólo con cocinas mágicas especiales. No las hay en todos lados, y transportar la comida tiene su coste. Espera... No me digas que esa cocina portátil es...
–Sí, es mágica... ¿Es raro?
–¿¡Raro!? ¡No existen!
Goldmi se la quedó mirando algo desconcertada. En el juego, eran un poco caras, pero ni mucho menos excepcionales. Claro que sólo para los jugadores.
–No lo sabía. Creía que era normal– se encogió de hombros.
Maldoa volvió a suspirar, tras lo cual se permitió sonreír.
–Y encima puedes almacenarla. Bueno, supongo que sólo puedo aprovecharme. ¿No me daría unos bizcochos de esos verdes...?
Sólo la imponente presencia de los draconianos impidió que Goldmi empezara a reírse a carcajadas. Y no sólo por su amiga, sino que, al mencionar los bizcochos, su hermana había alzado la cabeza, mirándola con las orejas erguidas y los ojos abiertos. Incluso había empezado a salivar.
–Voy, voy...
Sacó cuatro para cada una, es decir, doce. Estaban tan tiernos como recién hechos, y rellenos de una deliciosa crema de frutas.
–Este da un 3% en regeneración de maná por doce horas– informó.
La drelfa casi se atragantó, mirándolos con repentino respeto. Aunque no duró mucho, estaban demasiado dulces y esponjosos.
Un hombre se acercó a ellas. Tenía dos cuernos de unos veinte centímetros que salían de su frente, hacía arriba y ligeramente curvados, un poco hacia fuera y a apenas un par de centímetros el uno del otro. Eran de color púrpura, como su cuerpo, y como la niña que llevaba de la mano, aunque ésta de un color un poco más claro. También tenía cuernos, pero apenas de un centímetro.
–¿Es ella?– preguntó el hombre.
–Sí– dijo la niña, mirando a Goldmi–. Pero aún es pronto.
Elfa y drelfa los miraron, sin entender nada, mientras que la lince vigilaba de reojo, inquieta. Aquel hombre era muy poderoso. Si intentaba algo, se temía que no podría defender a su hermana.
–Soy Menxolor. Esta es mi hija, Menxilya. Muchas gracias, en mi nombre y en el de los demás. Nos habéis salvado.
–Hicimos lo que pudimos. Fueron ellos los que hicieron el trabajo– negó la elfa.
–Sin vosotros, no hubieran llegado, no habríamos tenido la oportunidad– siguió agradeciendo el hombre.
–¡Me encanta tu pelo! ¿Puedes enseñarme a hacer una trenza como esa?– interrumpió la niña.
–Menxilya...– intentó reprocharle el hombre, pero alguien lo llamó. Lo necesitaban allí –. Gracias una vez más. Debemos irnos.
–¿Puedo quedarme? ¡Sólo un poco!– insistió la niña.
Su padre se hubiera negado si fuera una niña normal. Pero no lo era. Y había reconocido a aquella elfa, aunque ni la misma niña sabía qué significaba. Así que miró a Goldmi, indeciso.
–No nos molesta. Intentaremos hacerle la trenza– aseguró la elfa.
La niña lo miró suplicante, y él fue incapaz de negarse. Ya no sólo por ser quien era, sino porque era incapaz de decirle que no a su hija. Sobre todo, cuando llevaban años huyendo, no habiendo tenido la oportunidad de ser una niña un poco consentida en mucho tiempo.
–¿Quieres?– le ofreció la elfa a la niña uno de los bizcochos.
Ella asintió entusiasmada, y acabo devorando varios de ellos. Era lo más delicioso que había comido en mucho tiempo.
Mientras, Goldmi se preguntaba como hacer la trenza, no esperando que su asistente saliera para cumplir su deseo. Al parecer, no sólo podía hacérsela a ella.
–¿Pueden hacer eso?– pregunto Maldoa con la boca abierta.
–Creía que sólo me podía peinar a mí– respondió. Luego sonrió un poco traviesa –. ¿Acaso quieres tú también...?
–¡No quería decir eso...!– exclamó.
–¿Entonces no quieres?
–Bueno, supongo que no pasa nada por probar– respondió la drelfa, algo avergonzada.
Cuando Menxolor volvió, sonrió cálidamente al ver que no sólo su hija tenía una trenza como la elfa, sino que la drelfa tenía otra igual, a juego. Menxilya estaba tumbada sobre la lince y reía, con la inocencia de una niña, pues lo seguía siendo a pesar de que a su edad hubiera sido la de una adulta de ser humana.
Era imposible para él saber que el hilo que recorría la larga trenza no era uno cualquiera. Goldmi lo había conseguido en el juego, con la promesa que lo usaría cuando así lo sintiera.
Aquello le había extrañado, aunque simplemente había creído que en alguna misión la avisarían. Al final, se había olvidado completamente de él hasta entonces, momento en el que hizo lo que había prometido, dejando que la trenza fuera sujetada por un nervio de la hoja Yggdrasil.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...