Presentación familiar

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Era media mañana cuando se levantaron a desayunar y la elfa reanudó la conexión con sus hermanas. Éstas la habían cortado, respetando su intimidad cuando los sentimientos de su hermana habían empezado a desbocarse.

Podían forzar la comunicación si había algún peligro, pero, ante todo, les agradecía su delicadeza. Ella se había olvidado de todo lo demás, y hoy hubiera estado terriblemente avergonzada de no ser así.

–Buenos días. ¿Estáis bien? ¿Queréis venir a desayunar?– les ofreció.

–¡Ahora vamos!– exclamaron las dos, haciendo reír a la elfa ante un extrañado Elendnas.

Ambas hermanas no tardaron en llegar, ansiosas por un buen desayuno y por ver a su hermana, aunque no estaban preocupadas por ella, sino todo lo contrario. Podían percibir la felicidad de ésta, lo cual les alegraba profundamente.

Poco después, llegaron Maldoa y Elenksia, con una enorme sonrisa en los labios. Miraban con socarronería a su amiga y hermano respectivamente, ambos enrojecidos.

–Se han tomado su tiempo– comentó la drelfa, suficientemente alto para que todos la oyeran.

–Sí, parece que el encuentro ha ido más que bien. Han debido congeniar mucho– respondió la hermana del elfo, mirándolos burlonamente.

Goldmi y Elendnas se miraron, avergonzados, pero sonriéndose al percatarse de que estaban pensando lo mismo. Se acercaron a la puerta y la cerraron, colocando la elfa una enorme piedra para bloquearla, sacada del inventario. El por qué tenía aquella enorme piedra era una larga historia.

–¡Hermanito! ¡Déjanos entrar!– protestó la elfa, al ver que, aunque tenía la llave, no podía mover la puerta.

–¡Goldmi! ¡No seas mala! ¡Invítanos desayunar!– pidió la drelfa.

Mientras, un hada simplemente atravesó la puerta y se sentó sobre el hombro de su tía Omi, encontrando la situación tan interesante como divertida.

Elendnas se sorprendió ante una presencia que no podía ver pero sí sentir. Aunque ya le había contado al respecto, no resultaba menos impresionante.

–¿Qué podríamos hacer hoy? ¿Quizás un chocolate deshecho?– se preguntó la elfa rubia en voz alta, lo suficiente para ser escuchada desde fuera. A la drelfa le encantaba.

–¡Goldmi! ¡Ni se te ocurra! ¡Déjame entrar! ¡Por favor!– suplicó miserable Maldoa, sin duda sobreactuando.

–¡Elendnas! ¡Hermanito! ¡Ten piedad!– suplicó Elenksia, exagerando también.

Entre risas, desbloquearon la puerta y las dejaron entrar, viéndose inmediatamente atacados por las dos recién llegadas, que los abrazaron.

–¡Felicidades hermanito!

–¡Felicidades, Goldmi!

Ambos recibieron los abrazos con abrazos y bastante timidez, aunque no menos felicidad. Se miraron y sonrieron, con complicidad y un poco abochornados. Todo había cambiado demasiado rápido para ellos, aún estaban asimilándolo.



–¡Mmmmm! No mentías, Maldoa, realmente está delicioso este chocolate. Mi cuñada es una cocinera increíble– alabó Elenksia, dando por sentado la relación.

–No seas mala con ellos– la reprendió Klimsal.

Era una elfa de cabello verde intenso y corto, que apenas le llegaba a un par de centímetros sobre los hombros. De expresión sería y cuerpo musculoso, era una de las cazadoras de la aldea, y la pareja de Elenksia, con la que contrastaba tanto físicamente como en su carácter.

Había llegado algo después que ésta, y su comportamiento era en apariencia mucho más serio. Aunque no era que no se estuviera divirtiendo ante la timidez de los dos, y las bromas de su pareja y la drelfa.

Había encontrado difícil no expresar sus propios sentimientos cuando Elenksia había explicado hasta que punto su hermano había estado esperando por la aparición de Goldmi, quien no sólo había enrojecido de nuevo, sino que en sus ojos habían asomado lágrimas. Y la situación se había intercambiado con Elendnas un poco más tarde, cuando había sido Maldoa quien explicara las dudas y miedos de su amiga.

Pero, aunque ligeramente avergonzados, la pareja no se había enfadado, sino que se cogían fuertemente de las manos. A veces incluso se miraban, y una vez se habían atrevido a besarse un instante, aún algo tímidos frente a otros, aún costándoles de creer.

Aunque eso no quiere decir que simplemente aceptaran todas las burlas de sus allegados.

–Estoy deseando tener sobrinos– exclamó en cierto momento Elenksia.

Sacó la lengua ante el codazo de Klimsal, a quien aquello le parecía excesivo.

–¿Te imaginas? ¡Goldmis pequeñitas! ¡Serían una monada!– le siguió el juego la drelfa.

De pronto, un cojín dio de lleno en el rostro de ésta.

–Sería su merced tan amable de prestarme uno de sus divinos artefactos– pidió Elendnas, hablando de una forma artificialmente pomposa.

–Será un placer para mí serle de servicio a su alteza– respondió Goldmi, estallando en carcajadas un poco después, pero tras haber hecho aparecer otro cojín y dárselo a su amado.

–Ja, ja, has fallado. Tienes que mejorar tu punter...– se burló Elenksia tras esquivar el cojín lanzado por su hermano. Pero otro se estampó en su cara, viniendo de muy cerca.

–Ja, ja, ja. Te lo mereces– rio finalmente Klimsal, que hasta ahora había estado muy seria.

–¡Traidora! ¡Ahora verás!– la acusó su pareja, cogiendo el cojín del suelo y arremetiendo contra la elfa peloverde.

No es difícil de imaginar que aquello acabó en una batalla campal, siendo las armas extremadamente suaves y blanditos cojines. Sólo la lince y la azor se lo miraban desde lejos.

–Son como niños– suspiró la lince.

–Sí, parece mentira. Ni que fueran unos cuatropatas con orejas en punta– asintió la azor.

–Al menos no caen a un nivel tan bajo como una emplumada blanca.

No tardaron las dos en empezar a pelearse por su vínculo telepático, lo que ocasionó que su hermana se distrajera y recibiera un cojinazo en la cara. Pero, aun así, no pudo dejar de reír. Y con ella, contagiado por su risa, Elendnas.

Quizás fuera una situación un tanto ridícula, pero ambos se sentían enormemente felices. Durante años, habían anhelado encontrarse, sin saber él si la volvería a ver. Sin saber ella que él era real. Que sus encuentros en el pasado habían sido algo más que un juego. Que lo que ella creía sueños extrañamente vívidos, habían sido reales.

Se miraron, se sonrieron y se besaron, por un instante olvidándose del resto del mundo.

–Son tan monos. Que tortolitos– comentó Elenksia.

–No seas envidiosa...– le reprobó Klimsal, callándola con un beso, y consiguiendo que la elfa pelirroja se sonrojara por primera vez aquella mañana.

– Todos tan acaramelados. Me empezáis a dar envidia...– se quejó Maldoa, que fue forzada a callarse de repente.

Riendo, Goldmi le había introducido en la boca un bollo cubierto de caramelo. En un primer instante, la drelfa quiso protestar, pero...

–Mmmm. Está bueno– alabó, llamando la atención de azor y lince, que miraron a su hermana expectante.

Sin parar de reír, la elfa sacó otros dos para ellas, pero pronto se encontró con otras tres miradas fijas en ella, medio en serio medio en broma.

Ella rio. Todos rieron. Pero, al final, sacó cuatro más.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora