Defensa del oasis

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La escena de la madre unicornio con su hijo recién nacido resultaba adorable, pero no era lo único que había allí. Ésta había empezado a brillar, primero suavemente y luego cada vez más fuerte, siendo su cuerno donde la intensidad era mayor. Había usado todo su poder en el nacimiento de su hijo, y ahora estaba recuperando poco a poco una parte para cumplir con su deber de defenderlo.

De repente, una columna de poder surgió sobre ella, abriéndose cuando alcanzó unos veinte metros de altura, formando así una enorme cúpula que cubrió toda la zona. Era mucho más débil que la que había estado protegiendo el lugar poco tiempo atrás, pero era suficiente para impedir la entrada de más enemigos, al menos por ahora.

Goldmi salió de su trance y agarró con fuerza el arco, decidida. Que no llegaran más enemigos les daba la oportunidad de contraatacar, pero no podían perder tiempo.

Usó su maná y energía para acabar con cuantos pudo, mientras la lince daba cuenta de otros tantos. Pero eran los despertados los que más batalla presentaban, aunque, por desgracia, eran incontrolables. Atacaban a cualquier corrompido que tuvieran cerca, incluso a los que probablemente estaban cerca de despertar. Por ello, su número no aumentaba, aunque se mantenía estable, y era suficientes para no permitir que las fuerzas enemigos los arrollaran.

Mientras, la madre unicornio estaba sentada junto al pequeño, de cuyo futuro cuerno sólo había un pequeña protuberancia en su frente. Tardaría tiempo en salir, puede que incluso más de cien años, momento en el que se convertiría en un unicornio adolescente. Hasta entonces, dependería de la protección de su progenitora.

Se la veía agotada, al límite de sus fuerzas. Sin la necesidad de usar maná para retrasar el nacimiento, la presión sobre ella había decrecido. Pero sus reservas eran bajas, y aquel era un lugar de baja densidad de maná, por lo que su recuperación era lenta. Y, además, el número de criaturas intentando atravesar la defensa no era en absoluto despreciable, lo que la obligaba a verter su poder en la barrera.

Ni Goldmi ni su hermana podían saber si podría aguantar o desfallecería en cualquier momento, por lo que estaban dando todo de su parte para acabar con la amenaza.



Un ser parecido a un búfalo cayó y rodó sobre sí mismo tras ceder una de sus piernas, atravesado por una flecha con Vacío. Inmediatamente, las poderosas mandíbulas de la lince apresaron su cuello, aprovechando la oportunidad creada por su hermana.

Cerca de allí, algo parecido a un rinoceronte sin cuerno, usaba su coraza para embestir a una especie de mamut sin colmillos. No muy lejos, una enorme serpiente despertada llena de espinas se enroscaba a un enorme sapo, ambos de un color mucho más oscuro del que había sido el suyo en el pasado.

Las raíces cedieron para liberar a un enorme felino recién despertado, que se abalanzó hacia una extraña mezcla entre oso y lagarto, que ya estaba siendo atacado por una termita gigante, y que sucumbió ante el ataque sorpresa. Felino y termita se dirigieron entonces a su siguiente víctima, una babosa venenosa atrapada entre las raíces.

Goldmi gestionaba sus ataques con sumo cuidado, pues su maná era limitado. Podía clavar la pezuña de un corrompido temporalmente en la tierra con una flecha, rompiendo el equilibrio en su lucha con un despertado y condenándolo. O retener con las ramas o raíces a otros, dando un respiro a sus aliados, o la oportunidad de atacar con ventaja.

Pero era evidente que con quien mejor se compenetraba era con su hermana. No era sólo su conexión telepática, sino su perfecto entendimiento la una de la otra. Muchas veces no hacían falta palabras, tan sólo un gesto, una mirada, la posición a punto de atacar de la felina.

Incluso esta sabía cuando apartarse para que pasara un flecha por su anterior posición. O indicarle lo que quería, lo que le daba más ventaja. A veces una mandíbula atravesada por una flecha. Otras una de las extremidades comprometida. Quizás una glándula de veneno taponada. O una incisión que poder atacar, atravesando así una fuerte defensa.

Lo peor era la desventaja numérica, pero con la ayuda de las prisiones de raíces y los no muy numerosos pero constantes refuerzos de los despertados, dicha desventaja poco a poco se iba diluyendo. Era cierto que hubiera habido más despertados si estos atacaran con más inteligencia, pero los nuevos eran suficientes para sustituir a los que iban falleciendo.

Y si bien al principio las fuerzas corrompidas conseguían avanzar, poco a poco empezaron a ser controladas, para finalmente ser superadas. Los despertados que quedaban no se quedaron ociosos, sino que atravesaron la barrera y atacaron a los que estaban fuera. No obstante, eran muchos menos que ellos, por lo que pronto sucumbieron y sus almas fueron por fin liberadas.

La elfa y la lince también se dirigieron al exterior, curándose las heridas antes de salir, pero sin permitirse descansar para recobrar la energía. Sabían que con cada corrompido que eliminaran era menor presión para la unicornio.

Y Pikshbxgro se había refugiado de nuevo junto a la unicornio. Pero, a diferencia de la ocasión anterior, ya no estaba aterrorizado. Así que miraba con gran curiosidad al pequeño unicornio, el cual le devolvió un momento la mirada, pero pronto volvió a cerrar los ojos, durmiéndose acurrucado junto a su madre, sintiéndose protegido por el aura y la calidez de ésta.



Pasó más de un día hasta que las dos volvieron. Agotadas, se acercaron a la unicornio, siendo la elfa abrazada por el espíritu y casi haciéndola caer. Y, en cuanto comprobaron que estaba bien, montó la tienda y se introdujeron en ella, durmiéndose las dos mientras tomaban un baño caliente.

Es cierto que se suele decirse que a los gatos no les gusta el agua, pero, o bien no es del todo verdad, o eso no ocurre en Jorgaldur, o una lince no comparte los gustos de un gato, o aquella en particular era un tanto especial. Fuera cual fuera la razón, se durmió junto a su hermana en la calidez del agua, cuya temperatura se mantenía constante gracias a una piedra de maná.

Y, mientras, un travieso espíritu jugueteaba en el agua, pero asegurándose de no interrumpir el merecido descanso de ambas hermanas.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora