Confesión

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El resto de sus compañeros no se percataron de lo que estaba pasando, aunque asumieron que el peligro aéreo había sido eliminado o demorado, pues varias flechas estaban impactando en sus enemigos terrestres.

Goldmi tampoco forzó mucho su poder. Estaba preparada para ir con todo, pero prefería no tener que descubrirse, además de dejar a sus compañeros hacer su trabajo. Ellos también deseaban hacerse más fuertes. Así que se limitó a estorbar a los perdidos, descoordinando una ofensiva que el desaparecido general ya no podía reajustar.

Así, el enano Provocó a dos de ellos, y los aturdió con Golpe de escudo. Inmediatamente, fueron atacados por el musculoso demihumano con Impacto Brutal.

Al otro lado, la lince se encargaba de una hormiga, atacando sus patas con Desgarrar y Toque Purificador, protegiendo así a los magos.

El reptiliano estaba agotando su maná rápidamente, pero había logrado Carbonizar a una lombriz y un topo, y lo estaba intentando con el armadillo.

Por su parte, la drelfa había usado su hechizo de curación a distancia para prácticamente acabar con otro, ya que los perdidos eran vulnerables a ese tipo de hechizos,

Pronto habían acabado con siete de ellos, sin apenas más contratiempos que el mago habiendo gastado demasiado maná, ya que el armadillo corrompido había resultado ser muy resistente. Quedaban otros seis, dos de los cuales se arrastraban debido a sus maltrechas piernas.

Viclot se dio medio vuelta y se colocó frente a los magos, usando Muralla Impenetrable para impedir por poco que el veneno llegara hasta ellos. Goldmi había evitado dañar a aquel perdido demasiado, esperando que sus compañeros se encargaran de él, obviando que al mago apenas le quedaba maná. Respiró aliviada, pues difícilmente hubiera podido evitar el daño a sus compañeros con tan poco tiempo.

En aquel momento, empezó a maldecirse por haber querido ocultar su poder, pues los había puesto en peligro. Se empezaba a sentir tremendamente culpable. De no ser por el enano, podrían haber resultado heridos, incluso muertos.

Mientras, la lombriz que les había atacado pronto se vio en el suelo, sujeta por fuertes mandíbulas. Y Crogall usaba sus últimas reservas de maná para lanzar una Bola de Fuego a otra que se acercaba, que fue rematada por la elfa.

El enano se encargó de bloquear a otra lombriz, mientras Tarbhnor destrozaba a una hormiga que también pretendía atacar al enano, y luego se encargaba de la lombriz.

Los dos topos que quedaban, sin nuevas órdenes, siguieron arrastrándose hacia ellos, siendo presas fáciles para el grupo. Mientras que, con rabia, la elfa remató a las aves caídas.

Tras ello, el enano lanzó otro aviso, para indicar que el peligro había pasado, y decidieron volver antes de tiempo. Habían consumido mucha energía y maná, por lo que era prudente descansar en la seguridad del puesto avanzado.

Viclot y Tarbhnor discutían acaloradamente sobre quien había contribuido más, mientras que Crogall estaba sumido en sus pensamientos, repasando la batalla y sus errores. Se había quedado casi sin maná, y eso era un grave problema para un mago.

Goldmi los seguía cabizbaja, solo contestando con monosílabos si le preguntaban, reconcomida por la culpa, la de haber permitido que sus compañeros corrieran un peligro que podía haber evitado.

Y Maldoa la miraba con sentimientos encontrados. Por una parte, no sabía muy bien que pasaba por la cabeza de la elfa, pero evidente que no estaba muy alegre. Por la otra, lo que había descubierto de ésta aún la tenía perpleja. Alguien como ella podía cambiar el curso de aquella lucha. No le extrañaba que la hubieran mandado para protegerla.



–Yo me encargo, vosotros id a descansar– se ofreció la drelfa.

–Gracias, eres un sol. Odio estos papeleos– casi se arrodilla el demihumano.

Era un sentimiento compartido por los otros dos. El hacer informes y papeleo era algo que odiaban. Pero era necesario en un caso como aquel, en una emboscada en la que parecía estar involucrado un general. Y, por ello mismo, se había ofrecido ella. No podía permitir que se filtrara información.

Por su parte, Goldmi simplemente asintió, acompañada de cerca por la lince. Seguía sintiéndose mal consigo mismo, a pesar del apoyo de su hermana, así que se fue directamente al dormitorio, arguyendo que estaba cansada.

–¿Qué ha pasado? Habéis enviado una señal de ayuda y...– inquirió el oficial.

–Enviaré directamente el informe– le interrumpió la drelfa, mostrando su insignia.

–Sí, mi capitán– saludó éste, sorprendido.

–Que mi identidad sea un secreto. ¿Entendido?

–Sí, señora.

Hubiera preferido no descubrir su rango, pero era mejor que el oficial lo supiera a que se pudiera filtrar información de aquel encuentro. Sus compañeros no lo habían visto, pero era mejor no hacerse demasiadas preguntas, ni alarmar respecto a la presencia de un general que ya no estaba allí. Así que envió un mensaje directo a sus superiores. Luego se fue al comedor.

–¿Dónde está Goldmi?

–Ha dicho que estaba cansada. Se ha ido a la habitación– informó Crogall, el único que aún estaba sobrio.

–Ya veo. Iré a ver cómo está– se excusó ella.

Se la encontró sentada en la cama, acariciando a la lince que estaba recostada en ella. Así que sentó a su lado, aunque no fue la primera en hablar.

–No sirvo para esto– sollozó la elfa–. Lo siento, os puse en peligro.

–¿¡Qué dices!? ¡Si nos salvaste! Te encargaste de todos los voladores, y ayudaste mucho con los otros. Sin ti, quizás no hubiéramos salido de ésta– la contradijo Maldoa.

–Podría haber hecho más. Casi os alcanza el veneno. No habría pasado si yo hubiera hecho más– se culpó Goldmi.

–Todos podemos hacer más, todos podemos equivocarnos, pero no hay duda de que nos salvaste.

–No. No lo entiendes. No hice más porque fui egoísta. Porque... no quise mostrar todo mi poder. Por eso, nos puse en peligro– siguió culpándose.

A la drelfa le sorprendieron aquellas palabras. Su compañera había sido más que extraordinaria. El que pudiera hacer más, con solo nivel 30, estaba totalmente fuera de lugar.

–Goldmi, no tienes que...

–Yo... Soy... una visitante. Sé que no es bueno que se sepa, pero no puedo seguir ocultándotelo a ti. A los que son mis compañeros. Si no, os pongo en peligro– sollozó, sin mirar a su amiga.

Aquello no sólo sorprendió a la drelfa, sino que la hizo sentir terriblemente culpable. Si la elfa se sentía culpable por aquello, ¿cómo debía sentirse ella? Suspiró. Si la relevaban de la misión, que lo hicieran. Como medio dríada, no podía seguir ocultándoselo, no en aquella situación.

–Si tú te sientes culpable, no sé cómo tengo que sentirme yo– confesó.

La elfa alzó la cabeza, mirando extrañado y con ojos llorosos a su amiga, en la que había confiado aunque no hacía ni un día que la conocía.

–¿Qué quieres decir?

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora