Sonido vs sonido

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Corrieron bordeando las ciénagas, y no tardaron en empezar de nuevo a encontrar a los irritantes insectos. Sin embargo, no duró mucho. De repente, dejaron de intentar atacarlas y huyeron en desbandada hacia todas las direcciones.

Al mismo tiempo, el cielo, que ya estaba medio tapado por las copas de los árboles, se cubrió completamente, acompañado de multitud de agudos chillidos. Eran una enorme bandada de murciélagos, que perseguían a los insectos a lo largo de las ciénagas.

Sus niveles estaban entre 26 y 32, y su envergadura entre unos veinte centímetros y más de dos metros, aunque en un primer momento no pudieron distinguirlos.

Los más pequeños no suponían más que una molestia si se acercaban, pero los más grandes podían capturar piezas mayores, como una elfa y una lince. Además, tenían la ventaja área, aunque también los hacía más débiles en el cuerpo a cuerpo, si no podían coger a sus presas por sorpresa, o avasallarlas con su número.

Uno de ellos se abalanzó hacia ellas, y lo esquivaron tirándose al suelo. Era de los más grandes, y las había identificado como presas. Apenas se libraron por unos centímetros, y, de hecho, una Barrera Ciclónica sufrió bastante, por lo que tuvo que renovarla.

Aquella era una situación inquietante. Su número y nivel los hacía peligrosos, y difícilmente sus defensas aguantarían los ataques. Dos más se abalanzaron hacia ellas, pero Ramas Traviesas se impusieron en su camino. Las esquivaron con gran habilidad, pero habían perdido su trayectoria de descenso, por lo que se volvieron a perder en la turba de alas negras.

Entre Ramas Traviesas, Golpe de Viento, Tramontana y Rugido los podían mantener a raya, siendo sus flechas esquivadas a no ser que se acercaran lo suficiente, ayudando Acelerar a aumentar la distancia efectiva. Sin embargo, eran demasiados, y se le acabaría agotando el maná.

Probó entonces Hogar Vegetal, pero los mamíferos voladores atacaron las raíces, en busca de lo que escondían. Descansaron mientras pudieron, pero no fue suficiente para recuperar el maná invertido.

Fue entonces cuando recordó cómo habían tratado un problema similar en el juego.

–Usan el sonido para localizar a sus víctimas. De noche aún será peor– había explicado Eldi en aquel entonces.

–Entonces, ¿Vibración Sónica podría molestarles?– había sugerido Goldmi.

–Eso es absurdo. El juego no puede ser tan detallista– se había quejado Gjaki.

–Bueno, funcionó el suelo congelado– había argumentado Eldi.

–Supongo que no perdemos nada por intentarlo. Espero que no pase como con el repelente de insectos– había reído Gjaki.

–Siempre tienes que recordarlo– había protestado la elfa, ante las risas de los otros dos.

Sorprendentemente, había funcionado, ahuyentando a los murciélagos, así que la arquera volvió a intentarlo, esta vez en el mundo real. Aunque no tenía del todo claro si aquella vez no lo había sido.

Disparó a la nube de depredadores aéreos, y a los que se acercaban, no dejando de hacerlo en ninguna dirección. Sorprendentemente, fueron incapaces de esquivarlas, siendo sus sentidos confundidos por la vibración y sonido de las flechas.

Incluso los que no eran alcanzados se sentían irritados y confusos antes unos proyectiles que interferían con su radar, así que acabaron alejándose del lugar que los confundía, dejando los cadáveres de sus compañeros atrás.

–¿También tienes recetas para murciélagos?– preguntó la lince.

–Glotona...– le reprochó su hermana, mirando los restos que eran recogidos con más aversión que apetito.

De hecho, había más de una receta, aunque no parecían deliciosas ni por el nombre, ni por el ingrediente principal. Se preguntó si sería capaz de probar las alas de murciélago rebozadas, o el caldo con ojos de murciélago.

–¿En serio se puede comer eso?– se preguntó, recordando una escena de una película que había visto tiempo atrás, y que le había parecido repugnante.



No tardaron en reanudar la marcha, y no tardaron en volver los mosquitos. Camuflaje no había sido muy efectivo, pero sí Camuflaje II, que ocultaba su olor y, al parecer, evitaba la detección de los insectos. De hecho, podía expandir el efecto a su hermana, pero el gasto de energía era grande, así que sólo lo usaban esporádicamente.

Mantenían Barrera Ciclónica y corrían con la ayuda de Pies ligeros, hasta que de nuevo los insectos desaparecieron de repente. Esta vez no había murciélagos en el cielo, así que miraron alrededor y usaron Detección de vida, alerta, pero no consiguieron encontrar nada.

De repente, Pikshbxgro salió volando hacia delante. Las había estado siguiendo y observando con mucha curiosidad, e incluso acercado a algún murciélago para verlo de cerca, pero hasta ahora no lo habían visto tan excitado.

–¡¡Madres!!– gritó el espíritu.

Un poco más allá, aparecieron dos figuras. Si Pikshbxgro tenía el aspecto de un niño de cinco años, estás tenían el aspecto de una niña de cerca de diez, con alas en su espalda similares a las de una mariposa. Su cuerpo era ligeramente transparente, aunque menos que el del espíritu, y su presencia mucho más intensa.

Goldmi las había visto en el juego, algo que al parecer era bastante poco habitual. Casi sin darse cuenta, las saludó como lo había hecho en aquel entonces.

–Hermanas hadas.

–Hermana elfa, hermana lince, os hemos estado buscando– le devolvió el saludo una de ellas.

Ambas sonreían, y no parecía molestarles las muestras de afecto del espíritu. Se acercaron a Goldmi mientras ésta las miraba extrañada.

–¿Qué queréis de nosotras?

–Necesitamos vuestra ayuda. Por favor, seguidnos.

Goldmi asintió, así que las hadas les mostraron el camino. Al principio, parecían seguir caminando por el borde de la ciénaga, pero pronto se dieron cuenta de que el paisaje había ido cambiando. Era como si la selva se dividiera en dos, y ellas se adentraran en la segunda, como si estuvieran dejando su mundo y entrando en otro.

–Bienvenidas a la Tierra de las Hadas, hermana elfa y hermana lince. Soy vuestra guía, la princesa de las cerezas– las saludó otra hada, cuya apariencia era la de una adolescente de unos quince años, aunque de tamaño mucho menor, y que había aparecido de la nada.

A diferencia de las otras, su rostro no era jovial, sino que parecía atenazada de un profundo pesar. Aunque, a pesar de ello, su voz y su sonrisa eran amables.

Sus alas y cabello eran del rojo fuerte de una cereza, mientras que el de sus labios del púrpura de otra variedad de la misma fruta. De hecho, tenía una pieza medio mordida agarrada entre sus manos, del tamaño de su cabeza.

–Me alegro conocerte, hermana hada– saludó Goldmi.

Y también la lince la saludó, con el respeto que merecen las guardianas. Ella se giró y les indicó con la mano.

–Es por aquí.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora