Volvían a estar en el lugar del que habían partido, pero no todo era igual. En primer lugar estaba la ausencia del espíritu. Sin él, sin la presencia del etéreo y alegre ser volando en todas direcciones, parecía que faltaba algo.
En segundo lugar estaba su conexión con la naturaleza. La bendición de las hadas había reforzado esa conexión, a la vez que optimizado la absorción de la energía que en el juego se llamaba experiencia, aunque eso era algo que en aquel momento desconocían. Lo que sí sabían era que debían salir de allí si querían librarse de aquellos mosquitos.
–Por aquí– anunció la elfa.
Su hermana la siguió con curiosidad. Era un desvío respecto de la dirección que debían tomar, pero sabía que había descubierto algo, aunque no había querido decirle qué.
Rodeadas de insectos que querían atravesar sus defensas y chupar su sangre, llegaron a una zona en la que abundaban varias curiosas variedades de plantas como no habían visto hasta entonces, muchas de cuyas flores permanecían cerradas. No les prestó la felina mucha atención hasta que una de ellas se movió, abriéndose aquella flor y capturando uno de los insectos.
Eran plantas carnívoras, la boca de algunas de ellas de hasta medio metro de diámetro, capaz de atrapar a algunos de los más grandes, incluso murciélagos, aunque no suficientes como para suponer un peligro para ellas.
Se adentraron en aquella zona de tierra pobre, en la que las plantas necesitaban un extra de nutrientes para crecer y sobrevivir, por no ser el de la tierra suficiente, y a las que la entrada de insectos atraídos por las dos recién llegadas les suponía un delicioso manjar.
Había de muchos tipos, formas y colores. Las había que esperaban a que un insecto se acercara lo suficiente para abalanzarse y cerrarse sobre él. Las había que los atraían con prometedores y dulces aromas, en una trampa mortal. Algunas los atrapaban en algo parecido a mandíbulas. Otras segregaban una sustancia pegajosa que los impedía liberarse. Otras los atraían al interior de algo parecido a una bolsa de la que era imposible escapar. Incluso las había que crecían en el agua, dispuestas a succionar a las víctimas que nadaran cerca.
Eran curiosas las que crecían en los troncos y ramas de los árboles. Al agarrarse a ellos, no tenían que competir por el espacio con las otras plantas en aquel lugar propicio para cazar insectos, pues corrientes de viento los traían continuamente.
A cambio, le cedían al árbol parte de sus nutrientes, ayudándole a crecer y generar así más espacio para los nuevos brotes de la planta, que a su vez alimentarían al árbol cuando crecieran. Era en cierta forma una hermosa simbiosis, aunque los insectos no estarían del todo de acuerdo.
Pronto, el número de pequeños hostigadores empezó a decrecer, diezmados por las aparentemente inofensivas plantas. Aunque eso no tranquilizó del todo a la elfa, quien temía encontrarse con plantas carnívoras los suficientemente grandes para tragárselas a ellas, como las había visto en el juego.
Sin embargo, esas plantas no existían, al menos no en aquellas ciénagas. Era mucho más eficiente alimentarse del continuo flujo de insectos que de los esporádicos y más difíciles de atrapar seres de mayor tamaño, que en aquel lugar representaban una fuente de alimento demasiado incierta.
Algunos dirían que eran un espectáculo grotesco. Otros que eran hermosas. Quizás interesantes. Para ellas, eran simplemente un alivio que las liberaba del constante acoso de los insectos, ahora convertidos en nutrientes.
Cruzaron la zona sin encontrarse con ningún peligro, aparte de las plantas que se cerraban en las garras de la lince.
–Deja de jugar con las plantas– le había reprochado su hermana, aunque hacer algo parecido se le había pasado por la cabeza, pues, ¿quién no quería ver cerrarse una planta carnívora?
–Es una pena que no podamos llevarnos algunas para los mosquitos– se había lamentado ella, ignorando las quejas de la elfa.
Poco a poco, la densidad de aquellas plantas fue disminuyendo, a medida que la zona de caza iba siendo menos efectiva y el terreno más rico, por lo que la competencia de otras plantas era mayor.
No obstante, se estaban alejando de las ciénagas, por lo que la densidad de insectos era menos problemática. Y un par de pequeños grupos de murciélagos fueron rápidamente ahuyentados mediante Vibración Sónica.
Habían encontrado un lugar relativamente despejado, así que, tras poner varias Alarmas, cocinó unas sospechosas brochetas de ciempiés, que una vez preparadas no tenían tan mal aspecto.
–Están deliciosas– alabó la felina.
La elfa cogió una de ellas reticentemente, cortando un pequeño trozo con una daga y poniéndoselo en la boca, no demasiado convencida.
–Pues no está malo. Si te olvidas de dónde viene...
–¿Por qué? Viene de un delicioso ciempiés gigante– respondió su hermana, intentando parecer inocente, pero burlándose en realidad, y ganándose una furibunda mirada.
Al final, la elfa no logró vencer del todo sus prejuicios, y sólo llegó a comer un poco más, así que la felina devoró también su parte.
–Estoy deseando probar los murciélagos– dijo cuando terminó, lo que casi la dejó sin postre. No es bueno reírse demasiado de la cocinera.
Sin duda, hubiera sido una gran pérdida para la felina, pues la miel que les habían regalado los elfos era deliciosa. La sacaban de enormes colmenas construidas en las afueras de la aldea, formadas por cientos de abejas del tamaño de una pelota de rugby.
Cuentan estos grandes insectos con cierto nivel de inteligencia, por lo que permiten a los elfos recoger una parte de la miel a cambio de la protección que les proporcionan, protección que es en parte mutua, pues atacar una aldea con ese tipo de colmenas puede provocar la ira de las abejas.
Usó Hogar Vegetal para montar dentro la tienda en forma de castillo. Aunque sólo tenía una duración de tres horas a su nivel de afinidad, tenía la ventaja de que no desaparecía al llegarse al tiempo límite, como era el caso de hechizos similares, sino que las raíces se iban retrayendo poco a poco.
Eso les daba tiempo para que la lince despertara a la elfa que, adormilada, volvió a invocar la protección de las plantas, al mismo tiempo que se prometía levear el hechizo, como solía hacer Gjaki.
Quizás había quien pensaría que no era crítico, pero sólo porque no habían tenido que despertarse tras tan sólo tres horas de sueño, ni tenían el problema de volver a conciliarlo. A no ser que seas un felina capaz de dormirte en segundos, y hacerlo con un ojo abierto.
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Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasíaCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...