Dirección norte

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–¿Por favor? ¿Por favor? ¿Por favor?– imploró la dríada.

–Claro, claro, no hay problema– aseguró la elfa, un tanto abrumada por las súplicas de la dríada.

–¡Gracias! Me has salvado la vida– exclamó Ribvla, abrazando a Goldmi.

La arquera ni siquiera sabía qué pensar ante los ruegos de la dríada y las efusivas muestras de alegría. De todas formas, tenía que reconocer que el abrazo de su anfitriona, aunque fuerte, era suave y agradable, invadiéndola el suave aroma de la primavera.

Sus hermanas observaban desde la distancia, esperando la comida, no dándole mayor importancia a la incomprensible actitud de la dríada.

La elfa había accedido agradecida a hacer la comida, pero, de repente, la dríada se había quedado muy callada. Y luego se había puesto a temblar. Nerviosa, le había pedido a su huésped que hiciera mucha más comida. Y, a poder ser, usando ciertos ingredientes que ella misma le proporcionaría.

Ninguna de las tres hermanas había acabado de entender lo que había explicado la dríada apresuradamente. Tan sólo que otras dríadas también querían comida, y que, de alguna forma, habían amenazado a Ribvla.

Así que la cocina estuvo en marcha durante horas, e incluso la elfa aprendió varias recetas de la propia Ribvla, y otras que le enviaron otras dríadas. Llegó a modificar alguna, añadiendo o sustituyendo algún ingrediente. Por ejemplo, la miel sobre unos frutos morados, cocidos y aderezados con varias hierbas, tuvo mucho éxito entre las tres comensales.

Lince y azor no se contuvieron lo más mínimo, lo que acabó llevándolas al límite, un límite que estaba bastante más allá de lo que su hermana hubiera creído.

Y la dríada saboreaba cada bocado lentamente, deleitándose en ellos, al mismo tiempo que empaquetaba con sumo cuidado y mimo los encargos de sus hermanas, para luego hacer que la tierra se los tragara.

Incluso envió sin ningún inconveniente unas creaciones especiales para Maldoa y Miletna, aunque luego Goldmi se vio obligado a hacer algunas más. Al parecer, la joven dríada lo había probado nada más llegarle, y sus elogios habían llamado la atención de sus hermanas.

Así, mientras los cazarrecompensas las buscaban por el bosque, ellas cocinaban y comían, e incluso una felina pudo disfrutar de una siesta para hacer la digestión, con un ave blanca acomodada sobre ella.



–Lo siento os tenéis que ir. No os podéis quedar más tiempo– las informó cabizbaja la dríada.

Los dragones habían sido tajantes, y las dríadas no habían podido ganar mucho más tiempo. Las tendría que devolver al mismo lugar del que las había traído, aunque se demoró lo suficiente para que fuera relativamente seguro. Al menos, no había ningún cazador demasiado cerca, pero estaban por los alrededores. El peligro las seguía acechando.

–Entiendo. Si tenemos la oportunidad, te volveré hacer algo de comer– se despidió la elfa.

La expresión de disculpa y tristeza de la dríada era patente. Habían visto su expresión enfurecida, triste o indignada mientras hablaba con sus hermanas, y era evidente que estaba preocupada por ellas. Lo cierto es que las había salvado, y había intentado protegerlas tanto tiempo como había podido.

–Id con cuidado. Hacia el norte hay unas ruinas. Es peligroso, pero si entráis, quizás encontréis un paso. Pero no le digáis a nadie que os lo he dicho– susurró la dríada, disimulando sus palabras con un beso en la mejilla, como si creyera que alguien pudiera estar observándolas.

–Ha sido un placer– se despidió la elfa, sonriendo.

–Un honor– se despidió la lince, con respeto.

–Que los vientos te sean propicios– lo hizo la azor.

Es cierto que no podían hablar con palabras, pero si comunicarse telepáticamente con sus hermanas. Y, si un ser como la dríada lo quería, también podían comunicarse con ella.



Cuando el paisaje cambió de repente, no sólo no les sorprendió, sino que reaccionaron rápidamente, pues no tenían tiempo que perder.

La azor alzó el vuelo, reconociendo los alrededores primero, y luego buscando las ruinas de las que había hablado la dríada. Sobrevoló el lugar, esquivando cualquier ave de nivel alto que pudiera aparecer, entrando de nuevo en el bosque a gran velocidad de ser necesario.

Mientras, elfa y lince se dirigían hacia el norte, con cuidado. Había varias trampas en la zona que debían esquivar, entre otras cosas para no alertar a sus perseguidores. Para ello, una vez más, Detectar Maná y Detectar Energía resultaban imprescindibles.

Hacia donde iban, su hermana alada sólo había detectado a un cazarrecompensas, pero no podían estar seguras de que no hubiera más. Por lo que, continuamente, invocaba Detectar Vida, tanto para evitar a sus perseguidores como a cualquier depredador, pues un ataque podía delatarlas. Por ello, confiaban en Camuflar si detectaba algo cerca.

Todas sus precauciones suponían un alto gasto en maná, además de provocar que no pudieran avanzar muy rápido, y esa lentitud las ponía en peligro. En cualquier momento, alguno de ellos podría reencontrar su rastro. Así que, cuando llevaban un buen rato sin encontrar trampas, decidieron dejar de buscarlas.

Cualquier decisión que tomaran resultaba un riesgo, de una forma u otra, así que habían decidido avanzar lo más rápido posible, con la esperanza de que no hubiera más trampas.

–Veo las ruinas. La zona es de unos cuantos niveles más, pero deberíamos poder con el peligro– anunció la azor, cuya dirección podían detectar.

Allí se dirigieron, lo más rápido que podían sin descartar todas las precauciones, es decir, con Detección de Vida, los sentidos de la lince y la supervisión de la azor albina.

Avanzaron a través del bosque, hasta que la elfa se detuvo de repente, atrapada en una tela de araña de grandes dimensiones. Invocó un Tornado a su alrededor, destrozando la tela y siguiendo su camino. Ambas hermanas miraron alrededor, en busca de la enorme araña que debía de ser la propietaria de la tela, y que no apareció.



–Algo ha caído en la tela y se ha liberado enseguida. Y no es ninguno de los que tengo controlados. Será mejor ir a echar un vistazo– pensó la arachne.

Tardó en llegar, pues aquella tela era una trampa casi olvidada, algo lejos de su posición actual. Pero, cuando llegó, descubrió pisadas que correspondían a un bípedo y a un gran felino. No era experta rastreadora, pero tampoco le costó mucho imaginar de quiénes se trataba.

Siguió el camino que marcaban las huellas, intentando borrarlas para evitar así la competencia.

También deshizo su forma humana, recuperando su mitad araña, con la que no sólo se sentía más cómoda, sino que podía alcanzar mayor velocidad, además de esgrimir un mayor potencial de ataque.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora