Capítulo 6. Steve.

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Nick pierde el color en su rostro, y se ve súbitamente diez años mayor. Cierra su ojo y nos da la espalda. Noto que su espalda comienza a sacudirse suavemente y cubre su cara con sus manos aunque no podamos verlo.

Está mal.

Acaba de reencontrarse con su hija para que luego la tenga que enviar lejos y, de paso, perderla. De una u otra manera, se siente culpable por el secuestro de Maya —porque de una u otra manera lo es— y teme que la manera de cortarle la cabeza es cortándosela a su única hija.

La única persona que hace que sea humano y tenga corazón.

—Dios. No puedo... No puedo hacer esto —dice con voz quebrándose en cada sílaba—. Lo siento.

Se endereza y se apresura en salir de la sala. Todos quedamos en un silencio sorprendido, nunca antes lo habíamos visto tan afectado. Nunca antes lo habíamos visto siendo tan humano.

—¿Ahora qué? —Pregunta Clint, desanimado y cansado.

—Tenemos que rescatarla —dice Sam, la determinación hace que vea el porqué lo considero mi mejor amigo.

Paso mis manos por mi cabello, cara y cuello y suelto un profundo suspiro.

—Necesito un trago.

Me giro y agarro un vaso, una botella de whisky, y salgo de la sala. Entro al ascensor y presiono el botón a mi piso.

Conforme la caja sube, me sirvo dos dedos de whisky en el vaso y observo el líquido moverse. Tapo la botella y veo la ciudad a través de la ventana. Llevo el vaso de cristal a mis labios, inclino la cabeza hacia atrás y me bebo el alcohol de un sorbo brusco. Mi garganta arde y arrugo la cara, sintiendo cómo el líquido quema todo su camino a mi estómago.

Entro a mi piso después de darle un segundo trago al whisky y decidir que es suficiente por hoy. Nunca he sido un alcohólico, y aunque lo quiera ser, no puedo por el suero de súper soldado que hace que no me embriague o enferme.

Dejo el whisky en la barra que divide la cocina de la sala de estar y me siento frente la botella, con el vaso entre mis manos frías. Veo la sala de estar equipada con un teatro en casa y una pared llena de libros; los sillones son de cuero negro liso. Más allá, a la izquierda de todo este lujo ajeno, sé que está mi habitación sin nada personal más que mi ropa y dibujos, un baño que solo uso para ducharme, lavarme los dientes y mis necesidades, y un balcón privado que me muestra la ciudad bajo mis pies.

Me pregunto qué pensaría Peggy si se diera cuenta de que podríamos tener nuestro baile en el balcón oculto de todos los demás. Seguramente se alegraría mucho y me insistiría en ese baile hasta que se canse (o yo me canse). Pero en realidad, su mente no recordaría lo que le habría dicho a los dos minutos.

Bajo la vista a la botella.

Recuerdo la vez en la que traté de embriagarme después de la caída de Bucky. Había creído que mi mejor amigo falleció porque no pude sostener su mano. Ese día había decidido combatir contra Hydra hasta el último día de mi solitaria vida.

Mi cuaderno de dibujos está al lado de la botella. Protegido con un cuero café que se ha estado destiñendo por el paso de los años y por andarlo por todos lados. Grueso y con hojas blancas y otras amarillentas. Hojas viejas y nuevas que he añadido.

Suelto el vaso y lo aparto mientras con la otra mano agarro el cuaderno. Lo abro en una página al azar. Bucky está sonriéndome alegremente, con una chica abrazándolo por la cintura; el dibujo fue hecho antes de que me inyectaran el SSS. Bucky solía quedarse con las chicas lindas por su físico, ellas solían ignorarme o verme como el amigo pequeño y débil del hombre alto y fuerte.

Fury Avenger (Trilogía completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora