Capítulo 26. Lya

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Tengo miedo.

No suelo decirlo en voz alta, ni pensarlo. Pensar en que tengo miedo hace que tenga más miedo, y eso, además de asustarme más, me hace enojar. Me enojo mucho porque una Romanoff nunca debe tener miedo, el miedo debe temerle a una Romanoff. Y los Barnes nunca se detienen un momento para considerar el peligro, simplemente saltan y toman el toro por los cuernos.

Lo que más miedo me da es que yo le temo al miedo, y no quiero agarrar al toro por los cuernos. ¿Eso me hace menos especial? ¿Menos valiente? Si le digo a Grant que estoy aterrada, ¿él me verá diferente? No quiero que me vea de forma distinta. Quiero que piense que soy fuerte y valiente, aunque muchas veces soy la persona más cobarde del mundo.

Stephen Strange nos lleva a una habitación que solo hace que mi miedo aumente y desee estar a mil kilómetros de distancia y bajo tierra. Todo es oscuro. Hay bolas de cristal morado, blanco y negro, hay muchos espejos, muchas estatuas extrañas, y veo una cabeza de venado pegado en la pared.

No quiero estar aquí.

Me siento en una silla alta y Stephen se pone frente a mí. El ojo en su capa me aterra porque me ve directamente a los ojos, y el brujo huele a humo, misterio y magia. No soy una creyente de los magos, pero este es una representación de que la magia existe..., y que es mejor mantenerla de lejos.

—Voy a explorar tu mente, y seleccionaré los recuerdos que convienen para que Loki los vea —me anuncia el Doctor. Asiento y muerdo mi labio—. No hay necesidad de tener miedo.

—¿Me va a doler? —pregunto.

—Solo si te aferras a los recuerdos —me dice y me da una sonrisa suave.

Cierro mis ojos y respiro profundamente. Las manos frías del mago se ponen en mi frente y parte trasera de mi cabeza y siento el poder que sale de él. Aprieto el agarre en la silla mientras siento un hormigueo en mi cerebro, y las memorias comienzan a llover.

Me veo a mí misma en el parque central, con siete años, cabello llamativo y ropa infantil, corriendo alrededor de un árbol, riéndome mientras corro lo más rápido posible para alejarme de papá, quien me persigue haciendo sonidos de monstruos raros.

¡No me puedes atrapar! —le grito a papá.

Escucho risas y veo a mamá, sentada en el suelo sobre una sabana, viéndonos con una sonrisa llena de amor. —Corre, Lya, corre. ¡No dejes que te atrape!

Siento los ojos llenarse de lágrimas. Papá al final me atrapa, yo grito, deleitándome en jugar con mi padre.

El recuerdo cambia a cuando yo tenía nueve años. Papá me había llevado al Museo Smithsoniano a una exhibición del Capitán América. Mamá está detrás de nosotros, riéndose de mis chillidos de emoción.

Los recuerdos pasan, los buenos, los malos... Y recuerdo que Loki los quiere mantener. Quiere tener mis recuerdos. Me aferro con fuerza a mis recuerdos buenos, a los recuerdos que me hacen feliz en momentos de tristeza. Mi cabeza comienza a doler, pero no me importa.

Necesito esos recuerdos.

—Lya, déjalos ir —me dice la voz de Stephen.

Aprieto mis ojos y me aferro con fuerza a la silla y a mis recuerdos.

El dolor aumenta, y suelto un gemido de dolor.

—Natalya, suéltalos —me repite Strange.

Sollozo y niego con la cabeza. El dolor se hace insoportable.

Suelto un grito de dolor. Escucho gritos alarmados.

—¡Déjalos ir, Natalya! —me grita Stephen.

Fury Avenger (Trilogía completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora