Capítulo 7. Steve.

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Una semana. Dos semanas.

Quince días.

Veinte días.

Treinta y un días.

Un mes y tres días sin saber de Maya. Un mes y tres días en los que Nick ha estado más irritado, molesto, triste y gritón de lo normal. Un mes y tres días en los que nos hemos devanado los sesos buscando algún lugar en el que pueda estar, siguiendo su rastro.

Un mes y tres días en los que no he dejado de pensar en ella.

Maria Hill había regresado hacía dos semanas, luego de recuperarse un poco del accidente. La culpa oscurecía sus ojos verdes, y su semblante normalmente inexpresivo ahora está lleno de tristeza y pesar. Nick apenas fue capaz de verla llegar antes de escabullirse en su piso, y yo apenas la saludé antes de irme a mi apartamento a veinte minutos del edificio.

No podía estar en la Torre más tiempo. Necesitaba pensar.

Visité lugares históricos de la ciudad. Lugares de moda. Hospitales para ayudar. Orfanatos. Clínicas. Escuelas. Colegios. Universidades. A todo lado al que iba, veía destrucción y a una Maya ensangrentada.

No puedo encontrar la paz.

—Algo está agobiando tu alma, Steve —me dice la voz ronca pero suave de Peggy. Mantengo mis manos en mi rostro, ocultando mis ojos de la mujer que amo—. ¿Qué pasa?

—La hija de Nick —digo finalmente, hablándole antes de que olvide lo que sucede.

—Oh. ¿No sabes cómo decirle que la amas? —Me pregunta, la sonrisa alegra su voz. Frunzo el ceño bajo mis manos y las aparto lentamente, recorriendo mi cara y dejándolas caer en mis rodillas.

—No la amo.

—¿Entonces por qué te agobias por ella si no la amas?

—Porque está desaparecida. Ultrón la ha secuestrado —digo y apoyo mi espalda pesadamente en el respaldar—, se la llevó hace un mes y tres días, y no tenemos ni idea de a dónde se la llevó o cómo está.

—Háblame de ella.

La piel de Peggy está arrugada. Arrugada y manchada por la edad, pero aún así es hermosa, aún así veo a la mujer de la que me enamoré hace años. Aún puedo amarla. Pero no tenerla.

—No la conozco mucho. Solo estuve cerca de ella como por dos días, o menos. Día y medio. —Digo ausentemente.

¿Qué nos pasó? Ah, cierto: estuve congelado en el tiempo por unos setenta años. Desperté en un siglo que honestamente, me asusta más que el anterior.

—En veces, solo es necesario un segundo para enamorarte —dice Peggy con suavidad.

—Pero no la amo, Peggy. Te amo a ti. —Agarro su mano entre las mías y la beso.

—No puedes amarme. Mírame, ya estoy a poco de morir y tú... Te ves vivo. No puedes estar con una mujer que puede ser tu abuela.

—¿Quién lo dice? —Le pregunto.

—Steve. A tu edad yo quería estar contigo, aún lo quiero, pero ya no será posible. Estás lleno de vida y yo soy el hogar de la muerte.

Un ataque de tos la sacude, se tranquiliza y ve al techo ausentemente. Ha olvidado.

—¡Steve! ¡Regresaste! —Dice emocionada y sorprendida al verme.

—Sí, Peggy. He regresado. Pero debo marcharme ahora —le digo con un nudo en mi garganta y pecho. Aprieta mi mano y se suelta con una sonrisa.

Fury Avenger (Trilogía completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora