Capítulo 22. Lya

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Grant lloró toda la noche. Creo que me dejó el pecho empapado, y me duele la cintura por la forma en la que me tenía agarrada. Incluso me quitó el aire en un par de ocasiones.

Después de horas y horas de llanto, Grant se quedó dormido.

Había considerado el irme y tratar de descansar un poco, pero cuando traté de liberarme, Grant me abrazó con más fuerza, tiró una pierna sobre las mías y ocultó su rostro en mi cuello para luego susurrarme un lastimero—: No me dejes de nuevo, Mags.

Por lo que me quedé.

Después de un rato de ver a la nada, me quedé dormida. Pero, ahora, estoy abriendo los ojos para encontrarme a un muy desubicado Grant a mi lado, con la camisa levantada, revelando su abdomen, mientras rasca su estómago viendo alrededor con una cara de confusión. Tiene los ojos entrecerrados, y mueve su cabeza en mi dirección.

Suelto un bostezo y me cubro la boca, recordando mi horrendo aliento de dragón en las mañanas. ¿No pude heredar el aliento inexistente de papá y mamá?

—Siento los ojos pesados —me dice, aún rascando su abdomen de forma distraída.

—Eso es lógico, te la pasaste llorando toda la noche —le digo, mi voz suena ronca.

—Te usé como pañuelo. Lo siento —me dice.

Me encojo de hombros y me siento en la cama. —No importa. Es bueno que se cambien los papeles de vez en cuando en la vida —digo.

Grant bosteza y sacude la cabeza. Extraño eso. Cada vez que bosteza sacude la cabeza como para disipar el sueño, se ve adorable.

—Ugh, manché tu camisa —dice y se baja de la cama. Entra al armario y me pasa una camisa gris.

—Gracias —le digo y me pongo de pie—. ¿Puedo usar tu baño...?

Parpadea y asiente, aún luchando contra lo que sea que esté luchando. —Adelante —me dice.

Evito pasar cerca de él y me escabullo en el baño. Reviso que la puerta que conecta con el armario esté cerrada con seguro. Hago mi necesidad fisiológica y enjuago mi boca con agua para alejar el mal aliento mañanero. Veo mi blusa blanca y hago una mueca, está toda manchada con algo que no quiero saber si son mocos o no; sea como sea, me quito la blusa y me pongo la camisa de Grant, tiro la blusa blanca en el basurero y me veo en el espejo.

Sonrío con tristeza y amarro mi cabello en una coleta alta. También extraño el tiempo en el que éramos pareja y solíamos ser felices juntos.

Salgo del baño y me acerco a la cama para ponerme los Converse negras. Grant está sentado en la cama, viéndome en silencio.

—Gracias por quedarte —me dice.

Asiento y me siento en la cama para amarrar los cordones. Grant se pone de cuclillas frente a mí, agarra mi pie derecho y hace el trabajo en mi lugar. Lo veo con sorpresa, y mis ojos se llenan de lágrimas. Amarra las tiras de tela blanca con lentitud, demorándose en ver que estén del mismo largo y perfectas. Para cuando pasa a mi pie izquierdo, estoy llorando libremente.

Sé que me escucha sollozar por la arruga en su frente, y por la forma en la que trata de no apresurarse.

—¿Por qué haces esto? —le pregunto, limpiando mis mejillas.

—¿Qué cosa?

—¡Amarrarme los cordones tan lento!

—Sabes que soy un perfeccionista —responde.

—No lo eres. Eres un desordenado, la única forma de que tengas orden en tu vida es si te lo dibujan y lo pegan en todos lados para que lo veas —digo.

Fury Avenger (Trilogía completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora