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La casa en Tintern

El calmado olaje  y el sonido de las gaviotas salpicando el agua, mientras cazaban, resultaba ser adormecedor y tranquilo. Las risas del pequeño de seis años eran evidentes, entre el sonido de la marea alta; el chaval, corría descalzo por la orilla como si fuera el mismísimo jefe del océano. Se veía que no le tenia miedo, al hecho de ser arrastrado por las olas, pues el chico parecía muy conocedor de aquel monstruo azul.

El niño se detuvo de repente, respiraba irregularmente, pero con una sonrisa enorme en el chapado rostro rojo mientras veía el paisaje, entonces, el repetitivo sonido de un "Pip-Pip" sonó, despabilándolo. Levanto su brazo izquierdo; su reloj azul, con los números romanos en el el marcaban las cinco con treinta, y el niño formando una O con los labios, corrió apresurado fuera de la orilla. Cogió los botines de cuero que estaban enterrados en la arena, y mientras se ponía el del pie derecho, daba saltitos con el izquierdo. Con los dos zapatos puestos se subió ala bicicleta roja y algo desgasta, que estaba recargada en el poste, con la señal de "Peligro, marea alta".

Con el trasero arriba del asiento, comenzó a alejarse del mar por el camino de tierra que subía una pequeña montaña. 

El chico siguió pedaleando, sin el uso de una mano, pues de la canasta trasera de la bicicleta saco el radio portátil. El Walkman estaba un poco desgasto y con un poco de celo, donde justo se enchufaban los auriculares. El chico alejo las manos del volante, y coloco la caja apretando la pinza a su pantalón, y hecho eso, se colocó los audífonos, volvió a poner las manos en el manubrio y apretó play. Tarzan Boy de Baltimora, comenzó a sonar y el niño serpenteo al ritmo de la música sin tener el pavor de a veces soltar los pedales para levantar los pies y agitarlos al aire.

El joven Osbert Leduc, era muy conocido por el pueblo de Tintern. El pequeño valle era una comunidad en la orilla oeste del río Wye en Monmouthshire, Gales, cerca de la frontera con Inglaterra y a unas cinco millas al norte de Chepstow. Todos conocían esa cabellera caoba irreconocible y el rostro pintando de pecas, cada vez que pasaba por el mismo camino de piedras para ir a su casa, cerca de los pastizales. La familia Leduc, en si resultaba ser un poco extraña, los pobladores, rara vez veían a los padres del pañuelo, se decía que el Señor Leduc, era un hombre corpulento, de cabello castaño cenizo y unos poderosos ojos miel como los de su hijo, pero nunca habían visto a la madre. Los pueblerinos decían que debía ser una mujer maravillosamente hermosa, ya que cuando el pequeño habla de ella, siempre sus ojos se iluminaban, aun así, eran unas maravillosas personas. 

El chico apretó los frenos de la bicicleta y esta freno derrapando las llantas y subiendo una capa de tierra. Ala izquierda del camino estaba la posada de la señora Nilsen y Osbert recordó que debía comprar el pan para la cena de esta noche, ya que era una fecha especial. 

¡Estaba a un día de su cumpleaños! 

Treinta y uno de octubre. El chico se quitó los auriculares, se bajo de esta y coloco la bici cerca de la vaya de ladrillos rojos de la casa. La señora Nilsen, estaba haciendo la colada afuera, y por eso no tardo en darse cuenta de que unos brillantes ojos le observaban. Ella, la señora, tenía un horrible aspecto de bruja medieval, pero al muchacho le sonrió de oreja a oreja, cuando observo al pequeño Osbert, el, conocía que las apariencias solían engañar, pues ella era una mujer sumamente dulce, a no ser que te metieras con sus cosechas de papa.

—¡Osbert! Cariño. Vienes a por el Pan, no es cierto— Dijo la mujer como si ya supiera la razón de la visita del chico. Este sonrió animadamente; le faltaba el incisivo lateral, y por el había recibido un penique después de la llegada de la Zahnfee a su cuarto. 

¿ 𝙶 𝙰 𝚈 ? | ᴴᵃʳᶜᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora