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Jimin contemplaba el exterior desde la ventana del salón mientras se tomaba un café. Había llovido durante toda la noche pero no quedaba ni rastro del mal tiempo que habían tenido.

El rubio bajó la vista hacia su tobillo. Desde que se lo vendó Jungkook la noche anterior, el dolor había cesado. Notaba un leve pinchazo cuando apoyaba el pie con demasiada fuerza en el suelo pero no tenía molestias al caminar. Lo que realmente le disgustaba era no poder bailar. Jimin se había acostumbrado a hacerlo todos los días, le ayudaba a relajarse y a despejar la mente, pero ahora debía parar. Necesitaba esperar unos cuantos días para volver a esa pequeña rutina que tanto le gustaba.

El chico terminó el café y dejó la taza dentro del fregadero. Al lado de la cafetera había una lista con los alimentos que debían subir de la despensa. Jungkook solía encargarse de ese tipo de tareas pero ahora mismo estaba ocupado, limpiando los baños de los dormitorios del segundo piso.

¿Qué cara estaría poniendo su hermano en ese preciso instante? Jimin sonrió divertido. Seguro que le estaba maldiciendo.

Miró el reloj de la pared, todavía le quedaba tiempo para hacer la comida por lo que decidió echarle una mano al maknae. Cogió la chaqueta deportiva de color rojo que había dejado sobre el sofá y se la puso. Jimin vestía una camiseta blanca de tirantes y un pantalón vaquero roto. El tiempo en la montaña todavía era cambiante.

Bajó las escaleras y caminó por el pasillo para llegar a la despensa, pero se detuvo en frente de la sala de música. Alguien estaba tocando el piano y el menor sabía exactamente de quién se trataba.

La melodía le puso la piel de gallina. Jimin conocía muy bien esa pieza, su madre la había tocado incontables veces para él. Notó que la puerta estaba arrimada, razón por la que el sonido pudo escapar de la sala insonorizada y esparcirse suavemente por el pasillo.

El rubio se asomó con cuidado. Atraído por la belleza de la música observó a Yoongi deslizando los dedos sobre las teclas, sumergido en su propio mundo. Jimin no se había dado cuenta de lo mucho que extrañaba el sonido de aquel instrumento.

Yoongi tocaba con tanta pasión que no podía apartar la vista de él. Se veía en la expresión de su rostro lo mucho que disfrutaba de la música. El menor nunca le había visto tan deslumbrante.

Su corazón empezó a latir con más fuerza. Estaba tan hechizado por lo que estaba presenciando que ni siquiera se percató de que la melodía había cesado. Yoongi levantó la vista y vio a Jimin de pie en mitad de la habitación.

—¿Qué haces aquí?— preguntó con brusquedad.

—Yo...

—Teníamos un acuerdo— se levantó de inmediato —¡No deberías estar aquí!

—Lo siento— dijo en voz baja. Se había olvidado por completo de la promesa que le había hecho —No he podido evitarlo, mis pies se han movido solos.

—No soy el flautista de Hamelín.

—No, pero tienes el mismo efecto— le miró a los ojos —Claro de luna es mi pieza favorita, hyung. Mi madre suele tocarla para mí— puso las manos en posición de rezo y le miró con pena —Perdóname.

—Está bien— suspiró. ¿Cómo podía enfadarse con él? Parecía un cachorro —Te perdono.

—Hyung— Jimin le sonrió de forma angelical —¿Podrías tocarla otra vez?

—No.

—¿Por qué?— preguntó disgustado.

—No quiero.

—Pero no la he podido escuchar completa— se quejó.

—No es mi problema.

—Venga, no te cuesta nada.

Evanescente | ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora