Refuerzos (I)

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Goldmi disparó entonces unas cuantas flechas, que rebotaron varias veces con Billar para llegar a sus enemigos desde todas direcciones. Estos se defendieron, confundidos, temiendo que hubiera más enemigos escondidos entre los árboles.

Aprovechando la confusión, la elfa hizo uso de su especial conexión con la naturaleza para invocar un masivo Enredar. Decenas de raíces surgieron del suelo, atrapando a sus enemigos, mientras que Ramas Traviesas hacían que las ramas acosaran y causaran algunos rasguños a los confundidos y aterrados vampiros. Parecía que el bosque se hubiera vuelto en su contra.

Dichas raíces no suponían un problema permanente para ellos, pues ejerciendo su poder podían liberarse. De hecho, un par de ellos lo habían logrado gracias a Cuerpo Líquido, que si bien no es exactamente lo que el nombre indica, sí que puede ablandar el propio cuerpo, y ayudar a liberarse de las ataduras.

Fueron precisamente estos los primeros en morir, sesgadas sus cabezas por una poderosa hacha lanzada con Boomerang. Al otro lado, cerca de Goldmi, un enorme martillo aplastó dos vampiros a la vez, quebrando sus huesos.

Apli recogió el hacha de un salto y cayó sobre los vampiros, cercenando extremidades y cabezas con Mil Hachazos. El cuerpo musculoso de la visitante, las calaveras en su cinto y su sangrienta aparición impresionaron a la elfa, que los había estado esperando.

Gjaki se había puesto en contacto con ellos, y había informado a su amiga, mientras que el ave albina había estado monitorizando sus movimientos. Sabía que estaban al llegar.

Tritu alzó una y otra vez su martillo, como si estuviera jugando a un juego de niños basado en golpear cabezas de juguete que salen por unos agujeros. Claro que en esta ocasión era un tanto más sangriento.

Goldmi también empezó a disparar sus flechas, y la lince apareció por uno de los laterales. Los dos hermanos bárbaros la miraron un instante, sorprendidos, pero habían sido avisados por Gjaki, por lo que sabían que era una aliada. También lo sabía la felina, a pesar de lo cual prefirió no acercarse demasiado a ellos. No los conocía, y la superaban ampliamente en poder.

–Mierda... ¿Cómo han podido encontrarme esos idiotas?– maldijo Krovledi

En el pasado, se había unido a un grupo que debía combatir contra los seres corrompidos, aunque en realidad quería atacarlos, convertirlos en vampiros. Sin embargo, los hermanos bárbaros habían ocultado su poder, y habían resultado ser mucho más peligrosos de lo que ella esperaba. Se había visto obligada a huir, tras matar a la sanadora del grupo, algo que ellos no le habían perdonado.

Al mismo tiempo, en el espacio entre el bosque y las ruinas, enormes rocas cubiertas de fuego empezaron a impactar contra el suelo, y contra los vampiros que había por la zona. Merlín había invocado una Lluvia de Meteoritos para lidiar con ellos.

–No me habéis dejado otra opción– amenazó Krovledi entre dientes, mientras daba unos pasos atrás y entraba en las ruinas.

Abrió las manos, alzándolas frente a ella. Una poderosa aura de sangre y maná comenzó a emanar de cada uno de los dedos, dividiéndose e invadiendo a los vampiros que la rodeaban.

La veintena de vampiros cayeron al suelo, gritando de dolor y agonizando. Su piel se arrugaba y secaba, como si hubieran envejecido de golpe, o algo los estuviera succionando por dentro.

Su piel, músculos y huesos se tornaron rígidos y frágiles, rompiéndose con facilidad, y acabaron convirtiéndose en polvo. Sin embargo, no todo en ellos había desaparecido. Su sangre y su esencia se concentró frente a Krovledi, para luego separarse en cuatro. No tardó cada uno de ellos en tomar una difusa forma canina, en convertirse en seres de un gran poder.

Con Sacrificio Infernal, la vampiresa había extraído la sangre y la esencia vital de sus hijos para crear aquellas poderosas criaturas, que envió sin dudar contra sus enemigos. Era su más poderosa carta en la manga, a expensas de sacrificar a sus subordinados para invocarla.

Subconscientemente, cogió con fuerza su collar. Si no funcionaba, debería huir. Por ahora, debía permanecer atenta, dispuesta a otorgar el golpe de gracia a sus enemigos si tenía la oportunidad.

–¡Hermana cuatro patas, huye! ¡No puedes enfrentarte a lo que viene!– apremió la azor.

La lince era reacia a huir, pero sabía bien que su hermana alada no bromeaba. Sin mediar palabra trepó a un árbol, desde el que podía saltar para ayudar, o escapar a un árbol cercano.

Los hermanos bárbaros se volvieron solemnemente hacia el aura que se dirigía hacia ellos, aunque sin temor. Incluso sonrieron ante lo que parecía que iba a ser una dura pelea. Que hubieran renacido en un pueblo guerrero no había sido ninguna casualidad.

Merlín también se preparó. Si bien los combates uno contra uno no eran su especialidad, no estaba ni mucho menos indefenso. Decenas de Bolas de Fuego se formaron a su alrededor, preparadas para proyectarse hacia su objetivo.



Gjaki esperó a que aquellos extraños seres salieran a por sus aliados. Tenían ciertas similitudes con sus Mastines de Sangre, pero eran claramente más poderosos, ya que no dependían únicamente del poder de quien los invocaba. El sacrificio de los vampiros subordinados le daba ese extra de poder.

Sin duda, era un hechizo tan poderoso como cruel, y que no se podía usar a menudo. No era tan fácil crear vampiros con suficiente poder.

Se acercó a Krovledi, quien observaba el ataque de sus creaciones con expectativas y preocupación. Estaba segura de que podían abrumar al mago, pero no estaba tan segura acerca de los bárbaros. Sobre la elfa y su mascota, no dudaba de que serían destrozados si los encontraban.

Gjaki desactivó Oscuridad en cuanto llegó lo suficientemente cerca. Un paso más y sería descubierta, por lo que ya no era necesario ocultarse. Ahora, podía ejercer toda su velocidad.

Sorprendida, Krovledi notó una presencia tras de sí. Se giró lo justo para descubrir a su atacante.

–¡Tú...!– fue lo único que logró decir.

Apenas tuvo tiempo de defenderse, de evitar que el feroz y rápido ataque fuera mortal. Su escudo protector de maná estalló en mil pedazos, y la armadura que ocultaba bajo el cuerpo no fue capaz de detener del todo la daga.

Gjaki había descubierto que ejecutando a la vez Puñalada Trasera con ambas manos el poder se multiplicaba. El principal problema era la gran tensión a la que sometía al arma y a sus manos.

No obstante, sus manos apenas quedaban un tanto entumecidas unos segundos, antes de que Autorregeneración paliara los síntomas, mientras que la daga negra que empuñaba era una de las dos dagas de obsidiana que había forjado Eldi en el juego especialmente para ella. No se iba a romper fácilmente, y siempre podía repararla.

Si bien eran negras, tenían un brillo amarillo cuando circulaba el maná por su filo, y un hermoso rubí adornaba la empuñadura. Dicho rubí podía incluso almacenar maná y sangre, que circulaba por la daga para hacerla más resistente y afilada.

El ataque por sorpresa había herido a Krovledi, pero no había acabado con ella. Se apartó de un salto, poniéndose una mano en la herida, y mirando con rencor a su enemiga.

–Supongo que es hora de acabar lo que dejamos a medias– amenazó Gjaki.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora