Comida en familia

170 34 0
                                    

A Mideltya le costó bastante serenarse. Al menos, estaba avisada de la probable presencia de Elendnas y Gjaki, pero la situación se había escapado de su comprensión. Aparte de ellos, había aparecido Merlín, un rey cuya fama trascendía fronteras. No menos famosos era los hermanos bárbaros, señores supremos de sus tierras, y cuyo nombre provocaba terror entre sus enemigos. Era fácil provocarlos, pero no tanto apaciguarlos.

A ello, había que sumar al propio Eldi, Lidia, Líodon y Maldoa, y no podía dejar de mirar a Goldmi. La elfa no sólo era sumamente hermosa y la mujer de Elendnas, sino que también emitía una presencia poderosa, y era una visitante.

Quizás habría acabado de entrar en shock si supiera que era una amiga de las hadas, o que solía haber una hada alrededor suyo, aunque ahora se había quedado en el bosque. Por si fuera poco, podía matar generales.

Lo más sorprendente era que ninguno de ellos se comportaba como esperaba. Por ejemplo, los bárbaros no eran tan agresivos como cabía prever, tanto los visitantes como sus maridos y mujeres. De hecho, eran más bien amigables, a pesar de ser un poco brutos. Si bien más de uno quería retar a quien se atreviera, ni lo forzaban ni actuaban dominantes.

La imagen terrible de la Reina de Sangre no estaba por ningún lado. Las niñas la tenían prácticamente a su merced, y no parecía peligrosa en absoluto. A decir verdad, tampoco lo parecía su suegra, Lidia, pero sabía que podía ser despiadada con sus enemigos.

Merlín era un caso aparte. No estuvo mucho con ellos, sino que se quedó mirando con ansiedad como Eldi destilaba los ingredientes para la poción. Para él, era más importante que su propia vida. Se lo veía nervioso y ansioso, y no había nada que pudieran hacer para calmarlo.

Cuando Lidia le había susurrado a la elfa lo que sucedía, no había podido sino sentir empatía y admiración. Después de tantos años casados, seguía amando a su esposa con pasión. Miró a Ted de reojo, preguntándose cómo sería para ellos.

De todas formas, su atención estaba ahora en Elendnas, al que Líodon le había hecho un resumen de la situación de su sobrino y la propia Mideltya.

–De verdad... Mideknor sigue siendo un idiota cabezota– criticó el elfo.

Mideltya no dijo nada. A pesar de que estaba insultando a su padre, estaba básicamente de acuerdo. Lo amaba, pero también lo odiaba por no permitirle ser feliz, por haberla presionado para aceptar un matrimonio que no quería, y estar en contra del que deseaba.

–¿No podemos hacer nada para ayudarlos?– preguntó Goldmi.

–Lo mejor es esperar. Si todo va bien, me gustaría ver su cara cuando se entere de que Eldi es el abuelo de Ted. Aunque es tan cabezota... Quizás tendremos que hacerle una visita, pero tendréis que esperar un poco– se dirigió a la pareja.

Ellos asintieron, un tanto abrumados.

–Si quieres, podemos hacerlo entrar en razón– se ofreció Triturahuesos, golpeándose la palma de la mano con el puño.

–Eso sería divertido– por una vez estuvo de acuerdo Aplastacráneos.

Varios de los otros bárbaros gruñeron o expresaron su acuerdo, amenazantes. Mideltya tragó saliva, no segura si hablaban en serio o no.

–No seáis tan brutos. Aunque no os importa que use vuestros nombres si hay que negociar con ellos, ¿verdad?– pidió Gjaki, mientras le ponía un parche en el ojo a Eldmi, completando su disfraz de pirata.

Gjami no tenía parche, pero sí un garfio en la mano. Además, la azor se había puesto en su hombro, siguiéndoles el juego.

Por su parte, Kraki tenía también un parche, un par de garfios y tres patas de palo. No había puesto ninguna resistencia ante las gemelas, a las que adoraba. Puede que no hiciera tanto que las conocía, pero los sentimientos hacia ellas de sus hermanas sin duda la habían influenciado. Además, se parecían a Goldmi.

–¿No basta contigo? Tu nombre aterroriza todas las tierras conocidas– se burló Triturahuesos.

–Ja, ja. No seas exagerado, Tritu. Además, cuantos más, mejor. Si todo va bien, incluso podremos usar el de Merlín, aunque mejor esperar un poco– propuso la vampiresa.

Mideltya no sabía qué decir. Ninguno de ellos la conocía, pero estaban dispuestos a ayudarla. No entendía muy bien cómo toda aquella gente importante la estaba apoyando.

En realidad, había varias razones. Por una parte, era la prometida del nieto de Eldi, lo que en sí era más que suficiente. Por la otra, lo encontraban una situación injusta y absurda. Por si fuera poco, también les parecía divertida la posible solución.

–Por cierto, explícame con detalles lo que pasó con nuestros vecinos en la mazmorra– exigió Triturahuesos.

–Ja, ja. Bueno, es sencillo. Vinieron muy sobrados, exigiendo quedarse con todo el espacio donde estaban las tiendas, y les dimos una paliza– rio Goldmi.

–Vamos, vamos. ¡Menos resúmenes y más detalles!– exigió Aplastacráneos.

Todos los bárbaros miraron fijamente a la elfa. Aquel era el tipo de historias que más les gustaba. No sólo había sido una batalla campal a puñetazos, sino que sus rivales habían acabado vapuleados.

–Mejor esperad a que venga Eldi, así tendréis más anécdotas– propuso Gjaki.

–¡Qué no tarde! ¡Está cerveza está deliciosa! ¡Ay!– se quejó Tritu.

–¿Cuántas veces tengo que deciros que no tiréis la bebida?– lo regañó Dinksa, tras haberlo golpeado con la bandeja con la que había traído unos aperitivos

–Vale, vale, lo siento– se disculpó el bárbaro por haber salpicado la mesa y el suelo al ser demasiado descuidado.

Quizás, la diablesa vampiresa era la única que podía regañarlo de esa forma, aparte de su hermana y algunas de sus mujeres. De hecho, podía regañar a cualquiera de aquellos bárbaros sin que ninguno de ellos osara replicarle.

Era una situación extraña, pues no era más fuerte que ellos. No obstante, se había ganado una posición de autoridad, como si fuera la madre adoptiva de todos ellos, no sólo de Gjaki.

La relación con Goldmi era un tanto diferente, pues ambas se entendían muy bien, y se conocían desde hacía decenas de años. Incluso compartían pasión por la cocina, lo que incluía intercambio de todo tipo de recetas. Gracias a ella, Diknsa había logrado mejorar su pericia en dicha profesión.

En cuanto a Eldi, nunca había hecho nada para ser regañado, además de que Diknsa sentía un gran aprecio por él. No sólo era educado y considerado, sino que no había dudado en enseñar a cuantos se lo habían pedido, o fabricar equipos para todos los que lo necesitaran.

Además, siempre había oculta en su mirada una profunda determinación, la de encontrarla. Lo admiraba por ello.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora