Desprendimiento

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–No podemos proporcionaros cáscaras. Las madres tenemos que invertir un gran poder y muchos nutrientes en crear el huevo. Cuando nace el dragón, devoramos la cáscara para recuperar parte de ello, aunque no sería un problema reservaros un poco si naciera alguno. Lamentablemente, el único que puede nacer pronto ha encontrado un problema, para lo que necesitamos vuestra ayuda– explicó la dragona.

–¿Qué podemos hacer para ayudar?– preguntó Goldmi.

–Hubo un terremoto cuando los dos padres habían salido, y la entrada de la cueva colapsó. El terremoto ha dañado la estructura, por lo que si se intenta retirar las rocas, podría venirse abajo. Su hijo, el huevo, está dentro desde hace una semana. Si pasa otra sin recibir el cuidado de sus padres, podría morir. Vosotros quizás podáis llegar hasta él– les contó la dragona.

Estaban sentados sobre ella, algo que muy rara vez los orgullosos seres permitían. Sin embargo, era la única forma de llegar a tiempo, la de salvar a un miembro de su raza, si es que había sobrevivido al derrumbe.

Si pasaba más tiempo, sus padres no tendrían más remedio que entrar, pero era probable que el resto de la cueva colapsara. Ellos sobrevivirían, pero no así su hijo. Por tanto, sólo lo harían como última opción.

Por mucho que estuviera orgullosa de su especie, la dragona tenía que reconocer que no eran aptos para trabajos delicados. Los seres que llevaba sobre su lomo sí lo eran, además de mucho más pequeños. Para ellos, era suficiente un pequeño espacio para llegar hasta el huevo.

Aterrizaron al lado de un par de dragones que los miraron ansiosos. Habían tratado de quitar las rocas poco a poco por diferentes lados, pero había desistido al caer más. Claro que poco a poco para un dragón no es exactamente un trabajo sutil.

También habían probado a abrir otra entrada, pero el estremecimiento de las paredes donde quiera que lo intentaran indicaba que no era una buena idea. No sabían qué más hacer. Así que los recién llegados eran su última esperanza antes de tomar medidas desesperadas.

Otros dragones los miraban también, con curiosidad, observando desde varios picos alrededor. La voz se había corrido de que la propia Anciana había ido a recibir a los recién llegados. Que los hubiera traído entraba dentro de lo previsible, aunque no dejaba de ser un acontecimiento extraordinario

La Anciana no los llevó directamente ante los padres, no era necesario aún. Si no salía bien, sólo causaría dolor y problemas innecesarios. Les había explicado todo lo que necesitaban saber. El resto era cosa del destino.

Los dejó frente a la cueva, donde rocas de diferentes tamaños se había acumulado. Algunas eran incluso tan grandes como la cabeza de la dragona.

Se quedaron mirando, mientras la azor alzaba el vuelo. Era pequeña, de gran maniobrabilidad y podía volar, así que era la indicada para inspeccionar el desprendimiento. Hacía mucho frío para que los Murciélagos pudieran desempañar su función.

–Ha encontrado un sitio por donde podría pasar. Voy a ver– declaró la elfa al cabo de un rato.

Los demás la dejaron ir, reticentes. Lo habían discutido antes, pero ella había esgrimido un argumento irrefutable. Si bien la vampiresa podía Planear, ella podía Flotar, lo que era más flexible. Además, era más fácil para la elfa seguir las indicaciones de su hermana.

Estaba también la Escalera de Viento, que cualquiera podía usar para una primera ascensión, pero la azor había descubierto más obstáculos tras la primera pared. Sólo la elfa podía invocarla.

Así que Goldmi puso un Portal de Salida, dejó a la kraken en brazos de la vampiresa, y Flotó hasta la abertura que la azor había descubierto.



Era una abertura más bien estrecha, por mucho que su hermana hubiera dicho que había espacio de sobra. Sin duda, para la azor lo había.

–¡Ay!– se quejó.

Había puntas afiladas y heladas, que podían cortar con facilidad su piel, así que decidió ponerse guantes. No eran recomendables para disparar con el arco, pero que ahora le protegían las manos.

Se detuvo y se mantuvo rígida, sin respirar, cuando notó temblar el suelo inestable por el que gateaba. Eran rocas y hielo amontonado, cuya estabilidad dejaba mucho que desear. Además, no era ni mucho menos una camino recto. Subía y bajaba, e incluso tuvo que Flotar de nuevo entes de encontrar la salida.

Fuera estaba oscuro, excepto la poca luz que se filtraba del techo derruido, y un resplandor unos metros más allá. Pertenecía a una daga hecha con Filo de Luz, y que la azor llevaba entre sus garras. De esa forma, podía iluminar sus alrededores.

Flotó despacio hacia ella, junto a la lámpara que controlaba e iluminaba los alrededores. No sólo la entrada se había derrumbado, sino también aquella zona unos metros más adentro.

–Espero que el huevo esté bien– deseó.

Puede que para sus propósitos fuera más conveniente encontrar el huevo aplastado para recoger un poco de cáscara, pero ni siquiera quería pensar en ello. A pesar de no ser capaz de leer la expresión de los dragones, su aura dejaba entrever su desesperación, que podía entender perfectamente.

Años atrás, sus hijas habían desaparecido, lo que los había llevado a buscarlas frenéticamente, ansiosos, asustados. Habían creído que habían escapado al bosque cercano y perdido, lo que podía ser letal para unas niñas tan pequeñas.

Finalmente, las habían encontrado durmiendo. Se habían colado en la habitación de Goldmi y Elendnas, y trepado sobre su cama, sobre la que se habían acostado. No tenían ni idea de lo que habían armado, de lo que habían hecho sufrir a sus padres. Simplemente, se habían quedado dormidas, adorables, escondidas hasta que a uno de los dos se le había ocurrido buscarlas allí.

Había acabado por ser una anécdota, pero lo que había sentido no se le había olvidado. Por nada del mundo quería eso para aquellos dragones.

Llegó finalmente hasta su hermana, que había descubierto otro paso si cabe más estrecho que el anterior. Necesitó arrastrarse, pues ni siquiera podía gatear. Por suerte, Deslizar podía usarse para algo más que patines, lo que hacía el trayecto algo más sencillo. Aunque no se libró de varios arañazos en la cara, sobre todo cuando aceleró desesperadamente.

–¡Ven rápido! ¡El huevo necesita ayuda!– la había avisado su hermana alada.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora