Armas y armaduras

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–¿Vais a seguir con las ropas 95?– les recordó la vampiresa.

–Oh, cierto– se dio cuenta la elfa.

–Ahora que lo dices...– se encogió de hombros el alto humano.

Habían decidido crear más equipo una vez tuvieran claro cómo era el leveo en el Valle de los muertos. El resultado había sido tan extraordinario, que no había valido la pena crear equipos intermedios.

Goldmi se sonrojó al darse cuenta de que el aspecto original de su armadura era muy ceñido y revelador. Inmediatamente, cambió el aspecto a su habitual atuendo, bastante más conservador.

–A Elendnas le encantaría ver el aspecto original– le guiñó el ojo Gjaki, mientras Eldi miraba hacia otro lado.

Era una armadura de la calidad más exquisita que se podía fabricar en el juego, y que Eldi había hecho especialmente para ella. Los pendientes y anillos también lo eran, aunque la elfa no se puso los que llevaba en el juego.

Unos días atrás, sus hijas le habían entregado unos preciosos pendientes con forma de media luna, similar a sus preferidos, pero de nivel 100. Eldi los había hecho con la colaboración de Gjaki, Elendnas, Maldoa y las propias niñas.

Entre todos, habían aportado ideas y materiales, y sin duda a Goldmi le habían encantado. Además, para sorpresa de las gemelas, ellas también habían recibido unos a juego, aunque de nivel mucho más bajo.

Empuñó su arco de madera de Yggdrasil, cuyo color verde le daba la apariencia de estar vivo. Quizás lo estaba.

Una gema también verde estaba incrustada en su centro, donde las flechas se apoyaban. Brillaba llamativamente cuando el maná la recorría, y precisamente su función era facilitar la fluidez con la que lo hacía.

Su espada y daga también poseían una gema similar de color verde, un material muy poco habitual. A menos que se tuviera una estrecha conexión con la naturaleza, al maná le costaba atravesarla. Pero si se tenía, era todo lo contrario.

Algo similar sucedía con las dagas de Gjaki. Eldi había utilizado para ellas unas piedras de sangre, muy difíciles de encontrar, pero ideales para los vampiros.

También había utilizado unas especiales para él. La de su hacha, por ejemplo, brillaba en una tonalidad anaranjada cuando circulaba maná de fuego, azulada con hielo, amarillenta con electricidad y de un color marrón con tierra. Era una gema multielemental, que Gjaki y Goldmi habían conseguido para él a escondidas. Había incluso llorado de la emoción, aunque por suerte, ellas no le habían visto hacerlo. Su personaje había permanecido imperturbable, mientras su yo real se limpiaba las lágrimas tras la pantalla del ordenador, avergonzado.

Es cierto que tenía otras armas nivel 100. De hecho, todos ellos las tenían. Eldi había creado varias especiales para algunas circunstancias. Como un martillo que pesaba diez veces más que uno normal. O lanzas afines a cada uno de sus elementos. O dagas para Gjaki que no brillaban, para poder ser usadas en la oscuridad. O múltiples flechas de todo tipo para Goldmi.

Él también se puso su armadura con nostalgia, sin cambiarle la forma original. Era negra, como su cabello, y resultaba bastante imponente.

Tuvo que reprimir sus sentimientos al colocarse los brazaletes. Estaban creados a partir de una especie de madera que Melia le había asegurado que había obtenido de su propio cuerpo. Aunque había tenido que aclarar que era para ella como para él cortarse las uñas, ante la mirada preocupada de Eldi. La dríada no le había confesado que sólo podía hacerse cada 100 años.

–¿Dónde estás?– susurró para sí, mirándolos.

En cuando a Gjaki, ya llevaba su armadura. Aunque aprovechó para cambiarle el aspecto, a un traje negro de una pieza, ajustado.

La vampiresa miró a la elfa con una sonrisa que indicaba algo más. Goldmi suspiró resignada, y cambió el color de su vestimenta a negro. Ahora, los tres iban a juego.



El espectro observaba con ansiedad como uno tras otros, los espectros iban sufriendo el mismo destino que el primero. Aunque a medida que acudían los más poderosos, los cinco necesitaban esforzarse más para debilitarlos y purificarlos.

–No es suficiente. ¿Podrán hacerlo más fuerte?– se preguntaba.

A veces, les costaba un poco más atraparlos, pero Gjaki solía solucionarlo con el látigo de luz y Agarrar. Si bien el látigo no duraba mucho en contacto con el espectro, era suficiente.

Mejoró la estrategia cuando simplemente dejaron que Gjaki los Agarrara siempre. De esa forma, los podía llevar sobre un Muro de Luz. Por alguna razón que desconocían, era como en el juego. El muro no podía crearse sobre el espectro, ya que el espacio ocupado por él no permitía la solidificación del maná. Sin embargo, no había problemas en arrastrarlo y encerrarlo en una Prisión de Luz dentro del muro previamente creado.

Tenían que inmovilizarlos pues, a diferencia de los zombis, intentaban atacarlos. Los zombis también lo hubieran hecho, pero al Estallar, ya no importaban sus instintos.

Cuando el último de los espectros murió, Eldi recogió de nuevo la gema que dejaban atrás, preguntándose de dónde salían. Aquellos seres eran incorpóreos, pero las gemas no. Sólo quedaba uno, pero se quedó mirándolos. Él había acordado con los demás ser el último. Era el más poderoso, y el que más probabilidades tenía de matarlos. Por ello, los demás no querían dejarle pasar antes.



–Un esqueleto. Brilla diferente del otro– los avisó la azor.

Se pusieron en pie, preparados para enfrentarse a él. Como era evidente, no podían usar la misma táctica que contra los espectros, y no resultaría tan fácil como contra los zombis.

La mejor forma de debilitarlos era quebrar sus huesos, lo cual, como ya habían comprobado con el primero, no era fácil. Aunque también es cierto que ahora eran más fuertes, y sus armas mucho más poderosas.

Las armas anteriores eran de gran calidad, las mejores que podía fabricar Eldi con materiales más o menos normales. Las que empuñaban ahora eran únicas, las mejores que nunca había creado.

Habían realizado multitud de misiones para reunir los materiales, a veces sin decírselo a los otros para sorprenderlos. Aunque en la mayoría de ocasiones, habían ido los tres juntos.

Primero habían hecho los diseños, reunido toda la información de internet, y después se habían puesto manos a la obra para reunir materiales, aprender recetas y métodos de creación, encontrar a sabios ermitaños para imbuir hechizos o runas...

Se habían pasado meses para lograrlo, aunque no podía decirse que no lo hubieran disfrutado. El resultado habían sido algunas de las mejores armas y armaduras del juego, aunque para ellos eran incluso más. Habían puesto en ellas su sudor y sangre, y ganado multitud de anécdotas de las que aún ahora se reían.

Además, se sentían increíblemente cómodos con ellas. Para Gjaki, no era una sensación nueva, pero sí para los otros dos. Resultaba casi una segunda piel para ellos, pues no sólo habían sido elaboradas con sus medidas específicas, sino que las habían llevado durante mucho tiempo. De alguna forma, sus cuerpos las recordaban.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora