Asalto a la cueva (III)

130 36 2
                                    

–¿Quiénes sois y por qué nos habéis atacado?– preguntó Gjaki, emitiendo Sed de Sangre.

La lamia y las aracnes supervivientes la miraron aterradas. La habilidad tenía efecto en ellas, a lo que había que sumar su situación. No podían sino arrepentirse y lamentar haber seguido a aquel grupo, haberlos subestimado.

No sólo quien les preguntaba tenía un nivel más alto que ellas, sino que los métodos a su disposición eran claramente extraordinarios. No sabían quiénes eran, pero sin duda no unos cualquiera.

–Yo... Nosotras sentimos profundamente haber ofendido a sus excelencias, todo esto es un tremendo error– aseguró una de las aracnes.

–¿Qué clase de error provoca que nos sigáis durante horas y ataquéis sin previo aviso ni provocación?– inquirió Eldi, aparentando estar interesado.

La aracne y sus compañeras tragaron saliva. Si bien no tenían muchas esperanzas de que aquella burda excusa pudiera convencerlos, ahora se daban cuenta hasta qué punto habían sido ingenuas. Sus presuntas presas los habían detectado hacía mucho, quizás desde el principio, los habían estado esperando. No habían tenido ninguna posibilidad.

–¡Cometimos un error! ¡No volverá a pasar! Por favor, perdonadnos la vida– suplicó la lamia, con lágrimas en los ojos, su rostro desencajado.

En parte, era una actuación. Aquella lamia a menudo había atraído a ingenuos aventureros con sus encantos, o con desesperadas peticiones de auxilio. Aunque también era cierto que su situación actual era desesperada.

–¿Cuántos errores como ése habéis cometido antes? ¿A cuántos habéis matado y robado? ¿Cuántos os han suplicado por sus vidas?– preguntó Goldmi, indignada.

Era palpable el desprecio en su voz. Ya no era la misma elfa ingenua que había llegado a Jorgaldur. Aunque sus años habían sido relativamente pacíficos comparados con los de Gjaki, había visto suficiente del lado oscuro de los corazones de la gente. Si bien se había encontrado con amigos maravillosos, también había tenido encuentros bastante desagradables.

La expresión agria de las demás hacía evidente la respuesta. Aunque la lamia fue capaz de disimular, a sus compañeras no les era tan fácil ocultar que lo que Goldmi había sugerido era la pura verdad.

–¿Los interrogamos?– preguntó Eldi.

–No hace falta. Mira su equipo, son escoria. Atacan a los que son más débiles, les roban y los matan– escupió Gjaki con desdén.

No era la primera vez que se encontraba con grupos así. Era fácil de identificarlos por la variedad de piezas de armadura y armas. Era evidente que habían sido obtenidas y repartidas entre ellos, no compradas como equipo completo.

No hacían juego las unas con las otras. Incluso algunas habían sido adaptadas de forma bastante cruda a los cuerpos de lamias, aracnes y hombres-ciempiés. De haberlas obtenido de forma legítima, las diferentes piezas encajarían mucho mejor, y las adaptaciones serían más naturales.

Incluso era evidente que tenían algunas armas que no eran sus preferidas, pero las usaban por ser de mayor nivel. Si las hubieran obtenido de forma legítima, las hubieran vendido para comprarse unas más adecuadas, incluso intercambiado. Si no lo habían hecho, era porque no se atrevían, o porque el precio de productos robados no era suficiente para comprar armas mejores.

Cuando sus compañeros asintieron solemnemente, ella invocó Red Mortal. Eso hizo que los afilados hilos convergieran en su dirección, cortando en pedazos a sus enemigas.

A pesar de haber visto numerosas muertes, algunas de ellas extremadamente crueles, la escena estremeció al alto humano y a la elfa. Aunque quizás fue más escalofriante el descubrir entre las pertenencias de una de las lamias una colección de placas de aventureros, presuntamente sus víctimas.

–Tendremos que devolverlas– musitó Goldmi, sobrecogida por la cantidad.

Con solemnidad, sus compañeros asintieron. Aquel grupo se merecía el final que habían tenido. Gjaki incluso lamentó no haberlos matado más lentamente.



–Sigue siendo sólo martillo y lanza. Podría ser él, pero aún no le he visto usar el hacha. Tampoco Muros. Maldita sea. No puedo asegurarlo ni descartarlo aún. Tendré que continuar vigilándolo– maldijo el asesino.

Hubiera preferido descartarlo, volverse, e informar de su misión cumplida. Le resultaba tedioso tener que seguirlo y observarlo, pero no tenía más remedio.

–Hay que reconocer que ha sido una buena trampa. Aunque esos delincuentes de poca monta eran muy obvios. ¿No se dieron cuenta de esa águila? No me extraña que los descubrieran. Parece que la arquera es también domadora. Mejor no acercarse mucho. La loba podría olerme– dijo para sí.

Evidentemente, no había visto a través de sus disfraces, ni sabía que estaba siguiendo al objetivo correcto. Si Eldi hubiera usado un solo Muro de Fuego, habría sido expuesto.

Era un hechizo demasiado poco habitual en un guerrero. No había muchos magos de batalla, y los que había solían optar por otro tipo de hechizos más directos. Por ello, si lo usaba, tendría más de un 90% de seguridad que era él, más que suficiente para atacarlo.

El asesino no sospechó ni por un momento que había sido descubierto, y aquella ave era la única razón por la que no podía relajarse. Sus objetivos se habían retirado a descansar, después de limpiar el campo de batalla con una sorprendente rapidez. Aunque eso no era algo a lo que prestara mucha atención.

No sospechó ni por un momento que estaban acechándolo. Sólo cuando la oscuridad lo rodeó, se dio cuenta de que algo no iba bien.

Se habían acercado con Oscuridad, dando un amplio rodeo. La luz era omnipresente en aquella planta de la mazmorra, así que hubieran sido fácilmente descubiertos si una extraña sombra se hubiera dirigido directamente hacia él.

Habían salido de la cueva aprovechando las sombras de las paredes de piedra. Luego, se habían movido por la pradera lentamente, bajo la protección de Oscuridad, y de las plantas que Goldmi hacía alzarse para ocultarlos.

Cuando finalmente llegaron a suficiente distancia, Gjaki invocó Noche. Era un hechizo caro, pero le daba una gran ventaja, pues ella podía ver en la oscuridad. También la lince, y a través de ella su hermana. Eldi lo tenía más complicado, aunque Agudizar Sentidos le ayudaba a orientarse.

No sabían con exactitud dónde se encontraba su acosador, por lo que Goldmi invocó las fuerzas de la naturaleza, haciendo mover a todas las plantas con Ramas Traviesas. Si eso no funcionaba, seguiría con Caos, creando fuertes vientos por toda la zona. Si aún era insuficiente, una Marabunta cubriría la zona.

Sin embargo, no hizo falta. Un área en la que nada se movía resultaba demasiado sospechosa.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora