Subasta (III)

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El primer material que les interesó fue un grueso tronco de una madera negra. Servía para hacer flechas o armas alrededor de nivel 80, y tenía la propiedad de absorber el rayo. Era un material bastante escaso en esas latitudes, razón por la cual estaba en la subasta.

No es que les hiciera falta, pero había gente en la mansión a quien le podría ir bien, si iban finalmente a unas montañas donde las tormentas eléctricas eran habituales, y por tanto bestias con dicha afinidad. Eldi había asegurado poderles hacer armas adecuadas, si conseguían también un metal de características similares.

Eldmi aplaudió entusiasmada cuando ganó la puja, y su hermana cuando ganó el metal. Lo único que hacían era apretar un botón tras haberse introducido la cantidad, pero eso era lo de menos.

No se sabía quién había ganado esos materiales, sólo que alguien de los palcos VIP. Dado que otros palcos también pujaban por otros artículos, no resultaba en absoluto excepcional.

No fue hasta que había pasado una quinta parte de la subasta que Gjaki frunció el ceño.

–Soy Johil, hijo del gobernador. Quiero comprar este artículo para mi padre, os agradecería vuestra consideración– pidió una voz.

Hubo algunos murmullos. Era evidente el descontento, pero nadie se atrevió a alzar la voz. Llevarle la contraria no era una buena idea.

–¿Eso está permitido?– preguntó Eldi, un tanto indignado.

Aquello iba en contra del espíritu de la subasta, y había oído que la Cámara de Comercio sólo velaba por sus intereses económicos. Por ello, resultaba extraño.

–No. El responsable de la subasta debería echarlo, pero no parece que vaya a pasar. Puede que no sea la primera vez– explicó Gjaki.

Había asistido a otras subastas en diferentes ciudades, e incluso en alguna de ellas se había echado a un príncipe por una actitud similar. Aquello no debería suceder, pero estaba pasando. No obstante, no era su problema, y no tenía ninguna razón para intervenir. Aunque no podía evitar que también la indignara. Sobre todo, porque sucedió dos veces más.

El problema llegó cuando la nieta de Coinín estaba pujando por unos kilos de adamantino.

–Necesito el material para reforzar la guardia de la ciudad. Espero que me hagáis este favor. Ofrezco 10.000 monedas de oro– pidió Johil, aunque su tono era más bien autoritario, incluso arrogante.

–Entonces, no puedo ganarlo– se lamentó la niña, al borde de las lágrimas.

Le había tocado a ella después de esperar un buen rato, y quería ganar la puja como habían hecho los otros niños.

–Claro que sí– aseguró Gjaki –. Aprieta aquí.

–¡Vale!– exclamó la niña, haciéndole caso.

Cuando la puja de 11.000 fue anunciada, se hizo el silencio. Incluso la anfitriona de la subasta tardó unos segundos en anunciarla.

–11.000 monedas de oro. ¿Alguien da más?– preguntó, temblándole ligeramente la voz.

No se oía ni una mosca en la sala. Incluso la anfitriona parecía reacia a empezar la cuenta atrás. Finalmente, la voz del hijo del gobernador volvió a oírse. Sin duda, estaba irritado, aunque intentaba contenerse.

–Creo que el amigo que ha pujado no me ha oído bien antes. Soy el hijo del gobernador y me interesa este artículo. Agradezco su consideración, no hay motivo para disputas. Ofrezco 12.000– anunció.

–Vamos a darle una sorpresa, aprieta otra vez– le dijo Gjaki a la niña.

Esta obedeció entusiasmada, mientras que el resto de niños la miraban con un poco de envidia. Esta puja era más emocionante que las suyas.

–15.000 monedas de oro. ¿Alguien da más?– anunció la anfitriona, con temor y expectación.

Esta vez, no hubo silencio, sino que murmullos, exclamaciones y discusiones estallaron como no había sucedido en toda la subasta. Subir a 15.000 no sólo era ignorar la petición de Johil, era una declaración de guerra. Quienquiera que estuviera pujando le estaba diciendo que no le importara quién fuera.

–¿Está bien hacer esto?– preguntó Goldmi, preocupada.

–Claro, es una subasta, y nuestras identidades son anónimas– aseguró Gjaki –. Aunque tampoco pasaría nada si no lo fueran, sería incluso más divertido.

–Ja, ja, nunca cambias. La misma busca broncas de siempre– se burló Coinín.

–¡Eh! ¡No he empezado yo!– protestó la vampiresa de pelo plateado.

–Claro, claro. Pero lo estás disfrutando, ¿verdad?– la acusó Coinín.

–Sólo un poco– respondió su amiga, sacando la lengua.

No se volvió a oír al hijo del gobernador hasta que la anfitriona decidió empezar la cuenta atrás. La situación era un tanto inesperada, pero no podía demorarse eternamente.

–Bien, si nuestro amigo está tan necesitado, le permitiré tenerlo. Sólo espero que no haya una segunda vez– anunció Johil, con un tono claramente amenazante.

–Eso será si no te cruzas en nuestro camino– respondió Gjaki con desdén.

No habían desactivado la barrera de sonido, así que sólo pudieron oírla dentro del palco. Si no, hubiera podido armarse un buen alboroto.

–Je, je, esto va a ser divertido. Déjame pujar a mí también si vuelve a las andadas– se congratuló Coinín.

–Y luego dices que soy yo la que busco problemas...– la acusó Gjaki.

–¡De alguien he aprendido!

–No sé quién de quién...

Los niños reían. Algunos adultos sonreían. Otros se encogían de hombros. Aunque todos estaban más que expectantes ante el próximo enfrentamiento. No podían negar que resultaba de lo más liberador. Quizás, las hermanas de la elfa eran las únicas que encontraban simplemente curiosa la situación. Era la primera vez para ellas, aunque no acababan de ver el interés.

Durante un rato, no coincidieron los intereses del grupo de Goldmi y de Johil. De hecho, no tenían previsto pujar por la lanza ignífuga, pues al fin y al cabo la estaban vendiendo. Si la ganaban, simplemente perderían la comisión que se llevaba la Cámara de Comercio. Sin embargo...

–Esa lanza es ideal para mí. Os agradecería que me hagáis este favor. 3.000 oros– anunció Johil.

–Cómo que le vamos a permitir que la compre tan barata, no dejando al resto pujar. ¡Antes me la quedo!– amenazó Gjaki.

Se acercó para pujar, pero Coinín se le había adelantado, pujando antes de que llegara. La vampiresa conejo se giró hacia su amiga, sacándole la lengua, sonriendo satisfecha de sí misma.

–3.100 monedas de oro. ¿Alguien da más?– anunció la anfitriona, sin saber muy bien qué cara poner.

–¿Por cuánto le dejamos comprarla?– preguntó Coinín.

–Que sean 12.000. Por menos, ni hablar. ¿Te parece bien?– preguntó Gjaki.

–La verdad es que no tengo ni idea de los precios. Lo que tú digas– reconoció Eldi.

–Lo mismo digo– estuvo de acuerdo Goldmi.

Eldi las había hecho, y algunos materiales habían sido de Goldmi, por lo cual su opinión era importante. Aunque, en realidad, muchos materiales de Eldi habían sido regalados por sus compañeras en el juego.

–Por 7.000 sería un precio razonable, aunque un tanto ajustado. Así que si la quiere más barata usando su influencia, no va a pagar menos de 12.000– amenazó la vampiresa de pelo plateado.

Nadie le llevó la contraria. A todos empezaba a irritarles, menos a los niños, que no entendían qué sucedía. Aunque parecía divertido.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora