Planeando

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–Y, por todo eso, creo que deberíamos ir primero a la zona corrompida. Vamos a los que son unos niveles más altos. Subís unos pocos niveles y nos vamos a la Ciudad de la Luz. Allí deberíais subir lo suficiente para limpiar el Bosque del Olvido Eterno. ¿Qué os parece?– propuso Gjaki.

–Yo os puedo acompañar contra los perdidos– se ofreció Maldoa.

La drelfa llevaba una temporada en la aldea elfa, así que la habían invitado a la reunión en casa de Goldmi.

–Supongo que está bien. Aunque...– aceptó Eldi.

El alto humano era el que menos tiempo llevaba en Jorgaldur. Por tanto, tampoco conocía mucho el mundo, más allá de los recuerdos del juego. Así que no tenía mucho que objetar.

–¿Aunque?– lo miró la vampiresa suspicaz.

–Bueno, ya sabes cómo salían tus planes en el pasado...– recordó Eldi.

–¡Eso era en el juego!– protestó Gjaki.

Éste miró a Goldmi. La elfa llevaba muchas decenas de años allí. Ante la mirada de su amigo, hizo un esfuerzo por no reírse y contestar.

–Sigue igual...– respondió, mientras negaba con la cabeza y se tapaba la boca con una mano.

–¡Goldmi! ¡Traidora!– la acusó la guerrera de sangre.

–¿Qué me he perdido?– preguntó confusa Maldoa.

–En el pasado, nunca los planes de Gjaki se cumplían. Por muy meticulosos que fueran, siempre había que acabar improvisando– explicó la elfa.

–Ah, pues sigue igual– intervino Elenksia, la hermana de Elendnas.

Gjaki la miró por un instante con la boca abierta, queriendo decir algo. Al final, miró hacia otro lado, mientras inflaba sus mejillas como una niña pequeña enfadada.

–Bueno, habrá que prepararse para improvisar– aceptó Eldi.

–¿Tú también...? Sois todos unos traidores...– murmuró la vampiresa sin mirarlos.

–Va, no te pongas sí. Mira, te he hecho unos pastelitos de sangre– la animó Goldmi.

En realidad no eran de sangre, sólo rojos. Pero a las gemelas les gustaba llamarlos así.

–No me vas a comprar con eso...– se resistió Gjaki, mirándolos de reojo.

–También tengo rollitos de chocolate con miel– le acercó un plato recién sacado del inventario.

Sin poder evitarlo, la vampiresa cogió uno, aunque siguió sin mirarlos durante un rato. Sin embargo, ya había perdido la batalla. Sólo era cuestión de tiempo que se olvidara de la traición. En realidad, no era más que le resultaba embarazoso.

No obstante, no hubo que esperar mucho más. De repente, entraron como una exhalación dos pequeñas elfas, seguidas de Klimsal.

–¡Mamá! ¡Mira que he hecho!– corrió hacia Goldmi una de ellas.

–¡Papá! ¡Mira mi dibujo!– exclamó la otra.

–¡Ah! ¡Está tía Gjaki! ¡Y tía Maldi!

–¡Y tío Eldi! ¿¡Nos haces la pista!?

–¡Sí! ¡Tío Eldi! ¡Haznos la pista!

Eldi miró extrañado a las niñas, y luego a su madre. No sabía de qué iba aquello.

–No hay un lugar para patinar totalmente plano. Les dijimos que tú podrías hacerlo– intervino Gjaki, de nuevo jovial, como si no hubiera sucedido nada.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora