Leveando en compañía

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Por su parte, Eldi se quedó en la mansión. Había sitio de sobras, y no tenía un lugar mejor al que poder ir y venir. Además, aún tenía armas, armaduras, joyas y pociones que hacer. E incluso ayudar a entrenar a algunos de ellos. Ver los hechizos y habilidades en persona era siempre mejor que verlos grabados.

En cuanto a Gjaki, simplemente actuó como siempre. No era raro que ella saliera de excursión y volviera por la tarde, o noche.

Quizás era Chornakish el que estaba más agradablemente sorprendido. Desconocía la razón, pero su amante ya no discutía por él para convertirlo en vampiro, ni parecía preocupada por ello. Cuando casi había aceptado, ella había dejado de insistir. No podía saber que su vampiresa había encontrado una solución mejor, aunque aún no se lo había dicho. Quería esperar a que estuviera en sus manos.



A la mañana siguiente, el grupo que llegó al territorio de las hormigas era considerablemente mayor. Había siete miembros de la mansión, incluidos Brurol y Cuína. Eran los que estaban en los niveles adecuados, y Gjaki había pedido permiso a sus compañeros para traerlos, tras comprobar que podían lidiar con facilidad con las hormigas.

Éstas estaban explorando las cuevas de las que sus enemigos había desaparecido, aunque no habían encontrado ninguno de los dos Portales de Salida que la vampiresa había escondido el día anterior. Así que el grupo las tomó por sorpresa cuando salieron del lugar.

Brurol, Cuína y una enana-vampiresa avanzaban por el túnel, seguidos por la vampiresa de pelo plateado. Ella observaba la situación, dispuesta a intervenir si algo salía mal.

Detrás de ella estaba Diknsa. Si bien su nivel era menor, su labor siempre había sido de soporte, así que los protegía y curaba desde atrás. Quizás sus efectos eran reducidos por su menor nivel, pero toda ayuda era bienvenida, y ella podía subir fácilmente de nivel sin riesgos.

La retaguardia la cubrían Eldi y un enano-vampiro, con la lince detrás. Goldmi y un par de magos estaban en medio, ayudando de vez en cuando. Estos eran diablos-vampiros de piel celeste, y un cuerno en la frente. No se les daba bien los juegos de mesa, pero como magos eran competentes.

No tardaron en llegar al mismo lugar que el día anterior, en el que se establecieron, y la azor voló al exterior.

Los habitantes de la mansión tenían menor capacidad de restablecer su energía y maná, así que descansaban más. Si eran muchos los que estaban en condiciones de luchar, podían avanzar y salir a la puerta de la cueva, enfrentándose así a más hormigas a la vez. Hasta que retrocedían para descansar.

Cabe decir que ver luchar en persona a Goldmi, sus hermanas y Eldi les resultaba fascinante. Los habían visto muchas veces en los vídeos de Gjaki, por lo que combatir a su lado resultaba un sueño hecho realidad. Así que, en cierta forma, estos se vieron obligados a mostrar todos su repertorio. Eso hizo que Gjaki también quisiera presumir un poco, ante la sonrisa de su madre, quien estaba grabando todo. Su hija no lo había podido evitar.

Fue a mediados de aquel día cuando Goldmi tuvo una extraña sensación. Miró su interfaz para revisar si había algo extraño, y se encontró con una nueva habilidad. Aún le quedaba para llegar al nivel 1 de afinidad, pero allí estaba.

–¡Tengo resistencia a las maldiciones! A nivel 0, pero la tengo– informó, algo incrédula pero también entusiasmada.

–Ja, ja. ¡Realmente funciona! ¡Voy a ponérselas a todos!– exclamó Gjaki.

–Será una broma, ¿no?– dio un paso atrás Brurol.

–Vamos, vamos, no te hará daño– se acercó a él Gjaki con una sonrisa artificialmente malvada, como queriendo asustar a un niño.

De hecho, para la vampiresa, Brurol era casi como un hijo al que había adoptado. En realidad, lo era para muchos miembros de la mansión, que lo veían como a un niño, por mucho que hiciera tiempo que se había convertido en un adulto.

Evidentemente, no pudo escaparse de la vampiresa, así que todos tuvieron que adaptarse a luchar con esa desventaja.



Pasaron varios días con esa rutina, aunque no siempre acudían los mismos habitantes de la mansión. Por suerte para ellos, las hormigas no parecían acabarse nunca. De hecho, se calculaba que había varias decenas de miles.

Unos años atrás, había ocurrido un accidente en la zona, arrasando una extensa área. Si bien muchas hormigas también habían muerto, muchas otras habían sobrevivido bajo tierra, pero no sus competidores. Habían entonces usado los animales y plantas muertos para alimentar a sus crías. Junto a la carencia de competencia, de depredadores, su población se había multiplicado, y se habían expandido por las zonas circundantes.

Ello ocasionaba un problema en aquella zona del condado, por lo que Solodkro estaba más que complacido porque Gjaki y compañía estuvieran reduciendo un poco los números. Si bien la expansión de las hormigas había sido detenida, seguía habiendo demasiadas.

Tanto Eldi como la felina habían obtenido también la resistencia a las maldiciones, e incluso mejorado su afinidad ostensiblemente, hasta 9, como la arquera. Quizás pudiera parecer rápido, pero no es habitual poder disfrutar de un entrenamiento constante de ese tipo.

Los miembros de la mansión también la habían obtenido, aunque su afinidad no había crecido tan rápido. En gran parte, porque no podían luchar tan a menudo o con tanta intensidad, al necesitar descansar más.

En aquel momento, estaban luchando Golmi, la felina y Eldi en el frente. La elfa había decido días atrás practicar de vez en cuando cuerpo a cuerpo, sobre todo junto a su hermana, Eldi o Gjaki. Quería probar y entrenar su coordinación.

Quizás no era tan efectiva como sus compañeros, pero podía mantenerse indemne sin problemas. Además, la coordinación con su hermana era excepcional, parecía un baile.

–He subido de nivel– anunció de repente Eldi.

Todos sabían lo que significaba. El leveo allí había acabado, aunque Gjaki había prometido llevar a su familia allí de vez en cuando.

Goldmi y Eldi estaban en 71, por lo que seguir allí era una perdida de tiempo. Del resto, solo Diknsa había subido un nivel. Sin duda, la velocidad de los visitantes eran tan increíble como Gjaki les había contado.

Gjaki pasó el resto del día allí, junto a varios habitantes de la mansión y Eldi. A Goldmi la envió de vuelta para que pudiera pasar el resto del día con su familia. Al día siguiente, tenían algo más peligroso planeado.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora