Segunda planta (III)

113 34 0
                                    

Con la ayuda de la azor para encontrar las serpientes, y su estrategia para enfriarlas y atacarlas, resultaba relativamente rápido acumular experiencia. La cantidad de experiencia que cada una daba había de multiplicarse a la diferencia de nivel.

Habría hecho falta eliminar más de dos mil enemigos normales de su mismo nivel para subir de nivel, pero sólo les hacía falta unas treinta de esas serpientes tres niveles superior. No obstante, a pesar de su rapidez en encontrarlas y eliminarlas, les llevaba más de una hora entre completar la subyugación y recuperar maná. Además, tenían que comer y dormir.

Volver a entrar en la mazmorra y recorrer toda la primera planta cada vez llevaba demasiado tiempo. Por otra parte, no había sitio seguro donde poner sus tiendas-castillo en medio de la zona de lava. Así que cada día volvían al túnel de entrada.

Allí, plantaban una tienda para descansar, al lado de otras varias decenas de ellas. La tienda era grande, aunque no dormían directamente en ellas. Dentro, estaba Protección de las Sombras de Gjaki, para esconderlos y protegerlos. Y tras esa protección, una de las tiendas-castillo. Se turnaban por sugerencia de Gjaki, que quería probarlas todas, y no tenían ninguna razón para negarse.

La tienda exterior les servía de camuflaje, y de primera capa de protección. Tenía una barrera que impedía la intrusión, a no ser que se destruyera. De hacerlo, se alertaba a los ocupantes. La mitad de las tiendas en esa zona eran así. En la otra mitad, hacían turnos de guardia.

Los vecinos solían ser amistosos o indiferentes, pero no había hostilidad, no había motivo para ello. De hecho, el primer día habían compartido información y cena con otros cinco grupos.

La mitad de esos grupos iban a atravesar el laberinto de lava para llegar al otro lado al día siguiente. La otra mitad tenían medios para permanecer en aquella planta de la mazmorra. Luego estaban los seres que disfrutaban de la lava, pero estos preferían descansar dentro de alguno de los lagos, no en el túnel de entrada.

Fue la tercera noche cuando llegó un numeroso grupo al túnel. Ellos ya habían puesto la tienda, y se disponían a compartir la cena con algunos de sus habituales vecinos, y otros nuevos. Calculaban que, al día siguiente, ya habrían subido de nivel.

–¡Dejad espacio! ¡Sacad vuestras roñosas tiendas! ¡La tribu del Colmillo de Hielo reclama este sitio!– exigió una voz arrogante.

No sabían exactamente de quién venía la voz, pero sin duda pertenecía a uno de los bárbaros que descendía por el túnel. Eran más de medio centenar, musculosos y con miradas hostiles.

Sabían que estaba prohibido matarse en la mazmorra. Podían tener graves problemas si usaban sus armas contra otros aventureros, pero las peleas con los puños estaban permitidas. Por lo menos, toleradas. Y aquel grupo de bárbaros tenía confianza en su físico.

–Oh, los del Colmillo de Hielo– murmuró Goldmi.

–¿Los conoces?– preguntó Gjaki con curiosidad y algo de sorpresa.

La vampiresa no recordaba haber oído hablar de ellos, y eso que llevaba más tiempo en el mundo que la elfa. Además, había viajado mucho más, ya que su amiga solía quedarse en la aldea.

Eldi también la miraba con interés, mientras vigilaba de reojo a los bárbaros que se acercaban. Algunos se quedaban por el camino, frente a las otras tiendas, provocando a los aventureros, encarándose a ellos.

Intentaban intimidarlos, aunque no era fácil. Todos eran veteranos, habían vivido muchas situaciones, muchas peleas. No en vano, casi todos ellos habían llegado a nivel 95, por lo menos.

–Si prestaras más atención...– suspiró Goldmi, mirando a la vampiresa con resignación– Apli y Tritu nos hablaron de ellos. Son sus vecinos, han tenido más de un enfrentamiento con ellos.

–¡Ah! ¿Te refieres a esos estúpidos que querían obligar a los dos a ser concubinos de sus jefes? ¡Ya me acuerdo! ¡Apli y Tritu los retaron y les dieron una paliza! ¡Uno a uno a toda la tribu! ¡Se alegrarán si les damos su merecido otra vez!– exclamó Gjaki, apretando su palma contra su puño, empezando a impacientarse.

–Supongo que no queda más remedio– suspiró Eldi, entrelazando los dedos y estirando sus brazos.

–Será divertido– se sumó la elfa.

No les tenían miedo, a pesar de que eran unos pocos niveles menos. De hecho, se pusieron a jugar a piedra-papel-tijera. Esta vez, ganó Eldi. Había observado que ambas solían empezar con tijera, y eso le había dado ventaja.



–Vosotros ni siquiera tenéis nivel para estar aquí. Salid antes de que os echemos– los desdeñó una bárbara media cabeza más alta que Eldi.

–¿Vosotros solos? Aplastacráneos tenía razón. Mucho ladrar y poco morder– la provocó Eldi.

Rápidamente, sus compañeras le habían hecho un resumen a Eldi. Era el encargado de empezar la provocación, así que necesitaba un poco de información.

–¿Conoces Aplastacráneos?– preguntó la bárbara, con una mezcla de odio y temor en su voz.

Miraba a Eldi amenazante. Parecía querer saltar sobre él y sacarle los ojos, como si fuera su peor enemigo.

–Claro que conocemos a Apli. Y a Tritu. Recuerdo que dijo que solo sabíais atacar a los débiles con mayor número. Que sólo erais unos cobardes– intervino Gjaki, que había quedado segunda.

–¡¿Cómo te atreves?!– exclamó otro bárbaro, dando un paso hacia ella.

–¡Uy, qué miedo! ¡¿Me vas a pegar?!– hizo la vampiresa como si asustara, claramente burlándose de él.

Éste dio otro paso, amenazante. Apretaba los dientes y los puños. No había rastro de la bravuconería de unos momentos antes. Ahora, parecía desquiciado, rabioso.

–Ves con cuidado. Recuerda lo que dijo Apli. Se mean encima y te pueden salpicar– añadió Goldmi.

Ese era un grave insulto para los bárbaros. Lo sabían por los dos hermanos, y era la mejor forma de provocarlos. No les había gustado nada que hubieran llegado como si fueran los amos del lugar, queriendo echar a todo el mundo. Sumado a las historias de sus amigos bárbaros, tenían muy mala opinión de ellos.

A pesar de eso, creían que muchos aventureros tendrían problemas en enfrentarse a ellos en una pelea sin armas. Por ello, querían atraer su atención, lidiar con cuantos pudieran, provocarlos para enfurecerlos y que cometieran errores.

–¡Os vais a tragar vuestras palabras!– amenazó la bárbara.

No había duda de que habían conseguido atraer su atención.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora